Cadena perpetua, por Simón Boccanegra
«Corredores en segunda y tercera…Al bate Endy Chávez». Pero quien se asoma a la pantalla es el otro Chávez, Hugo. Cadena. Tremendo arrecherón de los espectadores, que este domingo iban a disfrutar, por fin, de un Caracas-Magallanes a la una de la tarde. La gran parrillada, con sus correspondientes frías.
No contaban con Chacumbele, más Chacumbele que nunca. Solito se está matando. Dos veces ha interrumpido juegos CaracasMagallanes para aturdirnos con sus loqueras, sus ofensas y sus desvaríos.
Pero interrumpe todo, dos, tres veces diarias, durante horas interminables, llenas de vaciedades, con los mismos cuentos de siempre, las mismas amenazas de siempre, la misma basura de siempre. Apartando la ilegalidad y el abuso que caracterizan esta cadena perpetua, habría que preguntarse si Chacumbele no se ha puesto a pensar en cuánto habrá contribuido al descenso de su popularidad la continua intromisión en los hogares venezolanos, imponiendo a juro la obligación de verlo y oírlo.
Estoy casi seguro de que en el entorno de Chacumbele hay gente muy experta en comunicología y también estoy casi seguro de que están perfectamente conscientes de que la cadena perpetua es una barrabasada contraproducente. Pero, más seguro aún estoy de que no se atreven a señalárselo. Ese es el sino de todos los mandones. Ser rodeados por una espesa maraña de adulantes y cobardes.
Cuando el narcisismo del autócrata se desboca, no hay contrapeso en su entorno que lo proteja de sí mismo. En estos días que corren, cuando además del despecho que le brota por todos los poros, es visible que lo consume una rabia infinita (e infantil), menos aún puede esperarse que un Izarra, por ejemplo, tenga la osadía de decirle que está metiendo la pata. Instinto de sobrevivencia, vaya.
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