Bullaranga asimétrica, por Teodoro Petkoff

La verdad es que a pesar de su fama de loco, lo que el otro día soltó Eliécer Otaiza, a propósito de la “guerra asimétrica”, de que nuestras fuerzas armadas serían desmanteladas en 48 horas por el “enemigo imperialista”, no fue ningún desatino. Por supuesto, después se refugió en la guarimba de la “guerra prolongada”, por valles, selvas y montañas, a la cual le vaticinó una duración de siete u ocho años. Antes que Otaiza, uno de los llamados “pistoleros de Llaguno”, de apellido Cabrices, justificó las sesiones de entrenamiento militar que imparte a unas decenas de jóvenes en un solar en El Paraíso, arguyendo también, sin tapujos, que el “ejército forjador de libertades” no le aguanta un soplido a los gringos y que serían ellos, los reclutas de Cabrices, quienes se encargarían de darle su merecido al invasor insolente.
Leyendo el interesante reportaje de El Universal sobre el estado de las industrias militares en varios países de América Latina, si algo sobresale, al lado de comprobar que países como Brasil, Argentina y Chile poseen sólidas industrias armamentistas, es nuestro patético desamparo en ese campo. Mientras en aquellos países fabrican desde tanques y aviones pasando por fusiles de todo tipo, cañones y morteros, hasta municiones, nuestra Cavim apenas si ENSAMBLA balas de 9 milímetros, para colmo con insumos importados.
Esto sin hablar de aviones que se canibalizan entre sí, fragatas que casi no se pueden separar del muelle, y otros artefactos bélicos obsoletos, como el cañoncito que estalló entre las manos de los soldados que lo operaban, cuando saludaban con las salvas de rigor a los presidentes que asistían a la cumbre de Puerto Ordaz. La verdad verdadera es que la FAN no sólo no está en capacidad de librar una guerra “asimétrica” sino que hasta una “simétrica” le queda grande.
¿A qué viene, pues, toda esta faramalla sobre la guerra asimétrica? Porque Otaiza se atrevió a decirlo, pero muchos otros oficiales, incluyendo al que manda, saben que el rey está desnudo. Por otra parte, es de sospechar que con algunas excepciones, nadie, ni en el país ni en la FAN, se toma en serio la conseja de que los gringos nos van a invadir. No porque no lo puedan hacer –ya se sabe que se pasan por el forro la ley internacional– sino porque no tienen ninguna razón política o estratégica para hacerlo. No les gusta Chávez, pero esto no significa, ni de lejos, lo que en su tiempo significaba Fidel. Y a Cuba, ni siquiera después del desplome de la URSS, le mandaron los marines. Gestos como el de sacar a la misión militar yanqui tienen más valor simbólico que real.
Muerta la Guerra Fría esas misiones ya no tienen mayor valor para los gringos; de hecho, apenas había aquí seis oficiales de esa nacionalidad. ¿Que los gringos quieren nuestro petróleo? Sin duda, pero no necesitan tomarlo por la fuerza. Todas las petroleras gringas están haciendo cola para operar en un país cuyas puertas Chávez les ha abierto (sensatamente, por cierto), ajustándoles, eso sí, los impuestos (también muy sensata y oportunamente) a las nuevas condiciones de precios petroleros altos. Las transnacionales entienden esto perfectamente y no sólo ninguna se va de aquí sino que 29 de ellas se están disputando los bloques gasíferos del Golfo de Venezuela.
Toda esta bulla, entonces, no puede tener sino un sentido y tiene que ver con la delirante intención de afirmar el liderazgo continental de Chávez, con base en desbordar por la izquierda a los demás gobiernos progresistas del continente, en particular al de Lula. El mensaje está claro: “Nadie le ronca a los gringos como Chávez”. Rugido de ratón, pero con la botija llena Chávez siente que se lo puede permitir, a sabiendas de que el riesgo militar y el económico son mínimos.