¿Y ahora qué?, por Teodoro Petkoff
Juan Manuel Santos ganó la presidencia de Colombia de manera arrolladora. Ni siquiera Uribe, en su reelección, había obtenido una votación absoluta y un porcentaje tan decisivos. Pero es el verdadero triunfador. Santos ensayó en la primera parte de su campaña marcar cierta distancia con Uribe, para afirmar más nítidamente su propio perfil. No le resultó. En una competencia en la cual los dos candidatos principales procuraban diferenciarse de Uribe, Santos no se veía bien frente a Mockus.
Cuando los números le demostraron la peligrosidad de esa línea de acción, cambió la estrategia y se presentó, sin esguinces ni matices, como el heredero y continuador de la política del actual Presidente. Entonces ganó cómodamente, en ambas etapas, porque una vez que se puso la gorra del uribismo puro y duro, estaba destinado a ganar, aun si Mockus no hubiera cometido la cantidad de torpezas y errores que lo desinflaron. Santos estaba «condenado» a la victoria sencillamente porque Colombia aprueba abrumadoramente la política de «seguridad democrática» de Álvaro Uribe y quiere su continuidad. Santos la encarnaba perfectamente.
Al pueblo colombiano no le importó, ni le importa, la pesada carga de pasivos políticos que arrastra Uribe. Ni las decenas de parlamentarios uribistas presos por los nexos con el paramilitarismo, ni los propios familiares cercanos del Presidente también enjuiciados, ni los «falsos positivos», ni los ataques a las instituciones, ni el autoritarismo: nada perforó el blindaje político de Álvaro Uribe, sencillamente porque está derrotando a la guerrilla. Si el precio a pagar por la derrota definitiva de las FARC y el ELN incluye comportamientos francamente ilegales por parte del gobierno, el pueblo colombiano está dispuesto a aceptarlo, casi como una inevitabilidad en el logro del objetivo principal, que es poner fin a la crónica insurgencia armada, doblada hoy en narcotráfico. Los colombianos no quisieron correr riesgos y prefirieron a quien asumió contundentemente el legado de Uribe.
Este incluye una parte que nos interesa supremamente a los de este lado de la raya. Las relaciones entre ambos gobiernos difícilmente pueden ser peores. Chávez ha hecho de la tensión con el gobierno vecino una parte importante de su conducta gobernante. Chávez piensa que con Santos en la Casa de Nariño, la continuación de esa bronca que cree necesitar, está asegurada. Peor aún, todavía Santos no había ganado y ya Chávez declaraba que por su parte no habrá entendimiento con el nuevo Presidente. Sin embargo, Juan Manuel Santos habla de recomponer las relaciones. ¿Saldrá Chávez al encuentro de esta postura, que recoge las aspiraciones de ambos países?, o ¿insistirá en la política de buscar en Colombia el «enemigo externo» que le permita continuar en su fracasado empeño de desviar la atención venezolana hacia una tan supuesta como inverosímil «amenaza colombiana?»