¿Antisemitismo bolivariano?, por Teodoro Petkoff
«La presencia del canciller y otros altos funcionarios del gobierno en la mezquita de Los Caobos, dándole a su postura política un incomprensible sesgo religioso, podría abrir la espita a conductas irracionales y a confrontaciones hasta hoy completamente ajenas a la venezolanidad». Esto fue escrito en nuestro editorial del 8 de enero de este año. Al día siguiente, en primera plana, bajo la foto de las paredes de la sinagoga de Mariperez, pintarrajeadas con frases antijudías, preguntábamos ¿Qué vaina es esta? El asalto perpetrado contra el mismo templo judío el sábado pasado estaba, pues, cantado. Se veía venir. Pero no en la forma como se produjo, tal como comentaremos más abajo. De la expulsión del embajador israelí y la ruptura de relaciones con ese país, el discurso oficial y la conducta de varios de sus altos funcionarios, se fue deslizando de lo político hacia el racismo antisemita, utilizando algunos de los abominables estereotipos antisemitas de todos los tiempos, propios, de eso que el mismísimo Lenin denominaba «el socialismo de los imbéciles»: el antisemitismo. La política del estado de Israel y sus gobiernos es asunto de debate público internacional, como la de cualquier gobierno. Con ella se puede estar de acuerdo o en desacuerdo. Pero cuando la crítica o el desacuerdo se lanzan hacia el judío en tanto que ser humano, y se le ataca por ser judío, por el mero hecho de existir como judío, estamos, entonces, en presencia de racismo puro y duro, del antisemitismo más despreciable. El asalto a la sinagoga no es un rechazo a la política del estado de Israel sino un ataque al judío en tanto que tal. El presidente de la República y otros altos funcionarios han aliñado su discurso contra la invasión israelí a Gaza, con expresiones antisemitas. Ese lenguaje concede responsabilidad intelectual y política a sus cultores en hechos tan canallescos como el asalto a la sinagoga. Desde las altas esferas no ha partido ninguna condena ni repudio a las pintas en los muros de la sinagoga, rayadas por activistas del oficialismo a cara descubierta. ¿Fueron siquiera reprendidos por sus jefes quienes las escribieron? No. La tolerancia del gobierno frente a estas conductas, así como su propio lenguaje, permitían intuir algo como lo de la sinagoga.
Sin embargo, nuestros temores iban más bien por el lado de acciones incontroladas de grupos violentos. Pero el asalto a la sinagoga no provino de esos grupos. Eso no fue La Piedrita ni Lina Ron. Esa operación fue realizada por un grupo muy, pero muy profesional y con altos niveles de entrenamiento. Basta ver la pericia de expertos con la cual violentaron dos cajafuertes, para estar seguros de que no se trataba de un grupito de tirapiedras. No fue una acción espontánea, de algunos tipos intoxicados por la prédica antisemita, sino la operación de un destacamento encuadrado dentro de una jerarquía y que no actúa por su cuenta sino por ordenes expresas. ¿De dónde provinieron estas? Algún día se sabrá. Por lo pronto, dejemos una pregunta tonta. ¿La investigación policial que se hace llegará a algún lado?