¡Aprieten!, por Teodoro Petkoff
Cuando usted esté leyendo estas líneas seguramente ya habrá oído al ministro de Finanzas explicar el nuevo plan de ajustes. Ya sabe, pues, que va pagar más IVA y que también lo va a pagar por algunos productos o servicios que estaban exentos de ese impuesto; sabe que el país va a pedir prestado y que esa deuda terminará pagándola usted; sabe que el gasto público va a ser disminuido y que eso se reflejará en más descenso de la actividad económica; un escalofrío puede recorrerle la espalda de sólo pensar que usted podría perder su trabajo como consecuencia de eso que asépticamente llaman «caída del PIB». Tobías le habrá asegurado que se pondrán en práctica algunos programas sociales para compensar el impacto de esas medidas en el bolsillo de otros venezolanos menos afortunados que usted. En fin, nada nuevo bajo el sol. El gobierno no tiene dinero y la economía del país anda de capa caída. Si el programa funciona, salimos de este vaporón, así sea pagando un alto precio. ¿Y si no funciona?
Este es el punto clave. Los programas económicos y fiscales dependen, para el éxito, de su viabilidad política. De la capacidad del gobierno de dotar de piso político y social al plan. ¿Puede el gobierno de Hugo Chávez asegurar la viabilidad política del «Plan Tobías»? Cuando el principal tema de discusión en el país es la permanencia en el poder del presidente, resulta difícil imaginar que su gobierno pueda generar el tipo de expectativas positivas que son necesarias para abrirle paso en la aceptación pública a medidas que son inevitablemente impopulares, por necesarias y correctas que sean. Chávez tiene una charada difícil por delante. En un país dividido y con tan elevados niveles de pugnacidad, son precisamente los sectores vinculados a la producción, de cuya buena voluntad dependería sobre todo la suerte del plan, los que adversan con más fuerza al gobierno. ¿Cómo generar en ellos la confianza que durante tres años Chávez se ha empeñado en destruir? Lo más grave es que el lanzamiento del programa económico coincide con el escándalo del FIEM. Se nos propone que saquemos más plata de nuestros bolsillos precisamente cuando todo indica que la administración de los recursos ha sido particularmente inepta y desordenada, sin hablar de la sospecha de que el dinero «extraviado» haya podido tener usos ilícitos o una parte de él haya podido ser desviada hacia las cuentas bancarias de algunos administradores del Plan Bolívar, por ejemplo. Será muy cuesta arriba pedir «sacrificios» cuando se vuela en una alfombra mágica que costó unos 70 millones de dólares y cuando muchos generales y doctores no pueden justificar sus sorprendentes niveles de prosperidad o cuando no se le puede explicar al país qué se hizo con el equivalente de cuatro planes Marshall que Venezuela recibió en los últimos tres años. Por si fuera poco, Chávez va a tener que hacer magia verbal para justificar ante los millones de venezolanos que todavía creen en él, cómo es que la revolución optó por el «neoliberalismo salvaje». Carajo, hasta a David Copperfield le costaría trabajo salirse de esta trampa.