Antiambientalismo como política de los Estados, por Pascual Curcio Morrone
Se llega a la pobreza cuando priva
la concepción individualista en las acciones del Estado.
Hegel, finales del siglo XVIII e inicios del XIX.
Veo detenidamente la vegetación arbórea en nuestro querido y emblemático Parque del Este o Francisco de Miranda en Caracas y detallo que está enferma, sus ramas muestran la parasitaria tiña, evidencia clara de no recibir cuidos, al menos un elemental tratamiento fitosanitario. El suelo poblado con gramíneas secas evidencian la falta de riego por meses —solo la solidaria lluvia podría calmar su sed—, agravándose la «salud ecológica» de tales gramíneas por el constante pisoteo de las personas que buscan tomarse fotos junto a una que otra figura elaborada con resinas plásticas colocadas en su particular hábitat —grotescamente observado en los pasados carnavales en Paseo Los Próceres—, muy a pesar de estar protegido taxativamente las referidas áreas verdes por todas las leyes ambientales emitidas por el Estado venezolano, realidad que se repite endémicamente a lo largo y ancho de nuestra gran metrópolis capitalina.
A muchos de estos árboles moribundos que hacen vida urbana junto a nosotros en la «alocada» gran ciudad, les espera una muerte similar a la que ya han tenido muchos compañeros en su misma condición: la tala, como observamos con frecuencia por avenidas y calles.
Observo detenidamente el paisaje de nuestro querido Parque del Este y solo se me ocurre conceptualizar a este triste espectáculo: «genocidio ecológico», el cual con profunda preocupación percibo día a día su avance a pasos indetenibles por toda la ciudad capital y su área metropolitana, incluso ya empieza a observarse su ascenso por las faldas intervenidas de nuestro gran pulmón vegetal: el Parque Nacional Waraira Repano o Parque El Avila.
Leer los anteriores párrafos puede dar a entender la falsa idea de que el Estado venezolano es el único en todo el planeta que no se preocupa por atender las disposiciones que en materia del cuido del medio ambiente se concluyen en los eventos internacionales. No, no es el único. La gran mayoría de los Estados y, en general, la humanidad no termina de comprender que el medio físico-natural con el cual convivimos, inexorablemente, es un ente vivo con una dinámica muy peculiar que evoluciona constantemente al poseer su propio metabolismo, mucho más lento que el de cualquier ser vivo animal, pero lo tiene.
En términos geotécnicos tal metabolismo recibe el nombre particular de morfogénesis y los árboles, la vida vegetal en general, es un componente vital en el funcionamiento del metabolismo medio ambiental -.
El 24 de enero del año 2019, la ONU publicó un informe titulado Estado de derecho ambiental: primer informe global donde concluye que, aunque el volumen de resoluciones en materia ambiental se ha multiplicado 38 veces desde el año 1972, la incapacidad de aplicar y hacer cumplir plenamente las regulaciones acordadas constituye uno de los mayores desafíos para mitigar el cambio climático, reducir la contaminación y tomar el camino de la sustentabilidad para la biota, el componente orgánico del medio físico-natural, la vida vegetal.
Ese informe concluye que, a pesar de haberse efectuado más de 1.100 acuerdos internacionales vinculados a la protección del medio ambiente desde 1972, elaborarse múltiples leyes marco y establecer alianzas multilaterales, ni siquiera con la asignación de fondos se han podido construir organismos ambientales regionales sólidos capaces de hacer cumplir con efectividad las resoluciones y reglamentos acordados.
*Lea también: En el lago de Maracaibo pescan más kilos de plástico que peces
Uno de los aspectos más preocupantes para la ONU —y donde la colectividad mundial presenta más resistencia— es el gran peligro ecológico que representa el maltrato de los ecosistemas vinculado a la producción y desechos de contaminantes, en específico a la producción y manejo del plástico, algo muy arraigado en la vida cotidiana desde los años 50, cuando se disparó la producción y consumo de hidrocarburos. En esta dinámica se destaca la conducta del colectivo venezolano por ser el Estado un productor–exportador de petróleo y, por asociación, se convirtió el pueblo venezolano en un consumidor tradicional de plásticos en todas sus formas.
