Aquí hay un guiso, por Teodoro Petkoff

Cuando se implantó el control de cambios aquí alertamos, sin ninguna intención de inventar la rueda, que pronto comenzaría a caminar la hija natural de los controles, la corrupción. A estas alturas ya es una robusta dama, que anda correteando por toda la comarca económica.
Cada vez que en este país ha habido ese tipo de controles, ha dejado una estela de millonarios. Recadi fue el último gran atraco a la nación, hasta ahora que Cadivi comienza a batir los récords establecidos en aquella época. Es que hacer negocios sucios con el control de cambios es una manguangua. Usted trabaja en Cadivi y está encompinchado con un “gestor”. Usted recibe las solicitudes de dólares y las demora lo suficiente como para que el “gestor” se aparezca en la sede del solicitante y amablemente le deje saber que a cambio de una comisión por dólar el trajinador le acelera los trámites. El solicitante paga, los dólares salen y el tipo de Cadivi y el “gestor” se reparten la cochina. Las comisiones que hoy se están cobrando, nos informan algunos empresarios extorsionados de esta manera por los “revolucionarios bonitos”, van desde los 200 hasta los 400 bolívares por cada uno de los del Norte.
Este sucio negocito ha venido siendo vox populi desde hace ya tiempo, pero como todas las vagabunderías del régimen, ha contado con la impunidad que a los suyos les asegura la “revolución”, sobre todo porque en la Contraloría está un perfecto cero a la izquierda, ese raro espécimen humano que es el invisible Clodo, cuya sinvergüenzura no tiene antecedentes en este país. Pero el tumor de Cadivi ha comenzado a supurar porque uno de sus más conspicuos directores, la señora Adina Bastidas, está hablando y denunciando. Ayer no más, en una reunión con empresarios gallegos (ver página 8) , la señora Bastidas no se mordió la lengua. “Sé que están llamando a las personas”, explicó, “para cobrarles dinero con el fin de agilizarles el proceso”. “No le paguen a nadie que cobre”, aconsejó a sus oyentes, refiriéndose a los gestores que cobran por mover los engranajes de Cadivi. Hay quien dice que Adina simplemente está gritando “agarren al ladrón” para desviar la atención de sí misma, porque ella sería una de las jefas de las mafias que operan en la oficina de control cambiario. Sin embargo, es esta acusación contra ella la que luce más bien como una operación diversionista, porque lo cierto es que Adina es la que ha hablado, mientras el jefe máximo de Cadivi, capitán Hernández Behrens, guarda un estruendoso silencio y nadie más se da por aludido, comenzando por Nóbrega y Giordani, quienes sin duda alguna no pueden no estar enterados de lo que está ocurriendo en Cadivi. Ni hablar de Chávez, quien hace rato olvidó que alguna vez se alzó en nombre de la moral pública. Si como él dice, el control de cambios llegó para quedarse, entonces la corrupción también.
La corrupción se está comiendo al gobierno de la “revolución”. Hay una nueva burguesía, la bolivariana o “boliburguesía” como la bautizó Descifrado. La “revolución” cada vez luce más falsa que un billete de treinta bolívares. Cadivi no es sino la punta del iceberg y a Adina hay que reconocerle el valor de haber hablado, pero los fétidos petardos de los chanchullos estallan por todas partes y una sola golondrina no hace verano. Colocaciones bancarias, Banco Industrial, facturas de Pdvsa, emisiones de bonos de deuda pública, contratos del Minfra, pólizas de seguros: por todas partes suena el río que trae esas piedras. Nadie habla, nadie investiga, nadie castiga, nadie absuelve. Todos, con su silencio, otorgan.