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¿Volver a hacer maletas? Avance de la ultraderecha inquieta a venezolanos en Alemania



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María de los Ángeles Graterol | junio 30, 2025

El ascenso de la ultraderecha en Alemania, especialmente en estados como Sajonia, ha generado inquietud entre venezolanos con estatus de refugiados o en proceso de asilo. Las cifras de denegaciones han aumentado, incluso en casos con antecedentes de persecución política. Un estudio reciente advierte que el resultado de una solicitud puede variar según el estado donde se tramite, particularmente si está gobernado por fuerzas conservadoras o con posturas antiinmigrantes. Esta cobertura fue posible gracias al apoyo del Programa Internacional para Periodistas (IJP, por sus siglas en alemán)

Foto de portada: María de los Ángeles Graterol 


—¿Estás en tu casa?
—Sí.
—Por favor, ven a la estación central. Tengo miedo.

Una noche fría de febrero, Ana* escribió ese mensaje desde un tren rumbo a Chemnitz. Estaba a solo 30 minutos de Zwickau, su ciudad en Sajonia, un estado federado al noroeste de Alemania donde al menos 11.000 venezolanos intentan rehacer su vida. Pero el trayecto se le hizo eterno. Se sentó en un vagón casi vacío, con los audífonos puestos, intentando disimular el miedo que le subía por el cuerpo. Fue entonces cuando sintió que la miraban. Levantó la vista apenas un segundo. Eran varios hombres, con chalecos antidisturbios y cascos. No eran policías. Eran neonazis.

Lo supo en cuanto bajó el volumen de la música y empezó a escucharlos.

Que deberían marcarla con una estrella judía. Que la marca azul —la que usan para identificar inmigrantes— le quedaría bien. Que hay que luchar contra mujeres como ella. Que por eso hay que votar por la Alternativa para Alemania (Afd), el partido de extrema derecha que, con su retórica antiinmigrante y euroescéptica, ha conseguido seducir incluso a quienes alguna vez cruzaron fronteras. Ganó 10 millones de votos en las elecciones federales del pasado marzo.

Ana estaba sola y no había escapatoria. Quiso llorar, pero no se dejó. Sacó uno de sus teléfonos y empezó a grabar. Con el otro, mantuvo el chat con su amigo.

Mientras el tren avanzaba, pensaba en lo que venía. «Me bajo del tren y ¿Qué va a pasar? Me pueden seguir. El tramo que debo agarrar es subterráneo. Está oscuro. Hace frío. No puedo caminar, porque pueden seguirme. No puedo tomar un bus, porque pueden seguirme también”. Todo se convertía en una amenaza lógica.

“¿Por qué, si yo hago todo bien, igual tengo que enfrentarme a esto?”, se preguntó.

Después, claro, llega la razón. «No es mi culpa. Es que ellos son así». Pero entenderlo no lo hace más fácil. “Hay días en los que te afecta más. Porque eres mujer. Porque estás sola. Porque ellos son hombres, tienen más fuerza. Porque ponen la política de por medio”.

Esa noche, ella no bajó sola del tren. Su amigo ya la esperaba en el andén, como una cuerda de seguridad lanzada a tiempo. No hubo agresión física. No hubo gritos. Pero el miedo ya había hecho lo suyo: se le había metido en el cuerpo como un veneno silencioso.

Desde entonces, algo cambió. No vive con miedo, dice, pero hay momentos en los que la inquietud se instala sin permiso. Ya casi no se sorprende. Ya lo ha normalizado.

“Cuando voy caminando y pasa un grupo de alemanes, me callo. Yo me callo para que ellos no oigan que soy extranjera y que estoy hablando otro idioma”, cuenta.

En septiembre cumplirá los tres años reglamentarios que exige el Estado alemán para que los refugiados puedan reubicarse fuera del estado al que fueron asignados por la autoridad migratoria. Ana ya ha postulado a varios empleos para mudarse al norte: Lübeck, Rostock… De hecho, lo hizo incluso antes del incidente en el tren. Ya en ella había caído el peso de vivir en Sajonia.

