Voto contra la prepotencia, por Teodoro Petkoff
Chacumbele, realmente, no está en campaña por sus candidatos. Está en campaña por sí mismo. No lo ha ocultado. Pero no por esa idiotez que se la pasa diciendo de que si la oposición gana gobernaciones importantes va a ir por él. Ese es un cuento cazabobos. En verdad, está tendiendo la cama para replantear la enmienda constitucional sobre reelección indefinida, que le permita quedarse en el poder para siempre.
Quiere obtener un resultado muy favorable para presentarlo como un mandato popular, más bien como una exigencia popular, que le pide continuar en la presidencia. La presidencia perpetua es la piedra angular de su proyecto. Su proyecto es él mismo, su poder. Todas esas zarandajas sobre socialismo del siglo XXI no son sino la tapadera de un proyecto personal de poder.
A la luz de este objetivo, la lucha por cada gobernación, por cada alcaldía, además de las muy importantes motivaciones de carácter local y regional, tiene como telón de fondo la necesidad de crear y fortalecer los muros de contención a su desaforada carrera hacia la reelección indefinida. Es obvio que mientras más gobernaciones y alcaldías obtengan quienes hoy están en el campo opuesto al gobierno, más cuesta arriba se le hará a Chacumbele cumplir con su amenaza de quedarse en Miraflores indefinidamente.
Pero además de estas razones de orden político general, existen también razones de orden moral y ético, igualmente importantes. Hay que taparle la boca a este sujeto, indigno de la presidencia que ejerce, que vomita insultos desmesurados contra sus adversarios, que los calumnia, con todo el ventajismo que desde el poder disimula la cobardía y con una vileza que da buena medida de su catadura moral, que hace de la intimidación brutal el eje de su discurso. Donde quiera que Chacumbele ha ido a agraviar a los candidatos de la oposición o de la disidencia chavista, sus denuestos y groserías caen sobre todo el electorado, pero en particular sobre el electorado que lo adversa. Sus ofensas a Ma-nuel Rosales o a Julio César Reyes, por mencionar sólo dos ejemplos, golpean a cada zu-liano, a cada barinés. Darle una bofetada electoral es una cuestión de honor y de dignidad.
Hay que demostrarle que sus guardaespaldas y sus anillos de seguridad y su guardia pretoriana y sus malditas cadenas, no podrán nada contra la decisión de los venezolanos de ponerle un pa-rao a su prepotencia, a su arrogancia, a su desprecio por el hombre y la mujer sencillos. Contra el poder autocrático, autoritario y su pretensión de quedarse toda la vida en Miraflores, sólo hay un arma: el voto y la decisión de emplearlo.
El 23N, como dice el verso del poema de Alberto Arvelo Larriva sobre la porfía entre Florentino y el Diablo, «verán, señores, al Diablo pasar trabajo». Ese día los venezolanos deben ahuyentarlo con la cruz del voto.