Agárrenme que lo mato, por Simón Boccanegra

Se dice que el hombre es el único animal que tropieza con la misma piedra dos veces. Si así fuere Chacumbele debe ser un animal fuera de serie porque ese no tropieza una segunda vez sino que cada vez que vuelve a ver la misma piedra en el camino vuelve a caerse. Tantas veces que se ha visto obligado a pedir excusas por las bravuconadas y los dicterios que ha derramado sobre quienes considera enemigos y siempre vuelve al mismo lenguaje retrechero y echón. Por cierto, siempre insulta de lejitos; de frente nunca lo hemos oído decirle nada a nadie –a menos que sea camarógrafo del canal 8 o uno de sus ministros o subalternos; en fin, cualquiera de los que está seguro que jamás en la vida se atreverían a responderle porque no se si lo creen guapo pero si lo saben apoyado. Sus bravatas recuerdan demasiado las de otros que tenían la misma costumbre de gritar «agarrenme que lo mato» y cuando les tocó demostrar el coraje en los hechos dieron pena ajena. Uno recuerda a Gaddafi. Ese se comía vivos a los gringos, hasta que Reagan le soltó unos bombazos y se le acabó la habladera de pistoladas, pidió perdón por la voladura del avión de Panam y pagó millones de dólares de compensación. De ahí en adelante no se le oyó más. Recuerda uno también a Saddam Hussein, el mismo que acuñó la expresión «la madre de todas las batallas», jactándose de que sacaría a los gringos a sombrerazos. Ya se sabe como terminó el asunto. Una cosa es el lenguaje digno y sobrio de defensa de la soberanía (que sería muy justificado, por ejemplo, ante los paseos de la IV Flota gringa) y cosa muy distinta la boconería y los aguajes. Son patéticas. Hussein era un bocón sanguinario. Es su pueblo, el mismo sobre el cual reinaba a punta de terror, el que ha sacado la cara por la patria.