Apareció el contralor, por Teodoro Petkoff
El contralor Russián, el gran Clodosbaldo (difícil saber si era su ectoplasma o él en persona), hizo su ritual aparición anual ante la Asamblea Nacional —aunque suene redundante, la única vez que aparece en todo el año—, para mostrarnos sus últimos avances en la invención de la rueda. Aunque, hay que ser justos: esta vez aportó una novedad. Descubrió que existen evidencias de que también en los consejos comunales y en otras formas de organización popular de base se desarrollan “tendencias” hacia la corrupción. Pero, inespecífico como siempre, se abstuvo de suministrar datos concretos. Alertó, eso sí, a los corruptos de arriba que los de “abajo” pueden hacerles competencia.
Lo cual, dicho sea de pasada —según la lógica idiosincrásica de un país envenenado por la corrupción—, es comprensible. Si los peces gordos roban, ¿por qué, se dirán las sardinitas, no pueden hacerlo ellas también?
En fin de cuentas, reiteró Clodo, la impunidad es lo peor de todo. No hay castigo para la corrupción. Se puede robar sin temor a ninguna sanción. Lo que no nos explicó es si el organismo que él dirige, la Contraloría General de la República, tiene o no alguna responsabilidad en la impunidad que tan “enérgicamente” denunció. Nosotros, pobres pendejos, creíamos que era precisamente la Contraloría la institución encargada de investigar, descubrir y llevar ante los jueces a los ladrones. Es más, esa fue la gran promesa de Chacumbele: adecentar el país. Pensábamos, quizás ingenuamente, que ese era el rol de Russián. Él, por lo visto, no cree eso.
Clodo ya nos informó una vez, para escurrir el bulto, que él no es policía y no puede meter preso a nadie. Eso, dijo, que lo hagan otros. Aludía, tal vez, a la Fiscalía. Sin embargo, sus viejos amigos esperábamos que al frente de ese cargo iba a librar la guerra contra la corrupción en el seno de la opinión pública, único terreno donde se la puede derrotar. Esperábamos que habría de ser un contralor revolucionario de verdad y no un émulo de casi todos sus antecesores, que se limitaban a repetir cada año las mismas babosadas ante el Congreso. Nos equivocamos. Clodo ha sido incapaz de eso y ha preferido no meterse en vainas, pasando agachado ante la más escandalosa corrupción que haya conocido la República en su historia. Si en algún cargo había que romper paradigmas paralizantes y acabar con conductas desaprensivas era precisamente en la Contraloría. Pero Clodo trae las mañas de la Cuarta.
Como todo el que dispara contra el piso, Clodo no yerra tiro. Según él, la impunidad comenzó con la sentencia del TSJ que declaró el “vacío de poder”. Los grandes cabrones, pues, serían los “escuálidos”. Si hay ladrones impunes es porque el TSJ dominado por el “enemigo” sentó las bases para protegerlos. ¡Genial, Clodosbaldo! Te la comiste. Ni Chacu, con sus novedosos cálculos matemáticos sobre el medallero panamericano, ha inventado una coartada tan perfecta como la tuya para justificar fracasos.
¡Corruptos: no hay nada que temer! El gran Clodosbaldo Russián sigue al mando.