Ante tan preocupante realidad internacional, 175 países emitieron una resolución en la segunda sesión de la 5ta. Asamblea de las Naciones Unidas por el Medio Ambiente efectuada en Nairobi (Kenia), entre el 28 de febrero y el 2 de marzo del año 2022. La primera sesión se había realizado el año anterior para intentar disminuir significativamente la contaminación del plástico.
La resolución de 2022 muchos ambientalistas y expertos en el tema la califican como histórica: forjar un acuerdo vinculante para finales del año 2024 para terminar de una buena vez con tal contaminación.
Vale la pena mencionar las palabras con las que el presidente de dicha asamblea, el ministro de Clima y Medio Ambiente de Noruega, Espen Barth Eide, cerró el evento: «La contaminación del plástico se ha convertido en una epidemia, con la resolución de hoy estamos oficialmente en camino de una cura».
Ahora bien, me pregunto: ¿en verdad el colectivo planetario se hará solidario voluntariamente con las palabras del noruego Espen Barth Eide? Lo considero muy difícil si los Estados no se abocan con seriedad a revisar su realidad ambiental particular y tomar severas medidas al respecto.
En este punto, cito nuevamente una reflexión del filósofo germano Hegel: «La idea ha de conocerse a sí misma, también tendrá que ser objeto para sí misma, tendrá que objetivarse y, como fuera de la idea no hay nada, tiene que ser esta misma la que produzca la realidad, poniendo ante todo la naturaleza».
En palabras más simples: si un Estado no refleja en sus políticas públicas una verdadera conciencia ambiental, jamás el colectivo subordinado a la idea–imagen que refleje el Estado podrá tener conciencia ambiental e, inevitablemente, vamos al desastre ecológico.
No vemos, al menos en la lectura de las cifras estadísticas antes de la crisis sanitaria-económica acaecida en el mundo a finales del año 2019, una intención tangible de los Estados para ir disminuyendo la producción y consumo de plásticos, el principal agresor tecnológico del medio ambiente.
Plastic Europa —asociación empresarial que representa a los fabricantes de polímeros activos en el sector del plástico en Europa— explica cómo al año 1950 la producción mundial de plástico era de 1,5 millones de toneladas, pasando a 299 millones de toneladas al año 2013, abarcando el 4% del consumo de petróleo mundial a tal fecha, incrementándose la producción de este activo contaminante del medio ambiente en casi 200 veces en un lapso de 63 años.
China era el Estado con mayor producción al concentrar el 24,8% del total —aún hoy en día lo sigue siendo—, superando a EEUU, Canadá y México juntos, los cuales generaban al año 2013 el 19,4% de la producción mundial. Por su parte, Europa concentraba el 16% del total —el Estado alemán, el mayor productor, prácticamente duplicaba a Italia, el segundo en la lista—; los Estados latinoamericanos colaborábamos en esta contaminación planetaria un poco menos en términos proporcionales: 4% del total mundial. No se incluye a México.
Lo medular mostrado por las estadísticas es que la producción mundial y su posterior consumo jamás ha mostrado una tendencia estadística a la baja, lo que evidencia la no convicción de los propios Estados en hacerlo y, consecuentemente, de las personas; tendencia alcista que es detenida bruscamente a finales del año 2019 por la crisis sanitaria–económica que vivimos desde ese entonces. Año 2019, inicio de la crisis sanitaria-económica mundial actual, año en el cual la producción mundial de plástico alcanzó la aberrante cifra de 368 millones de toneladas (cifra aportada por Plastic Europa).
