Lo suicidaron, por Laureano Márquez
Si algo muestra la historia venezolana es que la “verdad oficial” es esencialmente mentira. Esto ha sucedido en la I, II, III y IV república, pero sobre todo y de manera particularmente especial y cruel, en la V. Una mezcla de maldad y cinismo con tecnología y asesoría extranjera, consolida este momento como una de las más acabadas muestras de salvajismo político de nuestra historia. Como afirma Miguel Otero Silva en Casas muertas: “A este país se lo han cogido cuatro bárbaros, veinte bárbaros, a punta de lanza y látigo”.
Este tiempo tiene sus grillos, su Rotunda, su Guasina, su Seguridad Nacional, sus Amparos y -era de esperarse- sus “suicidios”
No es la primera vez que en Venezuela un preso político se “suicida” en cautiverio. Hagan memoria. En 1966, Fabricio Ojeda, dirigente de izquierda, es detenido –curiosamente justo después de haber sido denunciado como traidor por el Partido Comunista– y lo encuentran “suicidado” en la mañana en su celda cuando van llevarle el desayuno. Algo similar sucedió con Jorge Antonio Rodríguez, dirigente de la Liga Socialista, quien se habría “suicidado” en cautiverio en 1976. No son los únicos.
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Una muerte más se suma a la larga y dolorosa lista que llevamos en los últimos 20 años. Algún día, cuando este tiempo pase –porque pasará– habrá de construirse un museo de la memoria, para que todo lo que ha sucedido se recuerde y para que nunca más vuelva nuestra tierra a padecer los embates de la barbarie, de la que hablaba Otero Silva. Un museo habrá de hacerse donde estén los nombres, los sucesos, la verdad de los hechos que hoy el yugo opresor nos escamotea. Muchos de los que murieron no dejaron hijos, porque les fue arrebatada su preciosa vida cuando apenas estaba comenzando y viven en el doloroso recuerdo de sus padres y de todo el país.
Otros, los que dejan descendencia, menester es que tengan los hijos un espacio donde honrar a sus padres, donde se rememoran las injusticias cometidas y drenar dolores viejos, donde se les (nos) enseñe que las crueldades deben condenarse siempre, para que nunca caigan en la tentación de vengarse cometiendo las mismas atrocidades que ellos padecieron, terminando así con esta trágica cíclica historia de deudas acumuladas en el haber de nuestros sufrimientos ciudadanos.
El pueblo venezolano, curtido en dolores y abusos ancestrales y hábil en inventar frases y expresiones que den cuenta de aquello de lo que en un determinado momento no se puede hablar, acuñó esta ingeniosa expresión para casos como el que acabamos de presenciar: “lo suicidaron”