Bajó el cogote, por Teodoro Petkoff
En la literatura política existe una suerte de figura metafórica, «viaje a Canossa», que se refiere a la circunstancia en que un mandatario determinado inclina la cerviz ante otro, al cual ha agredido o insultado previamente. La expresión viene desde 1077, cuando el emperador g e r m á n i c o Enrique IV fue a Canossa, pequeña ciudad situada en lo que hoy es Italia, para implorar el perdón del Papa Gregorio VII, cuya investidura había sido desconocida por el emperador. «Viaje a Canossa» puede ser una adecuada denominación para el de Ego Chávez a España.
En su empeño por mostrar la faz de un Chávez más conciliador fue a solicitar –y a obtener, por supuestoel perdón tanto del rey Juan Carlos como del presidente del gobierno, Rodríguez Zapatero.
Página pasada, según todos los interlocutores.
Pero el episodio permite recordar el modo caprichoso e irresponsable como Chacumbele maneja los más delicados asuntos de estado y el daño que hace a nuestra política exterior. Pedir perdón, adornándolo, de paso, con unas cuantas gracejadas de dudoso gusto –como esa de mostrar con sonrisa forzada la franela que le regaló el rey–, es la consecuencia de la conducta grosera, absolutamente inaceptable de nuestro jefe de estado, frente a los dos principales representantes del reino de España. Nadie olvida la tonelada de insultos y provocaciones lanzadas por Chacumbele tanto contra Juan Carlos como contra Zapatero, así como las amenazas vacías lanzadas contra las empresas españolas localizadas en nuestro territorio. Eso, desde luego, no se hace y ningún jefe de estado lo hace, porque, una vez cometido el estropicio, quedan sólo dos opciones: o mantener la postura derivada de la boconería o pasar por la humillación de pedir perdón. Cualquiera que se escoja deja malparado al charlatán. Fidel Castro, quien ha tenido cualquier cantidad de desencuentros con Europa (aunque sin utilizar jamás el lenguaje chocarrero y brutal de su supuesto «sucesor») siempre espera que sea Europa la que haga el primer gesto hacia la reconciliación. Jamás ha pedido disculpas y ha vivido para ver como es Europa la que ha buscando siempre el reencuentro.
Chacumbele no podía escoger esta postura porque sabía perfectamente que sus ofensas fueron tan imperdonables que ni siquiera una «razón de Estado» crematística, que explica tantas vueltas y revueltas en la política internacional, iba a mover a España a hacer el primer movimiento. Sólo le quedaba una jugada: humillarse y viajar a Canossa. Esperemos ahora su próxima burrada –porque puede apostarse que habrá otra. Está en su naturaleza, como en la del alacrán que picó a la rana que lo transportaba al otro lado del río.