Ya basta de tanto odio, por Rafael A. Sanabria M.
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«Hemos aprendido a volar como los pájaros,
a nadar como los peces,
pero no hemos aprendido
el sencillo arte de vivir
como hermanos».
Martín Luther King
Foto: Revista Anfibia
El odio está a la vuelta de la esquina entre venezolanos, es pan nuestro de cada día ocupa, puesto especial en las redes sociales, en las calles, en las instituciones públicas y privadas, en las consignas de los ciudadanos por la defensa de sus ideales, en definitiva, el odio anda suelto por las calles de nuestra Venezuela y no hay quien le ponga frenos a esta situación.
El nivel de tolerancia se agotó, ya entre los conciudadanos de diferentes tendencias políticas se hace difícil la convivencia.
Mientras este sentimiento siga tomando cuerpo ningún proyecto que se plantee por muy eficiente que sea, prosperará en el país, ya que hay dos corrientes que pululan por imponer poder, lo que nos ha llevado a la deshumanización, venganza, rivalidad y hasta llegar al término de golpear o asesinar al otro por no pensar igual.
Todos los días repetimos frases que sin darnos cuenta tienen profundos significados, relacionados con nuestra forma de ser o, mejor dicho, con la imagen que tenemos de nosotros mismos como pueblo. Pero si le prestamos atención a esos epítetos (escuálido, burro, brutos, animales entre otros), veremos que muchas de esas expresiones significan limitaciones y cada vez que las pronunciamos, es como si nos programáramos mediante el lenguaje, a persistir en actitudes que nos impiden realizarnos como colectivos. Se convierten en consignas cargadas de odio.
El odio no sólo se refleja en el sector opositor, también está palpable en el sector oficialista, ambos no se reconocen, por lo tanto, cada día el ambiente se hace hostil, áspero y difícil. Esta realidad los ha convertido en seres indiferentes al dolor ajeno, no les importa a quien llevarse por delante con tal de conseguir sus propios beneficios. Que valioso sería invertir el sentimiento negativo afirmando: «Estamos en Venezuela un país maravilloso. ¿Qué puedo aportarle?». O exclamar: «¡Estamos en Venezuela!» Cuando celebramos juntos el triunfo de Venezuela en la serie del Caribe, entonces sabremos que esa consigna se volvió positiva, sinónimo de orgullo y no un disfraz para tapar la mediocridad.
Sin duda alguna el país requiere de una renovación espiritual, un reencuentro, donde cada uno ponga de su parte para contribuir a la reingeniería del tejido social, corrompido y deteriorado.
En los actuales momentos está en boga las elecciones presidenciales, esto ha causado revuelo en la opinión pública, específicamente en el seno de las instituciones con fines políticos, quienes utilizan las redes sociales para expresar odio en sus diversas opiniones, tanto de un sector como del otro, por el simple hecho de llegar al poder. Este un pequeño ejemplo del nivel de convivencia que tenemos en Venezuela.
Por otro lado, se escucha vociferar a quienes están en el poder, que los opositores no llegaran a ningún lado, discurso que no invita a la reconciliación, al diálogo asertivo, sino que incita al odio, al pugilato entre ambas corrientes. Hemos escuchado de quienes aspiran el poder expresiones como esta: «hay que ganar como sea» a mi entender es una frase antidemocrática, «como sea», quiere decir por las buenas o por las malas. Venezuela en la serie del Caribe no ganó «como sea» sino apegado a las normas del juego. Y eso es lo que esperamos de nuestros líderes políticos: respeto a las leyes.
Llevamos un cuarto de siglo sumergidos en una embravecida marea de odio entre el oficialismo y sus adversarios palestra que nos ha dejado un sinsabor a lo largo de estas dos décadas y un lustro, algunos lloran un familiar que está en la cárcel, otros lloran algún familiar asesinado, legiones de familias que se acuestan sin comer, enfermos que claman por un medicamento, una educación que funciona a medias, maestros sin seguridad social adecuada, entre otros problemas. Esta es la cruda realidad con la que se convive a diario en nuestro país.
El país está estremecido, si bien es cierto que existen cosas fuera de lugar que todos conocemos, lo más dificultoso es que poco a poco la hermandad que siempre ha caracterizado a los venezolanos está diluyéndose como agua entre los dedos.
Quizás hay motivos para sentirse humillados y ofendidos, y algunos han salido premiados en el reparto del dolor. Pero lo que no podemos permitir es ceder a la ley de la selva. Todos compartimos un pueblo y es nuestra responsabilidad y deber contribuir a hacerle más habitable, más humano, pujante y disfrutable.
En Venezuela sino se le presta atención a este sentimiento, llegará el momento en que todos los venezolanos entraran en guerra indefinida, sino es que ya estamos en plena guerra. Realmente no necesitamos una invasión, porque ya estamos invadidos de odio, esto es lo que nos ha hecho cómplices de violaciones de derechos a gente inocente que está en el medio sin tener culpa de la aversión de los poderosos.
Solo basta con ingresar a las redes sociales, que deberían llamarse redes disociales y apreciar el odio en carne viva, gente común como uno, desacreditándose, deshumanizándose y desvalorizándose, pero con el mismo propósito de reconstruir el país, si queremos criticar determinadas circunstancias debemos hacerlo, pero con cordura, buscando la reconciliación nacional, llamando al respeto de los unos y de los otros, sin ningún tipo de distinción político, ni social. No utilicemos el medio para maltratarnos y herirnos entre paisanos, acudamos a él para plantear ideas que coadyuven al crecimiento económico, político, deportivo y cultural del país. De tal manera que dibujemos juntos un nuevo lienzo de Venezuela.
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Es entendible las ganas que cada sector demuestra por emitir soluciones para la república, lo que pasa es que simplemente se queda en la palabra, jamás llegan a la acción. Porque hay un simple interés en establecer quien tiene más fuerza y poder. Sino se llega a la concreción de un criterio único seguiremos navegando sin rumbo. Debemos sumar fuerzas para que entremos todos por la misma puerta y abracemos las ideas de prosperidad, sin mezquindad y egoísmo, que busquemos de entendernos, no por el partidismo, sino por las ideas mancomunadas que nos hacen grandes.
Lo que nos puede salvar del envilecimiento colectivo es el ejercicio diario de la educación, las buenas costumbres y los valores. Esa gentileza y respeto que nos caracteriza como pueblo de la que tanto habló José Martí cuando visitó la cuna del Libertador.
El respeto es la base esencial para una convivencia sana y pacífica entre los miembros de toda sociedad, pero parece que nosotros perdimos ese respeto y ese amor por lo nuestro en un transitar inexplicable, perderlo quizás fue lo más fácil, encontrarlo es una tarea titánica en la que cada uno de nosotros debe aportar un grano de arena y así ser una montaña inquebrantable.
Muchos han dicho que hay que saber de dónde venimos para poder imaginar hacía dónde vamos. Vale la pena citar John Kennedy: «No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país».
Que el odio, la rabia, la furia o la ira no nos lleven a enfrentarnos entre paisanos. Que prevalezca sobre cualquier cosa la armonía y el sentido común. Para que en las venideras elecciones presidenciales elijamos de acuerdo a nuestra preferencia partidista a un presidente y no a un vengador. Porque los venezolanos queremos paz.
Que la sonrisa vuelva a los labios de los ciudadanos.
Yo soy pueblo.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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