¿Adónde Irak?, por Teodoro Petkoff
Sin duda que para Bush y Blair, después de meses de malas noticias desde el fin “oficial” de la guerra en Irak, la captura de Saddam Hussein constituye un alivio para sus tribulaciones. Ambos mandatarios, cuyas respectivas popularidades se vinieron en picada al ritmo de las bombas y las muertes en Irak, pueden hoy exhibir, aliviados, la presa más importante de su cacería. A falta de las “armas de destrucción masiva”, que no han aparecido –y de las cuales seguramente no se hablará más–, Hussein en prisión constituye un trofeo al cual seguramente Bush y Blair (y también el pepa asomada de Aznar), tratarán de sacarle el mayor provecho político.
Este episodio pone punto final a la carrera de un dictador tenebroso y cruel, que supo mantenerse sacando partido de las contradicciones entre las potencias de la Guerra Fría. La CIA encontró en él al ambicioso coronel disponible para liquidar el gobierno nacionalista –y eventualmente prosoviético– de Karim Kassem. Luego, armado por los Estados Unidos con armas convencionales de última generación pero también con gases venenosos, se enfrentó al Irán de los ayatolas en una guerra implacable que dejó más de un millón de muertos y un empate. Se las arregló para establecer vínculos políticos y militares con la antigua Unión Soviética, que vio en la dictadura iraquí una cabeza de playa en un Medio Oriente donde su archirrival lograba una paradójica y complicada maraña de alianzas al mismo tiempo con Israel y con algunos de sus más enconados adversarios árabes. Desaparecida la URSS y roto el equilibrio de poderes que preservaba las esferas de influencia de cada uno de los dos colosos planetarios, Bush padre, aprovechando la invasión iraquí a Kuwait, lanzó la primera guerra contra Irak pero Hussein sobrevivió a la “Tormenta del Desierto”.
Hasta ahora, cuando Bush hijo completó la tarea inconclusa, metiéndose en el mero corazón del Medio Oriente, en una posición geoestratégica privilegiada, con sus tropas instaladas en el centro de una región particularmente volátil e inestable, con los fabulosos recursos petroleros de Irak en las manos. Pura ganancia. Aparentemente. Porque Irak continúa siendo un país de precaria gobernabilidad, donde la pesada presencia militar norteamericana no sólo no desactiva sino que estimula una resistencia creciente, cada vez más dura y letal, que no cesará a pesar de la detención de Hussein, mientras en el porvenir se insinúe la perspectiva, políticamente explosiva, de un Irak en condición de protectorado norteamericano, lo cual no será sino gasolina para la candela del nacionalismo árabe.
La única baza importante que tiene Bush para desmontar la peligrosa bomba mesoriental sería una acción decisiva para procurar una solución justa a la sangrienta confrontación israelo-palestina.
Tal vez cuando la euforia derivada de la captura de Hussein ceda un poco y la áspera realidad cotidiana de aquellos escenarios recupere la primera plana puedan entender Bush y sus halcones neoconservadores que la ley del revólver, así sea atómico, sólo funciona en las películas de vaqueros.