Ya lo llaman Delcygate, por Laureano Márquez
Como el Watergate, que llevó a Nixon a renunciar a la presidencia de los Estados Unidos, la visita de la segunda de a bordo se ha convertido en un escándalo que compromete ya a la presidencia de Pedro Sánchez, el primer ministro y casi rey de España. Un velo de misterio se teje sobre las 14 horas que pasó en Madrid la susodicha: que si no bajó del avión, que sí lo hizo pero sin pisar suelo español (quizá el suelo español está en el subsuelo), que si hablaron fue poquito, “que no, ¡pardiez! que fueron 25 minutos”, dicen los contrarios, “pero 24 de un silencio ensordecedor”, argumentan ellos en su defensa. El ministro se esconde, la eurocámara debate el caso. En fin, ella debe estar feliz, en el centro del debate mundial.
El caso es que el Parlamento Europeo, es decir, la versión contemporánea del Sacro Imperio Romano Germánico, debate hoy si el Delcygate violó las sanciones impuestas por la Comunidad Europea al régimen venezolano. Tremenda complicación para España. Una pregunta inocente surge de todo esto: ¿Por qué Sánchez arriesga tanto en la defensa de un régimen que todo el mundo democrático condena de manera unánime? Súmese a lo anterior la negativa de recibir a Guaidó, cuando las principales democracias del mundo lo hacían y él mismo lo había reconocido tiempo ha (que es lo de menos porque parece que el presidente español tiene una capacidad de desdecirse que ya hubiese querido aprovechar humorísticamente el gran Gila).