A falta del PAE, un comedor ofrece al menos una comida diaria a niños de Blandín
Durante poco más de un año que tiene fundado el comedor «la montañita en Blandín», las madres colaboradoras han sido víctimas de acosos por parte de los integrantes de los concejos comunales
Son las 8:00 am y ya las cinco madres que preparan el almuerzo en el comedor “La montañita” del barrio Blandín, se preparan para la faena.
A pocos kilómetros de la capital, en la carretera vieja Caracas – La Guaira, está el comedor liderado por Neiruska Yamarte, coordinadora de un centro que beneficia a 70 niños de entre 8 meses y 15 años, todos en condiciones vulnerables.
La crisis económica ha golpeado el bolsillo de los padres de la barriada, quienes se ven cada vez más limitados en el menú que pueden ofrecer a los pequeños de la casa, por lo que de lunes a viernes aseguran una comida en el comedor de la ONG Alimenta la Solidaridad.
Desde temprano las cinco madres “comprometidas” -como ellas mismas se hacen llamar-, prenden los fogones y comienza la tarea titánica de cocinar para todos los niños. La labor arranca por saber qué se va a preparar, decisión que está en manos de la coordinadora, quien debe decidir siempre la proteína, el carbohidrato y una porción de vegetales (ensalada) que, a pesar de que a los niños no les guste, no puede faltar, según el acuerdo establecido con los donantes.
A las 11:00 am llega el primer grupo de niños. Se trata de entre 15 y 20 chamos que llegan uniformados para comer e irse en muchas ocasiones caminando a la escuela de la zona o subir hasta la avenida Sucre, a unos cuatro kilómetros de la barriada, para asistir a su salón de clases.
Sí, porque los niños de Blandín no reciben el Programa de Alimentación Escolar (PAE), otrora exitoso proyecto que llevó alimentos a los niños de muchas escuelas primarias. Porque aunque el gobierno alega que el PAE atiende a más de cuatro millones de infantes (argumento usado para refutar el informe de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet), lo cierto a la escuela “Manuel María Enchendia”, donde estudian la mayoría de los niños del comedero, el alimento es algo que hace rato no llega.
Más allá de sus posibilidades
«La montañita» arrancó el 23 de mayo de 2018 en la casa de una de las “madres comprometidas”, que ofreció el lugar para llevar a cabo esta labor. Neriuska explica que solo dan el almuerzo a los niños, el desayuno y la cena corre por cuenta de los padres, lo que hace que muchas veces este sea el único plato de comida que se llevan a la boca los 70 infantes de Blandín.
“Tenemos como 20 casos de desnutrición, muchos de los niños son hijos de madres solteras, que no pueden trabajar por cuidar a sus muchachos, incluso hemos hecho excepciones y las atendemos a ellas también, no podemos dejarlas morir de hambre”, dice la coordinadora, quien se enfrenta a la vida con el ímpetu de quien hace el bien.
Esta labor es reconfortante, porque tú mismo ves la necesidad que se pasa aquí. Acá hay mucha gente pasando hambre, tú no sabes toda la cantidad de personas que llegan pidiendo que le inscribamos a sus hijos en el comedor, pero no tenemos más capacidad, ya la hemos sobrepasado, incluso comenzamos con 56 y el número aumentó”
Entre los casos más dramáticos en el sector está el de Alejandra Hartt, de 24 años, una joven madre que vive junto a sus tres hijos y su progenitora. El mayor de sus niños tiene solo 7 años, mientras que el más pequeño apenas llega a los 10 meses, razón por la cual la mujer no puede salir a trabajar.
“Vivo de rebuscarme por ahí con cualquier negocio, pero no es siempre, es que si vendiendo esto u otra cosita… El comedor me ayuda muchísimo, ya por lo menos sé que aquí tienen una comida balanceada… a veces tienen hambre y no tengo nada que darles, si puedo resuelvo, sino le digo que tienen que esperar hasta que llegue la hora de bajar”, dijo a TalCual, mientras esperaba a las afueras del comedor a que salieran sus pequeños.
La mujer no recibe ningún beneficio del Estado más que la caja que se recibe a través de los Comité Local de Abastecimiento y Producción (CLAP), la cual no llega con regularidad.
Una traba en el camino
Durante el poco más de un año que tiene fundado el comedor, las madres colaboradoras han sido víctimas de acosos por parte de los integrantes de los concejos comunales. A pesar de que la labor que realizan viene a solventar una carencia del gobierno y beneficia a los niños de la comunidad, tanto Neriuska como sus demás compañeras han sido amenazas con quitarles las cajas que reciben del CLAP, o de cerrar el preciado comedor.
“Uno ve cuáles son las condiciones de vida de la gente aquí, basta con que veas la bolsita que les da el gobierno que trae dos o tres harinas, dos arroz, y un kilo de pasta… muchas madres tienes solo para comprar eso”, detalla la coordinadora, al explicar que las han amenazado de incluso mandarles hasta “el Estado Mayor” que cerrará el comedor.
Para ella esto es un absurdo. “Cómo cerrar algo que beneficia a la comunidad. Y yo no creo que se atrevan, hasta ahora no lo han hecho, pero eso no es una cosa que me quita el sueño, porque el comedor funciona en la casa de una de las madres, ella es la dueña de ese lugar y decide qué se hace”
Aunque tiene sus propios hijos y problemas propios de salud en los que preocuparse Neriuska no sede en la labor de sacar adelante sus niños y el comedor, “beneficio en gratitud, porque en lo que yo salgo vienen los niños corriendo a abrazarme… Sabemos el trabajo que estaban pasando porque uno mismo lo veía, ellos son el futuro de Venezuela, queremos nosotros que sean ellos los que puedan levantar este país”.
En Venezuela los comedores en las zonas populares han sido creados en medio de la crisis como un método para resguardar y proteger la alimentación de los más chiquitos, todo como una iniciativa que busca suplir las carencias del Estado.