¿Autogolpe?, por Teodoro Petkoff
Las cartas están echadas. Las fuerzas se están desplegando en el campo de batalla. Quedan diez días para tratar de impedir que se cierren todas las rendijas por donde podrían colarse voces de sensatez. ¿Será posible? A juzgar por la actitud del Gobierno, que es a quien le toca jugar para atenuar contradicciones, hasta ahora nada lo indica. Chávez parece desear el choque y se podría sospechar que lo considera la coyuntura ideal para «radicalizar» el proceso. Podría pensarse que todos sus actos están fríamente calculados para provocar la situación de conflicto total que le permita avanzar, como imagina en su delirio, por el camino de la inefable «radicalización», que no puede concebirse sino como la transformación definitiva de la FAN en Gobierno.
Chávez desearía la confrontación. Para ello intenta crear un escenario épico. La oligarquía contra Chávez. Chávez contra la oligarquía. Teatralmente, evoca la posibilidad de su muerte. En pleno orgasmo revolucionario, se ve a sí mismo como protagonista de una epopeya. Presenta como fecha matriz de su poder el 4F, día de su derrota militar pero de su transfiguración política, y no el día de diciembre de 1998, cuando ganó unas muy banales y nada románticas elecciones. Quiere construir un enemigo a la altura del mito que se esfuerza en levantar. No ve frente a sí un sector de venezolanos que democráticamente reclama derechos que estima vulnerados, sino a una malévola «oligarquía» de conspiradores. Embiste contra gigantes que no son sino molinos de viento, con la sesera chamuscada por simplezas y simplismos que cree revolucionarios.
Porque lo más dramático es que esas leyes que cree revolucionarias son esperpentos reaccionarios. Acusa a todo el mundo de no haber leído la Ley de Tierras y lo que deja ver es que es él quien no le ha echado una ojeada. Es una ley anticampesina. Una ley que pretende hacer de los campesinos meros empleados del Estado, usufructuarios de tierras que no serían suyas. Pisatarios del gran latifundista estatal. En cambio, por la vía de prescripción, asegura los «derechos» de quienes han conformado grandes propiedades haciendo caminar sus cercas. Todas o casi todas las leyes profundizan el estatismo (en un país tan estatizado como éste, que dista de ser el paraíso neoliberal que Chávez denuncia) y la discrecionalidad del gobernante. Todas o casi todas serían instrumentos temibles en manos de una dictadura de ultraderecha. El pobre Chávez cree que son el alfa y omega de la revolución y, en verdad, cualquier fascista se regocijaría con ellas.
¿Sueña Chávez con el fujimorazo? Tal vez. No se lo puede descartar. Pero sería un grave error de cálculo, que no haría sino llevar agua al molino de quienes, en el otro lado, sueñan también con un golpe militar. El paro empresarial es la reacción lógica de quienes se sienten afectados en sus intereses. No va más allá de una protesta cívica. Tal vez hay pescadores en río revuelto, con una agenda oculta. La peor respuesta a esto, por parte de Chávez, sería también adelantar su propia agenda oculta.