“No me importa. Si me tengo que ir, y si Dios quiere que sea así, entonces se me va a dar. Porque yo misma me estoy limitando. Me tengo que ir. Ya no quiero estar más aquí”. Volver a empezar no la asusta. Ya lo hizo en 2017, cuando unos hombres entraron a su casa, la encañonaron y se llevaron lo que pudieron. Cuando la asaltaron tres veces en Maracaibo. Cuando su casa se llenó de agua. Entonces empacó lo poco que pudo y partió. Ecuador fue el primer suelo que la recibió. Pero no bastaba. Quería más. Y ese deseo la trajo hasta Alemania.

Para ella, lo que se vive en Sajonia va más allá de un mal ambiente. “Es más profundo que en otros estados”, dice. “Yo constantemente siento que tengo que hacer las cosas dos veces bien”. Y eso, esas pequeñas cosas acumuladas, la agotan. “Es lo que me termina cansando. Tener que ser activamente extraconciente de todos los pasos que doy cuando estoy en la calle”.

Algunos otros venezolanos en Sajonia —al sureste de Berlín, desde donde se llega en dos horas en carro— también comienzan a mirar de reojo el mapa alemán. No con la urgencia de quien huye, pero sí con la inquietud de quien ya sabe lo que significa el desplazamiento. No se trata —todavía— de abandonar Alemania, sino de moverse dentro de ella: buscar un rincón menos teñido de azul oscuro. En los estados donde AfD no consiguió tanto respaldo, la incertidumbre pesa menos. 

Sebastian Lüpke, miembro del Grupo de Coordinación Regional de Amnistía Internacional para Venezuela en Alemania, lo ha escuchado ya en conversaciones con la comunidad migrante con la que trabaja. 

“Una venezolana vive en el distrito de Erzgebirge, en el sur de Sajonia, una zona muy rural, bastante conservadora. Ahí trabaja como personal de la salud tratando a adultos mayores. En ese pequeño pueblo casi una de cada dos personas votó por AfD. Después de las elecciones me ha dicho que ama la región, ‘yo amo los paisajes y a todos mis amigos aquí, pero (…) me voy a salir’. Seguramente no será el único caso”, cuenta el experto en migración.

Sebastián es un defensor de derechos humanos que ha liderado por años proyectos de migración e integración. Tiene amplio conocimiento en asesoría sobre el derecho de asilo y residencia en Alemania. Es Experto en Venezuela para Amnistía Internacional Alemania y el Consejo de Refugiados de Sajonia

Erzgebirge es conservador. De sus 160 mil electores, más de 75 mil votaron por AfD en las elecciones generales de febrero. Y ese resultado no fue una excepción: en todo Sajonia, el partido alcanzó 37,3% de los sufragios, convirtiéndose en la fuerza política dominante de ese estado del este alemán, donde habitan cuatro millones de personas, un número equivalente a la mitad del éxodo venezolano. Pero de esos, solo el 5,3% son extranjeros, afirma el Comisionado de extranjería de Sajonia, Geert Mackenroth.

Tras la Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania quedó dividida en dos, fue el occidente el que abrió sus puertas a millones de trabajadores huéspedes que llegaron a reconstruir un país roto y, en el proceso, echaron raíces.

El este, bajo control soviético, en cambio, no vivió ese mismo cruce. Y se nota. En Turingia, por ejemplo, vecina de Sajonia y también teñida hoy por el azul oscuro de la ultraderecha, la cifra apenas llega al 7,8%. En Bremen, un estado de occidente, más de un tercio de la población —el 36,5%— tiene origen inmigrante. El contraste es claro.

Sajonia es la cuna de los ingenieros alemanes y su economía respira entre microchips y autopartes. En 2024, su producto interno bruto fue de 174.863 millones de euros, el octavo más grande de los 16 estados federados de Alemania. Hasta tienen un “Silicon Saxony”, una suerte de espejo europeo del Silicon Valley californiano que abarca 100 kilómetros en su capital —Dresden— para darle piso a 3.600 empresas de la microelectrónica. Aquí, gigantes como BMW, Porsche y Volkswagen encontraron terreno fértil para levantar plantas y sueños industriales. Sin duda, es una tierra de progreso pero arrastra sus propias facturas.