Ante la evidente falta de conciencia ambiental por parte de los Estados, fijó la segunda sesión de la 5ta. Asamblea de la ONU en materia ambiental aspectos o estrategias de acción que ya habían sido planteadas hace décadas, como lo fue trabajar conjuntamente con los entes regionales tanto privados como oficiales para abandonar los plásticos de un solo uso —pitillos, cucharas, platos, esas hojas de plástico que utilizan en los supermercados para envolver alimentos y las bolsas para llevar productos, entre otros— e insistiendo en la importancia de activar lo que se ha venido denominando en el colectivo ecologista «economía circular», el reciclaje, resaltando la importancia de mantener la inversión en investigación en este sentido, aspirando lograr las siguientes metas en el corto plazo:
*Lea también: La economía circular para el tratamiento de aguas residuales, por Leslie Brooks
1.- Reducir el volumen de plásticos que llegan a los mares y océanos en más de un 80% para el año 2040.
2.- Reducir la producción de plástico virgen en un 55%, eliminando totalmente la producción de envases de poliestireno (esas bandejitas de anime de uso cotidiano entre los venezolanos donde colocamos cualquier alimento para transportarlo, así como también vasos, platos y otros cortes realizados con este material).
3.-Reducir la emisión de gases de efecto de invernadero en un 25% por causa de la quema del plástico (acción muy frecuente en el país debido a la práctica usual de quema en los botaderos de residuos sólidos que se suceden en toda su geografía; el plástico constituía el 34,3% del volumen total del sitio de disposición final; INE, 1998, último dato disponible verificable).
En síntesis, lo medular acordado en la citada asamblea planetaria por la salud de nuestra «madre tierra» es lo referente a retomar y aplicar el concepto de «economía circular» en todas las naciones, noción que se apoya en los fundamentos de la escuela ecologista tradicional y la cual propone un cambio de paradigma: reducir, reutilizar y reciclar los desechos sólidos que generamos bajo un enfoque muy preciso: el residuo debe perder su condición de tal y convertirse en la materia prima «alimentaria» de los ciclos naturales o transformarse en combustible para generar energía no contaminante —Noruega y Suecia importan desechos sólidos, los cuales son quemados para producir energía en plantas termoeléctricas diseñadas para tal fin—, o para formar parte de nuevos productos tecnológicos con un mínimo gasto energético.
Tengamos como idea fija el hecho cierto de que la naturaleza es nuestro principal maestro educador, absolutamente nada desecha, lo que nos enseña una regla muy básica para subsistir: no desechar, aprovechar es el objetivo; la naturaleza todo lo recicla.
En 1998, en la República Bolivariana de Venezuela sólo se reciclaba el 13,6% del total de residuos sólidos. Con respecto al plástico, sólo se reciclaba entonces 1,4% sobre un total de 141.286 toneladas que llegó a los sitios de disposición final (último dato disponible verificable).
Para el año 1998 la producción de resinas plásticas en Venezuela era de 344.600 toneladas (INE: Generación de residuos sólidos y urbanismo, año 2000) llegando a alcanzar la cifra de 812.000 toneladas de producción al año 2013 (Avipla, informe año 2015). Al 14 de febrero del año 2022, Avipla notifica que la producción nacional de plástico se ubica en poco más de 30.000 toneladas mensuales y aspiran firmemente a incrementar la producción.
Luego de la crisis sanitaria–económica mundial surgida en 2019, el Estado venezolano ha trabajado para incrementar la producción de plástico y alcanzó en 2022 la producción de 1998. El punto preocupante al revisar los informes de Avipla es la tendencia a incrementar producción, pero nada se comenta sobre reciclaje o «economía circular» como se acordó en la ONU.
Hoy, el 80% de la materia prima es importada de Colombia (unos 15,5 millones de dólares) y son resinas plásticas y manufacturadas, según cifras de Inseroca de abril de 2022. El polietileno, utilizado para hacer esas bolsas plásticas que nos venden en los supermercados, es un polímero sintético que debe ser descartado en atención a las resoluciones ambientales planetarias por ser el emisor más prolífico de metano y etileno (gases) al degradarse. Sin embargo, el Estado venezolano provee las divisas a los importadores para traer esa materia prima.
