Volverse la nada, por Carolina Gómez-Ávila
Twitter: @cgomezavila
Lo que soy es una nada, esto me da a mí y a mi carácter la satisfacción
de conservar mi existencia en el punto cero, entre el frío y el calor,
entre la sabiduría y la necedad, entre el algo y la nada, como un simple quizás.
Jean-Paul Sartre
Solo Dios sabe lo complicado que es para nosotros, simples mortales, entender cabalmente a Sartre. Podríamos comprender las categorías aristotélicas, la dialéctica hegeliana y la ética kantiana y, aun así, irnos de bruces entre Heidegger y Sartre, especialmente si miramos sus posiciones políticas.
Cuando se dieron cuenta de esto, los cerebros más selectos conformaron una especie de club para intercambiar lisonjas y repartir menosprecios y, como ya Gramsci les había dado espacio propio para la organicidad, las ideas más complejas descendieron al vulgo en forma de alegatos políticos o, mejor, deformadas para ser convertidas en argumentos políticos.
Así fue que, en 2018, se introdujo «la nada» para etiquetar, con glamour sartriano, a quienes no corrieran a dar su voto a Henri Falcón, porque «abstencionistas» ya se había desgastado en la intención de degradar a los adversarios, como se hizo con judíos y tutsis.
Sucede que lo que alguien pudo creer que era un bien amoblado razonamiento a favor del voto —¡sin importar la circunstancia en la que se adelante la lucha política!— terminó siendo propaganda seguida de un platanazo del tambor mayor, cuando defendió otra abstención porque los candidatos eran «Satanás y Belcebú».
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Hay que ser venezolanos para saber que, si algo sobra en nuestro folklore, son nombres para el innombrable. No empujen, que cada uno tendrá el suyo en la farsa regional. Lo importante es que las falacias tienen las patas un poquito más largas que las mentiras, pero no mucho.
Valga la advertencia para los académicos y aspirantes a intelectuales de aquí, que aspiran a suceder al intelectual orgánico. No olviden que la honestidad intelectual exige la no-intencionalidad política del discurso. Claro que ustedes también son libres de arrastrar su reputación igual que el otro, pero no tengo que decirles que les dolerá más y les importará más que a uno que no tiene otro interés que el que se vio que tiene.
Otra cosa: cuando en 1964 Jean-Paul Sartre rechazó el Nobel de Literatura —honor y dinero, las dos cosas— dicen que apoyó a los guerrilleros venezolanos. Pero unos años más tarde, a la chita callando, intentó cobrar lo que había despreciado públicamente. El desenlace fue el mismo que estoy viendo en este papelón: los suecos se hicieron los ídem, el filósofo sufrió la náusea y sus pretensiones se volvieron la nada.
Carolina Gómez-Ávila tiene más de 30 años de experiencia en radio, televisión y medios escritos y escribe sus puntos de vista como una ciudadana común.
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