Carrito Chacón, por Teodoro Petkoff
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El recién estrenado ministro del Interior, Jesse Chacón, arrancó postulando –al igual que todos sus antecesores en el cargo, desde los tiempos de Páez– la lucha contra la inseguridad ciudadana como su prioridad. Jesse también tratará de hacer algo en esa materia en la cual han sido aplazados sus ocho colegas “bolivarianos” que han pasado por ese despacho. Pero sus siguientes frases indican que el hombre ya comenzó a equivocarse. Dijo que los estados más inseguros del país son Carabobo, Zulia, Miranda y el Distrito Capital y pidió que se observara quiénes gobiernan en ellos. El buen Jesse, pues, descubrió que la inseguridad ciudadana es asunto de la oposición. No perdió la oportunidad de hacer un ejercicio de politiquería barata. En lugar de embestir contra el hampa, prefirió hacerlo contra los gobernadore.
Cualquiera que razone con la misma falta de seso podría irse por el camino de apuntar que en el Distrito Capital, los dos municipios más inseguros son Libertador y Sucre, administrados por Bernal y Rangel, y que el record nacional de secuestros lo ostenta Táchira, bajo la conducción de Ronald Blanco, y que los estadospuente más importantes del narcotráfico son Sucre y Delta Amacuro, también gobernados por chavistas. Pero esto sería incurrir en el mismo desatino del ministro. Porque el problema de la inseguridad ciudadana y de la delincuencia no se puede reducir a esas simplezas.
Que los estados señalados por Jesse o los que hemos mencionado nosotros tengan los peores índices delictivos obedece a factores que nada tienen que ver con el color político de sus gobernadores y alcaldes. En algunos de ellos se encuentran las mayores aglomeraciones urbanas del país, en las cuales el desquiciamiento social es peor, con toda la cauda de problemas que se desprende de ello; en otros, la ubicación geográfica favorece determinadas actividades hamponiles, como el narcotráfico o los secuestros. Una concepción integral de la lucha contra la delincuencia, además de identificar adecuadamente las raíces socioeconómicas y culturales del problema y de precisar las graves deficiencias existentes en los dispositivos policiales, judiciales y penitenciarios, para atender unas y otras, implica también una cooperación estrecha entre el gobierno central y los regionales y municipales.
El camino escogido por Chacón es exactamente el contrario. Por un lado, bloquear las posibilidades de esa necesaria cooperación y coordinación (sobre todo con los estados y municipios donde, por razones distintas a las que él mencionó, son peores los indicadores delictivos) y, por el otro lado, anunciar, como siempre, que la Guardia Nacional saldrá a la calle.
Cada vez que un ministro del Interior se ve sobrepasado por las operaciones del hampa apela al comodín: la Guardia Nacional. Durante una semana o dos la ponen a hacer redadas y a pedir la cédula y luego todo vuelve a la “normalidad”: el hampa se adueña nuevamente de la calle.
Nos habría gustado escuchar un plan integral y racional de lucha contra la delincuencia, pero lo que oímos fue un refrito de declaraciones mil veces repetidas por todos los que antes de Jesse Chacón pasaron por el mismo despacho, haciendo los mismos ofrecimientos y promesas.