11 años de incoherencias, por Simón Boccanegra
El M-28 de la Universidad Central de Venezuela se llama así por aquella aventura que iniciaron un 28 de marzo del año 2001 un grupo de estudiantes chavistas, incluyendo al hijo de la entonces vicepresidenta Adina Bastidas, de «tomar» el salón de sesiones del Consejo Universitario de la UCV hasta el 5 de mayo cuando salieron sin pena ni gloria, dejando el rectorado incendiado y con daños evidentes.
Así nacieron los «tomistas», una suerte de improvisación de estudiantes y trabajadores pidiendo «constituyente universitaria» cuya manera de protestar fue instalarse en el salón, dañar sus instalaciones (incluyendo las obras de arte que lo adornan) y ubicar carpas en tierra de nadie y en los techos de la Plaza Cubierta.
En aquel momento el propio Chacumbele dijo «apoyamos la constituyente universitaria», y agregó que «que no se desesperen, que no vayan a caer en acciones desesperadas». Pero son desesperados, especialmente luego que Chacu les dio la espalda y hasta tuvo que echar para atrás una nueva Ley de Universidades cuando la fuerza estudiantil democrática lo paró en seco, obligando un veto presidencial. Esa «constituyente universitaria», curiosamente, no la exige el chavismo en las universidades pisadas por la bota del gobierno militar, como la Bolivariana, la Unefa o las experimentales. En esas no hay elección de ninguna autoridad, ni siquiera hay movimiento estudiantil que valga. En las universidades controladas por los rojos, la protesta está vetada.
Ojalá esos muchachos se pusieran serios y pidieran la democracia interna que tanto pregonan en sus supuestos objetivos en todas las casas de estudio del país. Al menos así habría coherencia. Eso sí, por favor no vayan a ir por ahí causando destrozos, incendios o grafiteando murales emblemáticos. Para luchar no hace falta agredir ni dañar.