Alemania, ¿nuevo mapa del miedo?

Contemplar una segunda —o tercera— migración no es un gesto de exageración, sino de memoria. Los migrantes venezolanos saben lo que es huir: de la escasez, del hambre, del silencio impuesto por pensar distinto.

Hoy, en Alemania, donde la ultraderecha ha ganado terreno y Friedrich Merz lidera un gobierno que apunta a ser cada vez más cerrado, algunos  comienzan a mirar nuevas rutas. Si el conflicto toca suelo alemán, no pocos se plantean volver a empacar. Irse otra vez. Porque para quien ha cruzado océanos por sobrevivencia, la posibilidad de moverse nunca deja de estar sobre la mesa. 

Andreina Olaves tiene 30 años y los últimos tres los ha pasado en Leipzig, la ciudad más grande del estado federado de Sajonia. Es refugiada. Vino de crecer con el calor del Zulia y aprendió a vestirse en capas para enfrentar inviernos que bajan a -4 grados.

Antes de llegar a Alemania, hizo escala en Colombia. No porque quisiera quedarse, sino porque necesitaba trabajar —en negro, sin papeles— y juntar lo que faltaba para los pasajes. Fue una parada breve, apenas tres meses. El tiempo justo para reunir lo que necesitaba para ella, su esposo y su hijo de tres años. El resto del dinero lo pidió prestado, confiando en que allá, en Europa, su suegra los esperaba. No había plan B.

Pisaron suelo alemán en enero de 2022, en pleno invierno. Se entregaron a las autoridades y comenzaron el recorrido que atraviesan miles de migrantes que llegan sin visa de trabajo o estudio; primero, el refugio temporal, luego, habitaciones compartidas con otras familias de otras nacionalidades en situación similar. Mientras su proceso migratorio —lento y burocrático— seguía su curso, Andreina empezó a trabajar, a aprender alemán, y a entender cómo ser mamá de dos, porque en medio de todo también se embarazó. Más de dos años después, vive en un apartamento asignado por el Estado, tiene ingresos estables y, al fin, puede acostarse sin preguntarse si al día siguiente habrá algo que poner sobre la mesa.

Ahora habla alemán, hace las compras, lleva a sus hijos al pediatra sin necesidad de traductor. Y aunque el hambre ya no la inquieta, sí lo hace una sospecha más sutil, pero igual de punzante: que Alemania comience a parecerse demasiado a Estados Unidos.

Al otro lado del Atlántico, la vida para los migrantes cambió de golpe desde que Donald Trump volvió a la presidencia en enero. Inspecciones sorpresa en restaurantes donde trabajan latinos, redadas en obras de construcción y en campos agrícolas que están medio vacíos. Las escuelas se vaciaron también: muchas familias dejaron de mandar a sus hijos por miedo o los mandaban con el pasaporte en la mochila por si los separaban.

Hasta hacer mercado se convirtió en un riesgo innecesario. En algunos vecindarios, los propios estadounidenses —vecinos, amigos, desconocidos— empezaron a dejar bolsas de comida en los porches para que nadie tuviera que salir. Otros, con altavoces, y en plenos patrullajes de la policía migratoria, recordaban: «¡Si no traen una orden judicial, no tienes por qué hablar con ellos!». Venezolanos que empacaron y se fueron, otra vez, a otros países por si acaso. Porque allá, el miedo —más que la ley— dicta la rutina. 

Durante los primeros tres meses del mandato de Trump, marcado por redadas contra migrantes, 65.682 personas fueron deportadas de EE.UU. Foto: CNN

Y aunque Alemania no rosa esos extremos, la zuliana dice que «irme es una posibilidad. No lo descarto. Aquí es muy claro que si sacaran mañana una restricción como lo han hecho en EEUU, me pondrán la soga al cuello. Mi esposo se puede camuflar. A mí, en cambio, se me nota lo latino por todas partes». Ha pensado en España. Tiene familia allá. «Sería lo más fácil: saltar hasta allá si todo se complica. Y si no hay más opción, volvería a Venezuela. Pero solo si no hay más opción. «Porque aunque es un sueño regresar, allá no hay patria. No hay hogar. Solo un vacío». 

