Celebrar la danza en tiempos de coronavirus, por Vanessa Vargas
El 29 de abril se celebra en todo el mundo el Día Internacional de la Danza. Por iniciativa del Comité Internacional de Danza, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia, y la Cultura escogió esta fecha en 1982, en conmemoración del natalicio de Jean-Georges Noverre, considerado como el creador del ballet. Desde entonces, bailarines, maestros, coreógrafos e investigadores de todo el mundo celebran el movimiento, en cualquiera de sus géneros. Así, abril es para la danza un mes sensible.
Gran parte de los festivales y eventos de danza ocurren durante este mes. En abril, los bailarines celebran el movimiento, el encuentro de los cuerpos que bailan, la experimentación del cuerpo como soporte, el contacto físico.
Con las políticas de confinamiento y aislamiento social practicadas alrededor del mundo debido a la pandemia del Coronavirus, esta celebración se ha visto especialmente transformada. Si las prácticas artísticas han ido transitando más comúnmente del escenario a la pantalla desde hace por lo menos tres décadas, ahora el desplazamiento es total.
En tiempos de cuarentena, Internet abre un espacio de variables estéticas, dinámicas políticas y económicas, que parece abarcar todo el espectro de expresiones culturales. La danza también forma parte de este espectro, y ha sufrido una de las transformaciones más significativas en sus prácticas: el espacio de confinamiento, anteriormente designado para la actividad doméstica privada, tiende ahora, por el uso de las redes sociales, hacia la esfera pública: lo doméstico como escenario.
Dado que la pantalla funciona como un espacio escénico, la danza tiene que reubicar distintos cuerpos en diferentes husos horarios y áreas geográficas, pero en las mismas coordenadas espacio-tiempo, en línea, narrando diferentes historias en una relación basada en algún lugar entre la intimidad y la distancia.
Celebrar la danza en tiempos de pandemia obliga a pensar las nociones de efímero en el arte de acción, las ideas de temporalidad, presencia, e intimidad, la relación entre lo público y lo privado, el vínculo entre danza y performance, entre la cultura y la comunicación, en la “viralidad” que supone bailar en la pantalla, y en el uso del Internet.
Explorar el uso de Internet como herramienta para las prácticas de las artes vivas, explorando todas estas nociones, parece necesario para entender y re-evaluar el vínculo entre la danza y la comunicación en la contemporaneidad, a la luz de los cambios sociales que, producto de esta pandemia, obviamente afectan nuestra práctica artística.
La tecnología es un espacio de relación en el que la participación y la interacción pueden crear diferentes relaciones de poder. En redes, producción y consumo pueden entenderse como fenómenos colectivos y, a la vez, como procesos, alterando la lógica en la que las industrias de medios operan actualmente: no se trata sólo de productos privados acabados, sino de procesos públicos abiertos.
Es preciso pensar también en las posibilidades que la danza y otras manifestaciones artísticas tienen de encontrar su lugar en Internet. El descubrimiento de nuevas potencialidades, de la práctica artística colaborativa online, ayuda a repensar los conceptos de distribución y flujo del contenido masivo: lo viral no es necesariamente una enfermedad.
Sin embargo, cuando pensamos en la danza en Internet, tenemos que pensar en el espacio y el tiempo como dimensiones “digitales.” Igualmente, hay que considerar la naturaleza efímera del cuerpo, de la inmediatez física, de la inmaterialidad del gesto y, por supuesto, del movimiento. Los sistemas simbólicos de la danza están en constante movimiento, y este movimiento está determinado por su propia presencia. Por lo tanto, está siempre condenado a desaparecer: la danza termina cuando el cuerpo no está presente. El cuerpo del bailarín es entonces el signo de la presencia, y la comprensión de lo corporal como un sistema de signos sólo puede ocurrir en movimiento.
Este cambio no afecta exclusivamente a los bailarines. También influye en la forma en la que todos nos relacionamos con la danza, desde la disciplina, o como espectadores. La danza y el performance se entienden desde lo efímero, ya que su principal preocupación es, claramente, el movimiento, que pasa. Así, el cuerpo que danza en la internet es parte de una práctica artística que, quiera o no, está definida por la globalización y la movilización. La danza se ve afectada por este tipo de transformaciones históricas, que influyen en sus relaciones con la cultura.
La danza tiene tiempo abriéndose espacios online. Pero en el contexto de la pandemia, esta relación ha sido potenciada significativamente. Estamos en presencia de una práctica corporal diferente, online, donde el cuerpo en la danza responde a un espacio “virtual.” Tal vez una conexión imaginaria donde el movimiento puede realmente suceder, a pesar de todo.
Performances “en vivo” en Instagram fragmentos de coreografías “compartidas” en Facebook, o ediciones de festivales de danza celebrados en Zoom, son algunas de las prácticas que podemos ver ahora mismo en Internet. Todas implican, en más de un sentido, que el cuerpo está siendo documentado, registrado en un archivo online. Esto supone que la danza queda “suspendida” como lo hace un texto online. Una relación sintáctica se establece entre el cuerpo y el soporte mediático.
Así las cosas, en este momento particular de la historia, el movimiento se revela, después de más de tres décadas experimentando esta metamorfosis “virtual,” como un cuerpo sin fin, que no solo se manifiesta reproducido en el monitor de la computadora, sino también en la pantalla del dispositivo móvil.
No es una exageración decir que nuestros cuerpos, nuestras dinámicas de socialización, nuestro lugar en el mundo, están hoy determinados por los medios de comunicación. Nuestra propia noción de experiencia está articulada mediáticamente. Sin embargo, incluso hoy, no hay actividad tecnológica capaz de obliterar la importancia del cuerpo como herramienta primigenia de recepción del mundo, donde la comunicación tiene lugar. No hay ninguna actividad que sea capaz de esquivar la presencia básica del cuerpo humano.
Esta es la razón por la cual la danza se presenta como una práctica en la que el cuerpo se percibe no sólo como un medio para la experimentación, la redistribución de lo sensible, sino también para la comunicación y la conciencia de sí mismo, y en esos procesos, también del conocimiento del mundo y de la alteridad en general. En realidad, en el proceso de auto-conciencia, nuestro propio ser corporal es de alguna manera percibido como uno otro, contemplando múltiples capas de experiencia. La pantalla es, sí, una de ellas.
Celebremos la danza.
*Vanessa Vargas es bailarina, periodista y educadora venezolana, egresada de la UCV, la UCAB y la Tisch School of Arts. Es investigadora y tallerista en teoría y práctica de la danza como arte efímero. Su rtrabajo coreográfico ha sido presentado en Venezuela, Estados Unidos, Perú, Argentina y España.