¿A qué vienes?, por Teodoro Petkoff
Vamos a ver, amigo lector: ¿a qué cree usted que viene Chávez en este nuevo toque técnico que hará en el país antes de su próxima escapada? ¿A sacarnos de esta angustia, de esta neurosis, que nos agobia desde que dijo que estudiaba lo del estado de excepción? Tibio. ¿A verificar si los banqueros bajaron las tasas de interés? Tibio, tibio. ¿A pararle el trote a Pablo Medina, antes de que acabe con las reservas internacionales? Por allí fumea algo. ¿A colocar la primera piedra de la nueva sede del MBR-200? Frío, frío. ¿A chequear la marcha de la reforma judicial? Ahí, ahí. ¿A resolver de una vez esta cuestión con Miquilena? ¿A romper el clinch entre Adina y Blanquita por lo del salario mínimo? ¿A darle, por fin , su decreto de emergencia aduanal a Vielma Mora? ¿A definir lo de las leyes de seguridad social? Frío, hay cosas más importantes. ¿A verificar si Adina va a sacar, por fin, las leyes de la Habilitante? Tibio, tibio.
No acertó usted, amigo lector. Lo primero que hará Hugo, al no más poner pie en tierra, es preguntarle al comandante del Ejército Libertador, general Lucas Rincón, cómo marchan los preparativos para la gran superproducción que dejará como película de comiquitas las de Cecil B. De Mille: «La Batalla de Carabobo, parte dos», en vivo y en directo desde las propias colinas del campo que hoy se disputan fieramente Chávez y Salas Römer.
La historia se complace en ironías deliciosas. Que le haya tocado precisamente a José Vicente Rangel ser el vocero de este gigantesco teatro es una de ellas. Casi se pueden imaginar las crónicas que José Vicente habría escrito si una ocurrencia de estas la hubiera parido Pérez, por ejemplo. Pero Dios castiga sin palo ni mandador. Le ha tocado precisamente al culto José Vicente, al de la prosa tersa y sobria, al de un sentido del ridículo casi obsesivo, tener que fungir de relacionista público del montaje que se prepara para el 24 de junio. ¡Qué de ácidos calificativos no habría utilizado José Vicente para burlarse de esta estrambótica idea, si ella hubiera salido de la cabeza de uno de los prohombres de la Cuarta! ¡Qué de cuentos no habría echado Cicerón sobre el murmullo en la Fuerza Armada ante el papelazo que la ponen a jugar! Puede uno ver a José Vicente en su programa de televisión sacándonos la cuenta de cuántas casitas se habrían podido construir con lo que se va a gastar en «La Batalla de Carabobo, parte dos», cuántos hospitales habrían podido ser dotados, cuántas cajas de tiza se podrían haber comprado para las escuelas, cuántos viajes interplanetarios del presidente habrían podido pagarse con estos churupos. El periodista Rangel, el escritor Rangel, el implacable crítico Rangel, debe estar lamentando la fantástica oportunidad perdida.
Ya se oyen los claros clarines; ya salió Urdaneta de Maracaibo y llegó a Carora; Ber-múdez ya arrancó de Clarines y el sábado pasado estaba en Boca de Uchire; desde los llanos apureños vienen los lanceros de Páez y desde Barinas ya partió el propio Simón José Antonio, quien para el día de hoy acampa en Boconoíto.
Se pregunta uno: ¿quién irá a hacer el papel de Bolívar en este acto cultural (en el sentido cabrujiano del concepto)? ¿Quién el de Páez? (¿cómo hacer, dios de las batallas, para sacar de la gran obra a este traidor?). El de Negro Primero está claro: ¿quién más que Aristóbulo?