Barack Obama en la Casa Blanca, por Simón Boccanegra
Rodeado de una expectativa mundial sin precedentes para un Presidente norteamericano, entró Barack Obama a la Casa Blanca como el inquilino número 44 de ese emblema del poder mundial, que no sólo del de su país.
La emoción que ha despertado es perfectamente comprensible. Es un negro, en un país que con esta elección está exorcizando el fantasma de su abominable historia racista, y el mundo entero intuye que su presidencia marca un cambio copernicano en la sociedad estadounidense.
El mundo entero sabe que se ha producido un fenómeno extraordinario. Estados Unidos ya no será el mismo, independientemente de lo que haga o deje de hacer Obama en su gestión. Esa victoria no traumática quizás signifique la posibilidad de que el gringo común, que ahora, venciendo sus propios prejuicios, reconoce y asume la diversidad étnica y cultural de su gran país, pueda también asomarse al paisaje mundial con menos maniqueísmo, mayor amplitud de miras, mayor comprensión del horror del abismo en que está hundida buena parte de la humanidad.
Mucha gente humilde en el mundo se identifica con Obama porque a pesar de ser el Presidente de una potencia mundial sin parangón, y ser él mismo parte de una familia de alto nivel económico, es un negro en la Casa Blanca, hombre con el color de los que fueron esclavos, que, con todos los matices del mestizaje, es el de los pobres de la tierra. Sin embargo, más allá de esto, Obama es ya el Presidente de una potencia imperial, que, en la última década, ha actuado como el proverbial elefante en una cristalería.
¿Estará Obama a la altura de lo que de él se espera? No la tiene fácil. La herencia de Bush es muy pesada. El país está sumido en una crisis económica y social de proporciones colosales y empantanado en dos guerras injustificables. ¿Tendrá Barack Obama la inteligencia, la habilidad, el savoir faire gobernante, para cambiarle el rostro al poderoso imperio cuyo mando desde ayer ostenta? Ojalá, para que la historia no le registre otro mérito que el de haber sido el primer Presidente negro de los Estados Unidos.
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