Américo, siempre presente, por Gregorio Salazar
Cuando la necesidad de la unidad se hizo más patente, Américo Martín no dejó de recordar que el 23 de enero del 58 «fue posible por la unidad granítica construida por partidos hasta poco antes ferozmente enfrentados»
Twitter: @goyosalazar
Un año de la partida de Américo Martín y aquí sigue presente su larga visión de estratega, fresco se mantiene su probo ejemplo, el caudal amplio y sereno de su palabra apuntando retos y senderos para la impostergable reconquista de la democracia.
Después de 84 años de tránsito vital y casi 70 de lucha política, al morir, Martín había experimentado desde su juventud un nada común recorrido, que lo destaca como uno de los más lúcidos y comprometidos exponentes de una generación de jóvenes que abrazó la lucha política en medio de la dictadura perezjimenista.
Enfrentó esa tiranía, padeció cárcel y tortura, fue fundador de partidos, líder universitario, guerrillero, congresista, candidato presidencial, escritor, investigador histórico y, desde una posición independiente, un negociador, una voz orientadora, oída y respetada en estos agitados tiempos de nuevos autoritarismos.
Y siempre como herramienta primordial de sus luchas, la pasión constante por la escritura, que ejerció de forma brillante y prolífica: articulista, ensayista, autor de varios libros, de los cuales su último legado fueron los tres tomos de sus Memorias, testimonio sincero y prolijo recogido en varios tomos, partiendo de lo familiar, sus trances incesantes en el trajinar político y la evolución de su pensamiento de dirigente de izquierda, hasta su ruptura con los postulados marxistas para tornar a las fuentes originales de la socialdemocracia.
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«Estoy y estaré a favor de la condición humana, de la libertad y el pluralismo, de la dignidad de la disidencia, de la resistencia contra la opresión, la discriminación, la vejación, la tortura, la persecución», consignó en las palabras iniciales del primer tomo de esas Memorias, ratificación de su rechazo a toda expresión de dictadura, totalitarismo y militarismo.
TalCual tuvo desde su fundación el honor y el privilegio de contar entre sus articulistas a un político de la honestidad intelectual y autenticidad vital de Américo Martín. En sus páginas han quedado para la historia su aguda visión sobre la atribulada Venezuela de los últimos 22 años, pero también sus análisis, sus denuncias, sus advertencias, sus respetuosas exhortaciones y orientaciones a la dirigencia política.
Desde estos espacios, Martín, testigo de excepción y actor de este accidentado período, siguió con honda preocupación, y no sin angustias, la deriva antidemocrática por la que se despeñó el país, pero también las equivocaciones de la oposición y entre ellas la línea abstencionista cíclicamente abandonada y retomada.
«Las reglas de la política no son las del ajedrez, donde los jugadores anticipan movimientos con unas piezas inertes. En la política la pelea se da en todos los espacios. Quien se abstiene pierde. Territorio abandonado es territorio ocupado por el adversario…», le insistió vehementemente a una oposición a la que veía en riesgo de autocondenarse al tormento del eterno recomenzar de Sísifo.
Apasionado conocedor de la historia de nuestro país y el mundo, recurrió persistentemente a ella como fuente de las claves aleccionadoras que deben iluminar las búsquedas del presente. Cuando la necesidad de la unidad se hizo más patente, no dejó de recordar que el 23 de enero del 58 «fue posible por la unidad granítica construida por partidos hasta poco antes ferozmente enfrentados».
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«Lo recuerdo bien. Los coléricos fueron desplazados por la unidad. Nadie movía una hoja contra ella. Era una fe. Era una religión, la religión de la unidad. Créanme, solo así se puede», escribió más de un año antes de la victoria arrolladora de la oposición en las elecciones parlamentarias del 2015.
Admirador del proceso político de la España posfranquista, tenía la unidad alcanzada como una hazaña inolvidable, posible gracias al coraje de cuatro líderes que enterraron sus viejas cuentas por cobrar, para darle a ese país «una paz sólida que permitió entrar al mundo desarrollado».
Y viendo las idas y venidas de los fracasos del diálogo en Venezuela, más de una vez se preguntó: «Por qué diablos en Colombia pueden negociar enemigos sumergidos en una guerra satánica de dos años y en Venezuela, con pretextos banales, se desalientan negociaciones en busca de eventuales acuerdos».
Para estos tiempos en que el sistema educativo venezolano agoniza entre la deserción escolar, maestros y profesores en situación de miseria y la infraestructura derruida, vale recordar a Martín señalando la incompatibilidad de educación y dictadura, «tanto como lo son civilismo y militarismo».
«Amputarle a la democracia el brazo educativo es entregarla a las más altas expresiones del salvajismo totalitario», dijo hace menos de dos años e invocó el ejemplo heroico de Ruiz Pineda para trabajar por «una democracia plena, valiente y con sus brazos completos».
Respeto a la pluralidad. Diálogo. Construcción política de acuerdos. Unidad antes y después del cambio. Y con el énfasis en que este «ha de ser pacífico, unitario y para beneficio de todos más allá de sus banderas».
Una visión de grandeza política, labrada a cincelazos de fe en un destino de democracia, paz y progreso para Venezuela y sus ciudadanos. Así la tuvo y la mantuvo hasta su último día el Américo Martín que partió de entre nosotros el 17 de febrero de 2022, hace hoy exactamente un año.