Sajonia: vivir donde gana la ultraderecha

En Sajonia, donde habitan miles de venezolanos, la sombra de la xenofobia volvió a proyectarse con fuerza. La violencia con sello de extrema derecha no es nueva, pero en 2024 volvió a ocupar titulares con una crudeza que ya no sorprende, aunque sigue hiriendo. Solo en el primer semestre del año, se registraron en Alemania 519 ataques contra refugiados y solicitantes de asilo, según datos oficiales recopilados por la prensa local. Sajonia fue uno de los estados donde más de esos golpes se sintieron. En 456 casos, la policía señaló motivaciones políticas vinculadas a la ultraderecha.

Muchos de esos ataques ocurrieron a las afueras de los propios albergues y se contaron 69 agresiones contra estos lugares que deberían representar cobijo, no amenaza.

La Asociación de Centros de Asesoramiento para Víctimas de Violencia de Derecha, Racista y Antisemita lo traduce así: en Sajonia, la tasa de delitos violentos, amenazas o daños graves a la propiedad con trasfondo político alcanzó 5,25 por cada 100.000 habitantes. Una cifra que es mucho más que una estadística: es un termómetro. Un termómetro de un clima social que se enturbia.

Y el panorama se amplía. En todo el país, los ataques por motivos similares pasaron de 2.589 en 2023 a 3.453 en 2024. La tendencia, lejos de frenarse, se acelera.

“La brutalidad y el desprecio por la humanidad con los que se enfrentan los afectados tienen graves consecuencias: amenazas persistentes tras los ataques racistas por parte de los vecinos, cambios forzados de trabajo, de escuela, de vivienda (…) Esto a menudo implica la pérdida de seguridad, de empleo, de hogar y de redes sociales”, advierte la organización en su más reciente informe.

Pero esto es apenas una arista de una inquietud más profunda. Una inquietud que, aunque aún no alcanza el nivel de persecución visto en países como Estados Unidos, ya empieza a sembrar la duda en algunos: ¿y si aquí también empieza a cambiar el viento?

El asilo en Alemania depende del mapa 

Cuando se le pregunta a Sebastian Lüpke cómo podría afectar a los migrantes un giro en la política migratoria alemana, su respuesta es directa: la Oficina Federal de Migración y Refugiados (BAMF), bajo el ala del Ministerio del Interior, podría imponer una línea más dura. Y aunque la era de Friedrich Merz apenas comienza, ya existe un precedente que alarma.

 “El BAMF aceptaba aproximadamente 40% de las solicitudes de asilo de los venezolanos (…) Ahora he visto muchas decisiones del BAMF en casos bastante similares que hubieran sido aceptados en los años anteriores, mientras que el año pasado fueron negados. Mi asunción es que está actuando mucho más restrictivamente debido al número creciente de solicitudes, porque es bastante claro que no hubo ningún mejoramiento en Venezuela en cuanto a los derechos humanos”, señala. 

Y el rechazo alcanza incluso a quienes han participado activamente en manifestaciones en Venezuela, a quienes han sido amenazados por el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin), la policía política de Nicolás Maduro. 

“Sabemos lo que puede hacer el Sebin”, dice, “pero el BAMF argumenta que ‘no ha pasado nada concreto, solo han sido amenazas’. Así que, al parecer, es que primeramente alguien debe morir para ser un refugiado”. 

Asilo y deportación en Alemania

Mientras las decisiones del BAMF se dictan bajo leyes federales, son sus oficinas regionales —como la de Sajonia— las que hacen las primeras valoraciones, con márgenes que permiten que los criterios respecto a pruebas, grado de riesgo individual o situación del país de origen varíen de un estado a otro. 

Lo que en Baviera puede ser causa suficiente para otorgar asilo, en Sajonia puede no serlo. Y aunque tras apelaciones muchos casos son finalmente revertidos en tribunales, eso no ha corregido el patrón inicial. Esta falta de ajuste, incluso ante fallos judiciales repetidos, sugiere una resistencia institucional a corregir errores sistémicos. 

