Aló… ¿Presidente?; por Teodoro Petkoff
La República vive un clima político que, por decir lo menos, puede ser calificado de extraño. Constitucionalmente, o sea, «técnicamente», no hay un gobierno. Por un lado, el Presidente electo no ha tomado posesión de su cargo a falta de esa formalidad esencial que es su juramentación, de modo que no hay Presidente en ejercicio; tampoco hay vicepresidente legal porque Nicolás Maduro desempeñó el cargo hasta el 9 de enero y ese día, a medianoche, cesó en sus funciones al finalizar el periodo presidencial anterior, durante el cual había sido designado por Chávez. No habiendo Presidente en ejercicio, Maduro no ha sido designado por nadie para la vicepresidencia y mucho menos para ejercer algunas funciones de la presidencia. En la práctica, sin embargo, y a despecho de ella, el TSJ se las arregló para darle una cobertura supuestamente constitucional a este brollo con la «doctrina» de la «continuidad administrativa». El problema, empero, no es administrativo sino político. Lo políticamente kafkiano de la situación sube de punto con el retorno de Chávez.
Efectivamente, el Presidente regresó de Cuba pero no poca gente piensa que todavía sigue allá, dado que la práctica de mantenerlo invisible se trasladó de la isla a su propia tierra. Habría podido pensarse que si Chávez regresaba al país, por mucho que hubiera sido para internarse en el Hospital Militar, alguna señal de su presencia física podía y debería haber dado. Pero no fue así. La incertidumbre que ganó al país al prolongarse por más de dos meses su estadía invisible en Cuba, apagada con su retorno, ha rebotado bajo una nueva forma. Cierto, el hombre está aquí pero, ¿por qué ni siquiera se asoma a una ventana y hace un saludito desde lejos? Para adversarios y, sobre todo, para partidarios, esto, más que inexplicable, resulta ya misterioso.
Por allí se leen y escuchan opiniones que consideran esto como una táctica maquiavélica y genial del propio Chávez, no sólo para mantener al país en ascuas sino para hacer de su enfermedad, y de él mismo, el alfa y omega de la vida nacional, tema único, que tapa todo lo demás, incluyendo la devaluación y sus consecuencias. A lo mejor es así, pero si lo fuere, se equivoca. Es difícil imaginar cómo puede convenirle al gobierno tener al Presidente tan oculto que ni siquiera su amigo Evo Morales (además Presidente de otro país, esto es, no cualquier mortal) pudo echarle una ojeada y saludarlo personalmente. Tal conducta se presta para una acumulación de especulaciones, a cuál más extravagante. La delgadísima hoja de parra inventada por el TSJ, para cubrir la desnudez institucional que vive el país ya está a punto de caer y dejar plenamente al descubierto la anomalía que vivimos. Un país, cualquier país, puede soportar un mal gobierno, pero lo que sí no puede tolerar por mucho tiempo es que no haya gobierno. Que no haya una voz constitucionalmente autorizada para ello que responda el teléfono en Miraflores.