A tu papá o a tu mamá, por Carolina Gómez-Ávila
Twitter: @cgomezavila
El miedo a contagiarse de covid sumado al encierro de más de un año está haciendo efecto. Lo hace, por ejemplo, en forma de falsos dilemas que traicionan nuestra precaria paz mental.
El asunto es que la pandemia sumó un nuevo reclamo: vacunas. No de cualquier manera, no con prerrogativas para los trabajadores de Fedecámaras, no revendidas por quién-sabe-cuál-funcionario-civil-o-militar-corrupto, no a través de sorteos políticos, no como parte de la campaña de la farsa regional. Vacunas pensando en la nación, administradas según un plan nacional elaborado con estricto criterio científico: personal sanitario, grupos etarios y comorbilidades de riesgo en el orden preciso para que seamos inmunizados de la única manera en la que se pueden liberar camas, profesionales de la salud, equipos y medicinas, de modo que el sistema hospitalario pueda volver a atender —mal, como ya lo hacía, pero no peor— a la población. ¿Hace cuánto que no piensan en la nación?
Convendría que lo hicieran, porque es la nación la que necesita recuperar la paz social para progresar. Además, no es verdad que bajo la misma bota se pueda enmendar el camino económico. Eso ya no es posible porque hay un conflicto político que lo impide.
Entonces, el reclamo anterior a la pandemia no ha perdido ninguna vigencia: para recuperar la paz social y retomar un camino que permita planear el desarrollo que nos robaron en los últimos 20 años, es menester que haya alternancia democrática.
Pero no cualquier alternancia. Igual que con las vacunas, no puede planearse de cualquier manera, inhabilitando a los opositores con verdadera opción, nombrando al árbitro que se prestará al chanchullo, tutelados por poderes públicos que, desde 2016, han demostrado, un día tras otro, no ser independientes ni ofrecer control recíproco, sino recíproca complicidad.
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Elecciones libres y justas, dice el estándar internacional firmado por Venezuela. Una firma vinculante porque todos los tratados internacionales están relegitimados en la Constitución vigente. A algunos, esa lista de condiciones les parece de ilusos, de cómo-se-te-ocurre-pretender-eso. A esos podríamos darles la razón y decirles que nos conformamos con el cumplimiento cabal de la Constitución, lo que pone todo peor, porque lo electoral, desde que el Poder Judicial invalidó el proceso revocatorio emprendido en 2016, está viciado de nulidad absoluta.
Estas son, en resumen, las dos preocupaciones fundamentales de los venezolanos. Sin resolverlas, no hay posibilidad de reencaminar la vida y la economía de la nación. El problema es que se está introduciendo el perverso falso dilema de escoger entre una y otra cosa. Hay operadores de este cuestionamiento retorcido que favorecen la tesis de dejar de luchar por elecciones libres y justas para tener las vacunas.
Me parece increíble que alguien tenga el tupé de plantear algo así. Me hace recordar aquella perversamente angustiosa pregunta infantil: ¿A quién quieres más, a tu papá o a tu mamá? Ese es el primer falso dilema al que nos tenemos que enfrentar en la vida. Resolverlo es fácil cuando somos adultos: a los dos los queremos igual.
Pero cuando somos niños no distinguimos entre querer y preferir según esta o aquella necesidad. ¿Qué quieres más, sentarte a almorzar o ir al baño? Obviamente, querremos las dos cosas, según el momento y según nuestra urgencia. Igual que con todo.
Si es más agobiante el miedo a enfermarnos y morir —y no sabemos distinguir entre querer y sentir urgencia— diremos que queremos vacunas. Pero ya vacunados, resuelta la urgencia, querremos progresar y, para eso, elecciones libres y justas.
No hay dilema y no se puede dejar de pedir ninguna, porque la que caiga en el olvido terminará perdida para siempre. Queremos las dos cosas: las vacunas y las elecciones libres y justas. Para tener esperanza de vida biológica, la primera. Para que la vida biológica tenga sentido, la segunda.
Carolina Gómez-Ávila tiene más de 30 años de experiencia en radio, televisión y medios escritos y escribe sus puntos de vista como una ciudadana común.
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