Historias del ñere-ñere, por Juan Vicente Gómez
Autor: Juan Vicente Gómez
La fotografía que ilustra este artículo no es una imagen de archivo. Los ciento setenta y pico mil bolívares que aparecen fotografiados en la maleta de ese carro me fueron entregados, previas súplicas y excusas varias, en cuatro agencias bancarias a las que acudo con frecuencia en busca de efectivo. Confieso que ignoro si las monedas y los billetes de 2, 5, 10 y 20 aún son «de curso legal», pero los de 50 y de 100 todavía siguen teniendo algún tipo de aplicación práctica, echar gasolina, pagar pasajes de transporte público u obsequiar propinas menores.
A pesar de que los billetes de 50 y de 100 no han sido oficialmente sacados de circulación por el BCV, muchas veces se considera un insulto entregarlos por los inconvenientes que acarrean. Muchos estacionamientos de Caracas comenzaron a cobrar Bs 15 mil como tarifa única esta semana y ese pago puede implicar 300 billetes de 50, o 150 papelitos de 100.
Volviendo a la anécdota de “la maleta llena de real”, confieso que no me disgustó la idea de recibir aquel rosario de pichache. Las pacas inmanejables de dinero son un termómetro que nos permite medir las reacciones de la gente en la calle cuando confronta el dilema sobre si aceptar el “peor es nada en efectivo” o quedarse sin chance de brindar algún servicio o vender algún bien en medio de tanta pelazón.
Durante la temporada de béisbol 2017-18 fue frecuente ver puntos de débito en los estadios para pagar cervezas, comida y hasta chucherías. El protagonismo de los billetes degeneró en papelillo, utilizado para festejar batazos y victorias, arrebatos de agridulce celebración cuando el público echaba al viento los papeles moneda de menor denominación. El disgusto y la protesta contra las políticas económicas del gobierno marcaban el jolgorio irreverente, inusual catarsis que se repitió en todos los campos donde se jugó nuestra pelota profesional.
Con respecto a las monedas, esta semana comprobamos que una bolsa con mil unidades de Bs 1 pesa casi 8 kilogramos. Transportarlas y almacenarlas acarrea considerables dificultades. Un mamador de gallo sugirió, en tono agresivo, que las usara como “municiones” para “apedrear” a algún chavista. El tono inicial parecía burlón pero pronto giró hacia la rabia y aquel energúmeno se quedó vociferando barbaridades mientras uno acomodaba aquel “botín” dentro del auto.
Antes de comenzar a redactar esta nota ya había recorrido, sin suerte, tres agencias bancarias y cinco cajeros electrónicos durante una mañana. Los gerentes coreaban al unísono las mismas frases: “no tenemos remesa. No hay efectivo”. Otros clientes de esos bancos se quejaban amargamente: “ayer sí quedaba dinero pero estuvieron sin línea todo el día y pagaron, de a poquito, como si fuese Operación Morrocoy”.
Por una u otra razón, la escasez de billetes sigue exasperando al venezolano de a pie y deja al descubierto una de las aristas más irritantes de la ineptidud del gobierno en asuntos económicos.
Del BCV, ni hablar. Su autonomía es un mal chiste encriptado dentro de una ley que nunca tendrá cumplimiento mientras se mantenga el sistema político actual que desgobierna a Venezuela.
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