Caracas, la horrible, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
Twitter: @Gvillasmil99
De tanto ajarlas, toda la narrativa, la poética y la pictórica sobre Caracas que una vez amamos fue haciéndosenos tediosa, convertida como quedó en un hatajo de lugares comunes sin sentido real en nuestras vidas. De la «ciudad de los techos rojos» y la “sultana del Ávila” de Pérez Bonalde es poco lo que hoy sobrevive; la «Crónica de Caracas» de Arístides Rojas y sus cuentos ya nada significan y los óleos de Manuel Cabré apenas si quedaron para decorar altos salones que los caraqueños “de a pie” probablemente jamás pisen. Caracas quedó reducida a un conjunto de evocaciones que a ratos nos conmueven. Al respecto, cito al crítico José Antonio Navarrete:
«Como parte de la serie referencial metafórica sobre Caracas, en el siglo XX se difundieron tres tropos fundamentales de invocación a la naturaleza: «la sucursal del cielo», «la odalisca rendida a los pies del sultán enamorado» –éste, en referencia al Ávila, con un claro ascendiente poético modernista– y «el lugar de la eterna primavera»».
Pero todavía late esa Caracas sentimental que todos llevamos por dentro y que, sea que guste o que no, no es otra que la que fundara el castellano-leonés Diego de Losada en 1567 en pleno valle de los indios caracas: la «muy noble y leal villa» nacida bajo el patronazgo del apóstol Santiago, con su catedral, su cabildo y su escudo de armas de muy castiza heráldica. Lo demás no han sido más que las sucesivas elaboraciones estético-ideológicas de guzmancistas, gomecistas, perezjimenistas, tecnócratas «baby-boomers» y, últimamente, de comunistas palurdos y sin mayor cultura. No hay paraje urbano que en Caracas no les recuerde a todos y a cada uno. Pese a todo, ese sentimiento que es Caracas aún pervive.
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Los indígenas venezolanos no levantaron ni una sola ciudad. Seamos francos: a diferencia de sus hermanos mesoamericanos y andinos, los nuestros no daban para eso. La casi totalidad de las ciudades venezolanas – 95 % para ser exactos, según datos que le oyéramos al arquitecto y escritor Federico Vegas en una reciente conferencia– son fundaciones españolas.
Que con los años a Caracas la hayan ahogado en concreto y «dry-wall» y mancillado con pirámides nubias en la Valle-Coche, hombres de lata en la Fajardo o con ese horroroso mausoleo en forma de banana que levantaron al lado del viejo Panteón Nacional, nunca cambiará el hecho cierto de que su trazado original, como en el resto de las ciudades venezolanas, fue el tablero castellano.
El petróleo y su cultura violentaron la cuadrícula urbana original de Caracas, transformándola en una confederación de urbanizaciones inconexas entre sí, «banlieues» en muchos casos no desprovistos de lujo, pero absolutamente marginales, sin alma y sin esencia. En algunos de ellos quedaría, para nuestro consuelo hoy, la impronta entrañable de quienes primero los habitaron: los judíos en San Bernardino, los italianos en Chacao y Bello Monte, los españoles en La Candelaria, los árabes, rusos y ucranianos en Catia. De resto, una masa de capas superpuestas sobre lo que originalmente fuimos fue ahogándonos hasta reducirnos a esto que hoy somos: un gentío informe encerrado en cajas de cemento, tratando de sobrevivir como mejor podemos pese a habitar el valle más hermoso de todo el Caribe.
No hay una, sino que infinitas Caracas. Distintas, contrastantes, superpuestas, interdigitadas, hibridizadas todas. Innumerables ciudades trazadas cada una en el imaginario de sus gentes como aquellas que contó Italo Calvino, con barrios y veredas por las cuales un hombre podría transitar la vida entera sin jamás enterarse de la existencia de otras.
Así, por ejemplo, junto a la «Caracas Premium» respira otra muy distinta, por cuyos parajes transcurre la mía: la Caracas de los enfermos. La veo pasar todos los días por la «Puerta Técnica” de la UCV, esa Vía Dolorosa que a diario transitan los que buscan alivio en el Hospital Universitario. De ida, a un urémico cuyos hijos llevan en parihuela le sigue un cardiaco que camina jadeante haciendo obligatorias paradas para saciar su sed de aire; más allá, una mujer anciana avanza impulsando ella misma su propia silla de ruedas, mientras que una pareja en moto con un niño pequeño acomodado entre el pecho de uno y la espalda del otro, pasa en volandas tratando de ganar la puerta de la Emergencia. De regreso, una joven mujer encinta lee y relee con ojos llenos de lágrimas un pequeño papel en el que algún médico garabateó su firma como quien rubrica una sentencia, seguida de un hombre joven al que acaban de ponerle una escayola de yeso en una pierna y que saltando sobre la otra trata de llegar a la parada de buses del Paseo de Los Símbolos.
Pero muchas otras Caracas palpitan al lado de esta y de todas las que hoy vemos: la Caracas de los que quedaron atrás abandonados por la Diáspora, la de los «enchufados» con sus automóviles de lujo y sus tugurios de alta gama, la de los nómadas urbanos que surgen como espectros de las riveras del otrora cristalino Guaire, la de los buscavidas que en mototaxi o a pie sortean sus huecos y aceras rotas con la esperanza de que el de hoy sea «su día» y así, tantas otras. Ningún vaso comunicante existe entre ellas. Tan solo un vínculo les une: el horror.
Un horror experimentado de muy diversas formas: horror cotidiano a enfermar o a caer en manos de las distintas hampas que nos asolan en medio de nuestro total desgobierno; pánico de verse de nuevo en penumbras como en 2019, de no conseguir llegar a casa si es que llueve o de que lo que se reúna sumando los míseros salarios de la familia y la remesa cada vez más magra y distanciada que envía el que se marchó, un día ya no alcance.
Nunca nadie ha cantado, versado ni pintado a esta otra Caracas, tan legítima y «oficial» como la que algunos pocos privilegiados contemplan – escocés en mano– desde las exclusivas terrazas del Humboldt. Es la Caracas horrible en la que sufren y esperan los más de los ¿cuatro? millones de caraqueños que se dice somos. Habrá que creerlo, pues ni siquiera eso sabemos.
Referencia:
Navarrete, JA. El cielo como metáfora de Caracas. De la Billo’s a Alessandro Balteo-Yazbeck. Trópico Absoluto, 27 de julio de 2019.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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