¿Y el coronavirus?, por Fernando Rodríguez
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No hay que ser muy sagaz para afirmar que la pandemia que azota al planeta entero —y ha matado a más de un millón y enfermado a decenas de millones de seres humanos, ha golpeado de una manera atroz la economía mundial y ha cambiado hasta nuestros hábitos vitales más elementales y cotidianos— es el centro de la atención mundial. Mediáticamente así ha sido, ha logrado que la información, en toda sus formatos, le adjudique amplísimas y hasta desmesurados espacios y que sobre ella se hayan vertido innumerables y obsesivas noticias y opiniones de toda calidad y veracidad. Contaminadas, como todo, de intereses ideológicos y económicos de cualquier tenor.
La muy admirable —lo digo de veras— canciller Merkel decía en estos días que había estudiado física en la muy dogmática Alemania oriental de su juventud, no por otra cosa sino porque las verdades de la ciencia eran incontrovertibles y no pasto de los retorcidos intereses del poder. Y lo decía porque ahora parecía, ante la dramática situación actual de la pandemia en Alemania, que se querían entorpecer los dictámenes científicos para enfrentar el virus criminal, en nombre de mezquinos objetivos.
Si eso pasa en Alemania, qué no pasará en esta república regida por sargentos y políticos ignorantes. El doctor Julio Castro decía recientemente que no había sincronía en el país entre políticos y académicos.
Yo diría que es evidente, ¿no amenazó Cabello a la Academia con mandarle a algunos sicarios? Tun-tun…, si daban cifras diferentes a las falseadas por el Gobierno. Signo de un verdadero combate entre la barbarie y el saber.
Pero pareciese que no solo hay eso, que era esperable, sino un ambiente más enrarecido e incomprensible. Se entiende que el Gobierno mienta, primero, porque es mentiroso por naturaleza y, segundo, producto de la destrucción del sistema sanitario —y del abismal empobrecimiento— no hay manera de hacer las pruebas debidas con los procedimientos idóneos para detectar casos y, por tanto, las cifras oficiales se parecen poco a la realidad.
No solo las Academias sino numerosas y muy serias instituciones médicas han señalado que las cifras reales deben ser, aproximadamente, ocho o diez veces mayores que las oficiales. Y que vamos en ascenso hasta llegar en pocas semanas a los 14 mil casos diarios y nada indica que se va a aplanar la curva en los próximos meses.
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Ahora bien, no solo se desconocen estas realidades, sino que se procede, demagógicamente y contra la opinión expresada por las academias y otras entidades médicas en documentos públicos, a decretar la mayor liberalización durante el mes de diciembre en homenaje a Papá Noel. Hablamos, recuerdo, de dolor y vidas humanas en un país que no posee defensas adecuadas para hacer frente a un crecimiento de la pandemia ni siquiera de reducida intensidad.
Pero lo que hace más curioso el asunto es la falta de respuesta del sector político opositor y la desidia del país en general, que se dispone a pasar unas Navidades lo más felices o menos infelices posibles, lo cual es humanamente razonable, pero que no puede hacerse sino a un incalculable costo igualmente humano.
Suprimidas casi todas las barreras y dadas las maneras de un pueblo pobre e indefenso y sin mayor ejercicio de disciplina cívica, el asunto cobra una importancia radical.
Ahora bien, la reacción de la política opositora es igualmente muy endeble, posiblemente entrabada por elecciones y consultas, pero para nada justificable. Esa política está a cargo, básicamente, de una comisión ad hoc de la Asamblea que coordina el doctor Julio Castro, de cuya buena voluntad y conocimientos no habría que dudar. Pero los partes periódicos de esa comisión —¿existe realmente?— resultan bastante limitados con respecto al resto de la opinión académica.
Es verdad que señala perspectivas ciertas de ascenso de la pandemia, pero siempre con unos cuantos límites y atenuantes y sin que nos haga sentir la alarma que sus pares expresan. Pero sería absurdo descargar todo sobre ese difuso ente. Esta tarea, por su naturaleza y cuantía, debería ser asunto de la más continua y atenta dedicación del sector opositor y no lo es.
El país parece haber decretado la llegada de una parodia de normalidad —con mascarillas, es cierto—, pero con un raro silencio sobre el tema y sus consecuencias. Habría que convertir esto en un gran problema nacional para evitar otra gran tragedia nacional para mañana.
Fernando Rodríguez es Filósofo y fue Director de la Escuela de Filosofía de la UCV.
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