“Quiero enfatizar el gran número de denegaciones del BAMF que se cambia en los tribunales. Para mí es un desastre que casi el 40% de las decisiones (respecto a la concesión de asilo) de la autoridad estatal estén erradas. Lamentablemente, no se genera ninguna actualización en su sistema de toma de decisiones. Esto es alarmante. Me hace pensar que tiene estrategia esta toma de decisiones en el BAMF”, explica Lüpke que hasta 2024 fue asesor legal y coordinador para el derecho de asilo en el Consejo de Refugiados de Sajonia. 

Un estudio conjunto publicado en marzo por la Universidad de Konstanz, la Universidad de Bamberg y el Instituto de Investigación Laboral de Núremberg (IAB) destaca que el lugar donde se tramita una solicitud de asilo puede pesar tanto como la historia personal del solicitante.

La investigación —financiada por el Ministerio alemán de Asuntos Familiares— encontró que en regiones donde la población es más escéptica frente a la inmigración y donde gobiernan partidos con posturas más restrictivas, las probabilidades de recibir protección son significativamente menores. 

Según el estudio, los trabajadores sociales del BAMF tienden a alinearse, de forma consciente o no, con las posturas migratorias de las autoridades regionales. Esto, advierten, afecta la objetividad del procedimiento de asilo y amplifica los sesgos en la toma de decisiones. 

*Lea también: “Hacemos lo que nadie quiere hacer”: la voz de latinos en Berlín el Día del Trabajador

La política también pesa

Roberto Costa llegó con 24 años a Alemania en 2015, cuando el país apenas digería la llegada de un millón de desplazados —en su mayoría sirios y afganos— y la Alternativa para Alemania daba sus primeros pasos en la política nacional. Él traía un pasaporte italiano y el recuerdo de otros hogares: Italia, España. Ahora tiene boleto de regreso a Alicante. Se va a mediados de julio.

Aunque está en Berlín grabando un documental sobre cómo vivir sin dejar huella de carbono, su historia en Alemania comenzó en Jena, Turingia, otro bastión de la extrema derecha. “La cerecita del pastel”, dice, para explicar por qué decidió irse. Forma parte de ese 3% de migrantes que, según una encuesta de abril del Panel de Movilidad Internacional de Alemania (Impa), ya tienen planes concretos de emigración. España o Suiza suenan como nuevos destinos.

No está contento. No con la política. No con el clima social. “No entiendo, ¿ustedes ya no vivieron esto?”, se pregunta. Recuerda que cuando llegó, AfD apenas rozaba el umbral mínimo del 5% para entrar al Parlamento. Pero en 2017, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, un partido populista y nacionalista logró escaños en el Bundestag. Hoy son la tercera fuerza del país, con más de 150 curules y más del 20% del voto.

Protesta en Alemania

“Remigración ya” es una consigna impulsada por la AfD y sectores ultraderechistas en Alemania que propone expulsar a migrantes no europeos, incluso con residencia legal, como parte de un plan para “proteger la identidad nacional». Foto: Westdeutscher Rundfunk (Emisora de radio pública alemana) 

“Los comentarios que antes la gente guardaba, ahora los dicen. Los celebran”, cuenta. Lo ha vivido. Una vez gritó en un bar mientras veía fútbol y un alemán lo mandó a callar. “Si lo hiciera un alemán, estaría bien. Pero yo no”. A su alrededor empezó a oír una frase repetida: “Mi amigo votó por AfD, pero no sabía”. Hasta que dejaron de parecer sorpresas.

“Es hostil”, dice. “El ambiente es hostil. La burocracia es hostil. Me cansé. Ya está. Ya me dio lo que me tenía que dar”, explica. 

En Alemania, las razones más comunes para querer marcharse —sea que llegaron por trabajo, estudios o reagrupación familiar— se repiten en retahíla: desencanto político, burocracia, impuestos, discriminación y un país que cada vez se siente menos propio.

*El nombre de Ana fue cambiado por motivos de seguridad, para proteger su identidad y evitar posibles represalias.

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