Es una práctica cotidiana de la población venezolana ir a un supermercado y solicitar que el producto sea colocado en una bandeja de poliestireno y, posteriormente, envuelto por una hoja plástica elaborada con polietileno; luego, pasamos por la caja a cancelar y se nos da una bolsa de plástico también de polietileno para depositar los productos adquiridos conjuntamente con el recibo de compra, el cual muestra un brillo y cuya característica más común es que se puede dejar una raya oscura sobre él cuando marcamos con fuerza la uña. En este punto, hay que considerar otra resolución ambiental internacional que cotidianamente contravenimos y que el Estado no atiende: las facturas eléctricas contaminantes.
90% de los recibos que nos entregan en tiendas están elaborados con papel térmico que contiene Biesfenol A (BPA), un elemento químico perjudicial para la salud al afectar directamente el equilibrio hormonal de nuestro cuerpo. No se encuentra tal producto químico solamente en los recibos térmicos, se usa en la producción de plásticos de policarbonato (para envases de alimentos, bebidas embotelladas y lubricantes, entre otros) y resinas epoxídicas usadas en trabajos industriales como revestimiento de suelos y como adhesivo en la manufacturación industrial de los vehículos. La naturaleza puede tardar hasta un milenio en desintegrarlos.
La alta peligrosidad generada por el uso del Biesfenol A viene determinada desde el año 2010, establecida en la reunión de expertos investigadores auspiciada por la Organización Mundial de la Salud efectuada el 3 de noviembre de ese año, donde se precisó la toxicidad de tal compuesto. En 2011, la Unión Europea prohibió el uso de Biesfenol A para la fabricación de biberones al igual que en juguetes infantiles. En Venezuela aún esperamos que se hagan públicas resoluciones en este aspecto.
Es preocupante la cotidianidad en el uso del plástico en Venezuela así como también la evidente ineficiente disposición final de todos los residuos sólidos domésticos; casi total ausencia de tratamiento y/o reciclaje. A esta fecha, es imposible obtener cifras verificables en tal sentido.
Mayor es la preocupación al observar que alrededor de 327 emisoras radiales comunitarias favorecidas por subvenciones del Estado venezolano y docenas de canales de televisión no colaboran para informar sobre las resoluciones internacionales sobre cuido del medio natural. Resoluciones de asambleas y/o organismos internacionales donde funcionarios del mismo Estado venezolano son protagonistas y/o participantes.
Tampoco los medios de comunicación se abocan a organizar a su audiencia para generar consciencia colectiva que lleve a la idea común –identidad universal en atención a la filosofía hegeliana— de lo que representa la contaminación para el medio ambiente y la necesidad de clasificar los residuos en nuestros propios hogares para su reciclaje. Además, abocarse de corazón para monitorear el elemental cuido y protección de las áreas verdes en espacios urbanos, bosques y especies vegetales únicas en parques nacionales y otras áreas protegidas por la ley.
*Lea también: Venezuela recicla solo 5% de las 28.000 toneladas de basura que genera a diario
De aprobarse para el año 2024 las medidas ambientales estrictas y vinculantes para todas las naciones contra el uso del plástico, como se comenta en los altos organismos internacionales desde 2022 —no sabemos cuáles acciones de fuerza se podrían implementar, ya que los Estados son soberanos y no existe una voluntad firme universal de cambiar voluntariamente el antiambientalismo como política pública— con toda seguridad tales resoluciones traerán a los habitantes tanto de la República Bolivariana como de los otros Estados muchas incomodidades.
No usar plástico y establecer como rutina la «economía circular» en nuestra consciencia colectiva requerirá de un gran esfuerzo. El papel educativo del Estado y los medios audiovisuales subvencionados por él, tienen una responsabilidad vital para la salud del ambiente. Lo básico jurídico, ajustarse a derecho en atención a las resoluciones existentes en materia de respeto, cuido y protección al medio ambiente.
Pascual Curcio Morrone es geógrafo (UCV-1983). Especialista en Análisis de Datos. Especialista en Fotogrametría, IPO, adscrito a la Universidad de Stuttgart, Alemania.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo