Bono nuevo, «negocio» viejo; por Teodoro Petkoff
La emisión de bonos de Pdvsa, que supuestamente debía democratizar la demanda, facilitando el acceso a esos papeles a miles de “inversionistas” del común, rompiendo de este modo con la práctica del Ministerio de Finanzas bajo Merentes, de otorgar a dedo las emisiones de bonos de deuda pública a un selecto grupo de banqueros cómplices, para que entre ambos “socios” hicieran algunos de los negociados más jugosos de la historia de la corrupción vernácula, sólo cumplió su objetivo en forma parcial.
Viejas y también novedosas formas de corrupción se conjugaron para que los negocios sucios pudieran marchar con viento de cola. Business as usual, dirían algunos de los vivarachos de siempre.
Por un lado, el poderoso dedo del cual manan los “favores” se trasladó de Carmelitas a la avenida Libertador, del Ministerio de Finanzas a Pdvsa. El modus operandi fue más o menos el mismo, según nos lo relató alguien “de adentro”. Lo contamos como nos lo contaron. El SuperDedo pedeveco tasaba su modesta comisión en 250 bolívares por dólar concedido. Sobre un millón de dólares, la “ganancia” del atómico índice monta a 250 millones de bolívares. Nada mal. Con razón Pdvsa se cuenta hoy, con las nigerianas, entre las empresas más corruptas del mundo. La nueva Pdvsa es del pueblo, sí, pero el pueblo no conoce los manejos que se adelantan en su nombre.
Por otro lado, los que realmente pudieron adquirir los bonos fueron muchos menos de lo que parecía. Un ingenioso negocito floreció al rescoldo de esta emisión. Dado que un mismo corredor podía presentar una lista de clientes, acompañado cada uno de la copia fotostática de su cédula de identidad, nació una suerte de gestor que proporcionaba cédulas a los pícaros por la módica suma de 50 o 100 mil bolívares cada una. Bastaba a ese “gestor” conseguir “prestadas” cédulas entre sus relacionados, pagarles una pequeña cantidad por el “favor”, sacarles copias fotostáticas y venderlas al tipo que adquiriría los bonos, quien de este modo, sumando los cupos individuales, se podía hacer de una bonita cantidad de dólares a precios preferenciales.
La Venezuela chavista ha resultado un paraíso para la corrupción. Los robos milmillonarios, el boato, la ostentación obscena de la riqueza, los yates que se aglomeran en Los Roques, los costosos aviones, los quintones y las fincas —todos los signos exteriores del enriquecimiento fácil e ilícito marcan a fuego el cuerpo de una “revolución” cuyo bautizo de sangre proclamaba la lucha a muerte por el adecentamiento del país casi como única bandera. Menos de ocho años han sido suficientes para que se pudriera esa “revolución”.
Pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. Otros lo intentaron en el pasado y fracasaron.
Esta desvergüenza de hoy, esta inmoralidad rampante, terminarán rompiendo los diques de la paciencia y la credulidad popular. Ya lo veremos.