Castro y Chávez, por Teodoro Petkoff

Ayer en la reinstalación del Consejo de Defensa Nacional (Codena), anteriormente conocido, por su acrónimo, como Seconasede, Chávez evocó al «Mocho» Hernández, general de nuestras guerras civiles decimonónicas, quien, enfrentado a Cipriano Castro, se puso, sin embargo, a las órdenes de éste cuando naves de guerra alemanas e italianas atacaron puertos venezolanos, en 1903, con el pretexto de cobrar deudas atrasadas. Decía Chávez que él desearía una oposición así capaz de cerrar filas con el gobierno si se presenta el caso de una amenaza externa contra nuestra soberanía.
En su peculiar manera de interpretar nuestro pasado, Chávez olvida un «detallito»: Castro (Cipriano, desde luego) cuando los navíos extranjeros comenzaron a bombardear Maracaibo y Puerto Cabello, no salió a acusar al «Mocho» Hernández de estar en conchupancia con los agresores, sino que hizo un llamado a la nación entera para enfrentar aquella burda operación imperialista. En cambio, ¿qué hizo Chávez? Exactamente lo contrario. Todavía no habían terminado de apresar a los mercenarios colombianos y ya estaban, él y Diosdado y Juan Barreto y Tarek y Lara y cuanto opinante tiene el gobierno, así como el sapo-canal 8, acusando a la Coordinadora Democrática de estar detrás de esa operación. A diferencia del Cabito, Chávez hizo del incidente un nuevo capítulo de su confrontación con el país que lo adversa y ante una manipulación tan obscena no fue difícil pensar que todo aquello no era sino un montaje para obstaculizar e, incluso, impedir los reparos y la convocatoria del RR. Si el gobierno trataba con tan poca seriedad un asunto obviamente grave, si para Chávez era más importante la confrontación con la CD que la presencia de «la planta insolente del extranjero» ¿por qué la oposición democrática habría de asumir el tema ignorando los desconsiderados ataques de que estaba siendo objeto?
Por otra parte, ha sido el propio gobierno quien ha choteado la cuestión. No sólo porque no ha proporcionado una información única, oficial, detallada, de los hechos y del modo como se produjo la captura, sino que cada uno de sus declarantes lo hizo de manera tal que inevitablemente convocaba al inmarchitable espíritu jodedor de la nación. Cuando el inefable Lucas Rincón considera unos cachitos como una pista importante, cuyo procedencia de pastelerías ubicadas en Chacao y Baruta los haría sospechosos, ¿cómo no iba el humor criollo a bautizar todo el episodio como «Bahía de Cachitos»? ¿Cómo quiere Chávez que se tome en serio a Rangel cuando afirma, con su cara de palo, que la PM estuvo en el sitio pero quién sabe si no en connivencia con los mercenarios? Dejaron tantos cabos sueltos los declarantes que con toda razón el escepticismo se apoderó del país. Tanto que hasta quienes tenemos pocas dudas acerca de que existen en Venezuela sectores minoritarios de ultraderecha capaces de urdir planes tan demenciales y estúpidos como el de contratar mercenarios extranjeros, nos hemos puesto cavilosos.
Entretanto, curiosa y significativamente, las investigaciones y allanamientos se están haciendo pero no precisamente por los lados de la gente de la Coordinadora Democrática. ¿Va a pedir excusas el gobierno por los ataques infundados que lanzó contra ésta?