Cambalache, por Teodoro Petkoff

Hace pocos días relatamos el quiquirigüiqui con las llamadas “notas estructuradas” del Bandes. Ahora toca el turno a la operación con parte de los bonos argentinos que adquirió el gobierno.
Con estos se hizo también una operación en el mercado secundario que resulta tan sospechosa como la de las “notas estructuradas”. En la primera quincena de octubre unos 300 millones de dólares en bonos argentinos fueron vendidos a dos bancos. Habían sido adquiridos por el gobierno venezolano con un descuento de 76,85% y vendidos con un descuento entre 80 y 85% . ¿Ganamos una? Siga leyendo.
Para la época el tipo de cambio oficial controlado era de 2.150 bolívares por dólar. Con el descuento, el precio implícito de los bonos fue de unos 2.300 bolívares por dólar. ¿Dónde está el guiso? En el mercado negro, para esa fecha, octubre pasado, el precio del dólar negro revoloteaba entre los 2.600 y los 2.700 bolívares.
Cantando bajito se largaron esos dólares y a lo mejor fueron a parar a la recién quebrada Refco, donde muchos venezolanos de la boliburguesía —la burguesía bolivariana— han colocado sus preciosos billetes verdes, para los cuales no hay control de cambio que valga.
Ahora vienen las preguntas. ¿Quién se embolsilló el diferencial entre el tipo de cambio efectivo (2.300 bolívares por dólar) y el tipo de cambio negro (2.600/2.700) ? Suponiendo una diferencia de 300 bolívares entre ambos precios (2.300 contra 2.600), el beneficio de la operación ronda los 900 millones de bolívares.
¿Cómo fueron seleccionados los compradores? De modo público y transparente no fue, eso sí está claro. No hubo subasta. Lo que también está claro es que el método Merentes es mucho más opaco que el método Nóbrega, porque este, al menos, cubría las apariencias, convocando a subastas para la colocación de los bonos de deuda pública que en ese entonces emitía la República.
¿Hay que ser un malpensado profesional para imaginar que los beneficiarios dedocráticamente escogidos para esa operación partieron la ganancia con quienquiera que los puso donde hay?
Si recordamos la operación con las “notas estructuradas”, tenemos que entre los $600 millones de estas y los $300 millones de los bonos argentinos, fueron colocados en el mercado unos 900 millones de dólares. El diferencial entre el precio real o implícito y el negro ronda los 3.000 millones de bolívares. Nada mal.
¿Cuánto hubo para cada participante? ¿Cómo se repartió el botín? Aun admitiendo el más bajo diferencial entre el precio real del dólar, implícito en la operación, y el negro (digamos 2.300 contra 2.600), habría unos 2.700 millones de bolívares de ganancia, “sudados” por los bancos escogidos para la operación y sus cómplices en el oficialismo.
Los engranajes de la corrupción tienen vida propia. Chávez dijo que no habría más operaciones de endeudamiento y, sin embargo, ya MinFinanzas anunció una próxima colocación de bonos por 1.500 millones de dólares. Es que el genio del guiso está fuera de la botella y nadie tiene interés en volverlo a meter en ella. Hoy, como durante el boom petrolero de los 70, los grandes bancos extranjeros de inversión presionan para que Venezuela se mantenga en el mercado financiero internacional, emitiendo deuda continuamente, y del lado nacional están los que saben cómo sacarle partido a esa manguangua.
Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador.
Todo es igual; nada es mejor; lo mismo un burro que un gran profesor.
No hay aplazaos ni escalafón; los inmorales nos han igualao.
Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que si es cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón.
Qué falta de respeto, qué atropello a la razón; cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón.
Mezclaos con Stavisky van Don Bosco y la Mignon, Don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín.
Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida, y herida por un sable sin remaches ves llorar la Biblia contra un calefón.
Siglo veinte, cambalache problemático y febril; el que no llora, no mama, y el que no afana es un gil.
Dale no más, dale que va, que allá en el horno nos vamo a encontrar.
No pienses más, echate a un lao, que a nadie importa si naciste honrao.
Que es lo mismo el que labura noche y día como un buey que el que vive de los otros, que el mata o el que cura o está fuera de la ley.
Enrique Santos Discépolo (1934)