Votar es la consigna, por Gioconda Cunto de San Blas
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A partir de su legalización el 13 de septiembre de 1941, la gran lucha y el gran logro del partido Acción Democrática (AD) en 1947 fue el establecimiento con rango constitucional (ya perfilado en el decreto 216 del 15 de marzo de 1946) de la votación universal que permitió a los venezolanos mayores de 18 años elegir directamente a sus representantes y gobernantes, incluido el presidente de la república. Acababan así los criterios decimonónicos de ser «varón, mayor de 21 años y con capacidad para leer y escribir» exigidos por las constituciones previas a la de 1947 para el ejercicio del voto, así como las votaciones de segundo grado para la elección del presidente.
Cuenta Diego Bautista Urbaneja que en 1941 AD lanza una campaña en favor del escritor Rómulo Gallegos para enfrentar la candidatura de Isaías Medina Angarita a la Presidencia de la República, una elección que debía darse en el Congreso Nacional, de acuerdo a la legislación del momento.
La candidatura de Gallegos estaba perdida de antemano, allí no había nada que buscar. ¿Para qué, entonces, tomarse el trabajo de lanzar esa candidatura? Para desplegar «una intensa actividad organizativa y de proselitismo nacional,[…] AD se lanza a la conquista del país entero. Apunta a las incipientes clases medias de los pueblos y ciudades del interior —el maestro, el boticario, el hombre de la gasolinera—, a los obreros, a los empleados, a la población rural, predominante en el país y mayoritariamente analfabeta. A las mujeres. La bandera principal de su prédica es política: elección del presidente mediante sufragio universal, directo y secreto de todos los venezolanos y venezolanas mayores de 18 años, supieran o no leer y escribir. Nunca antes había sido esa una bandera en las lides políticas nacionales».
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Hay más episodios electorales a lo largo de esos tumultuosos años, siempre con una oposición participativa electoralmente, a sabiendas de las condiciones desventajosas de los procesos en marcha; uno de ellos referido también a AD, entonces ilegalizado por la junta militar de gobierno. No siéndole posible participar en la elección de 1952, ordena a su militancia dar su apoyo al candidato de URD, Jóvito Villalba, en las condiciones adversas establecidas por la dictadura. Y es el fraude plebiscitario de diciembre de 1957 que inicia el movimiento final que da al traste con el régimen.
Este recuento sucinto lo hago para recordar nuestra propia historia, olvidada hasta por los grandes partidos protagonistas de tales conquistas. Los líderes del momento, con sentido histórico, no se anduvieron con remilgos a la hora de usar el voto, ese derecho adquirido a fuerza de sacrificios y luchas.
Nunca un derecho ha sido concedido graciosamente por el poder de turno, tampoco lo fue el derecho al voto universal. En condiciones de desventaja, bajo la amenaza de represalias que llegaban a extremos de exilio, prisión o muerte, como fueron los casos de Leonardo Ruiz Pineda, Alberto Carnevali o Antonio Pinto Salinas, sucesivos secretarios generales de AD en la clandestinidad, los líderes cumplieron con el papel que les tocó: luchar por preservar el derecho al voto como símbolo y paso previo e indispensable para alcanzar la democracia y la libertad.
Prescindir del voto como supuesta acción para generar un cambio político es inconducente; no hacer nada trae como consecuencia la nada, o peor aún la rendición ante el adversario, sin siquiera luchar; lo sabemos desde 2005. Es también un irrespeto a la memoria de tantos mártires que antes y ahora bañaron con su sangre las calles de nuestro país en procura de un mundo mejor para todos.
Ojalá que en esta ocasión la gente entienda que el acto electoral del 21N puede servir para ir recomponiendo el deshilachado tejido opositor, a partir de las alcaldías o gobernaciones que puedan ganarse. En este punto, la propia oposición con sus inoportunas divisiones, alimenta las derrotas previsibles si los líderes no recapacitan.
Pedro Benítez nos recuerda que «en política la percepción pública lo es todo. Hoy la percepción es que la oposición venezolana está dispersa y dividida. Exactamente lo contrario de lo que fue la MUD. Exactamente lo que necesita Maduro […]. Ante un régimen con las características del suyo, es evidente que a sus adversarios no les queda más remedio que, por lo menos, presentar un frente unido». Y eso precisamente es lo que los electores de hoy exigimos a quienes se asumen voluntariamente como líderes sin responder a las exigencias del compromiso unitario indispensable hoy. Melindres electorales y egos inflados son pobres actitudes contrarias al momento histórico que vivimos.
Votar es la consigna. En coincidencia con el historiador Tomás Straka, pienso que «el voto no sólo cambió el destino de los venezolanos de una forma definitiva en los años 40 del siglo pasado, sino que sigue siendo un aspecto esencial para la definición de nuestro porvenir, hoy más que nunca».
Gioconda Cunto de San Blas es Individuo de Número de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales. Investigadora Titular Emérita del IVIC.
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