Chao, Hugo; por Teodoro Petkoff
Con mucha pena, causada en decenas de hogares venezolanos, y sin ninguna gloria, se acabó el régimen de Hugo Chávez. El arrogante Hugo Cadena, que disfrutaba anunciando su retiro para el año 2021, ha sido derrocado apenas tres años después de su espectacular ascenso al poder en olor de multitudes y rodeado de la esperanzada expectativa de los venezolanos. Hasta el final vivió en el delirio que lo mató y su última acción de gobierno fue verdaderamente criminal. Esa cadena de la tarde de ayer, grotesca, realmente kafkiana, fue deliberadamente realizada para cubrir la información sobre la masacre que los matones y francotiradores de Bernal perpetraban. Dada la emboscada montada a la manifestación, es obvio que Chávez sabía perfectamente que mientras hablaba sus hombres estaban asesinando a mansalva a decenas de compatriotas. Fue una acción de infamia sin antecedentes en la historia contemporánea del país.
Culminaron así tres años francamente desastrosos, durante los cuales un demagogo incompetente, sin visión alguna de país, embaucó a los más pobres y humildes de nuestros compatriotas, jugando con su justificadísima ansia de justicia, manipulándola para construir un poder personal y personalista, barnizado con una retórica balurda supuestamente revolucionaria, que no hizo otra cosa que dividir al país en nombre de nada. Todo su discurso era aire, gas, puras pendejadas reiterativas, que se fueron desgastando irremediablemente, al calor de una gestión llena de improvisaciones y corrupción. Su peor enemigo fue él mismo. Hizo todo para caer. No hubo torpeza que no cometiera, error en que no incurriera. El propio Chacumbele.
Restañar las heridas que deja el chavezato no va a ser fácil, pero reconciliar a los venezolanos es una prioridad. Los problemas sociales del país son espantosos y los más pobres de nuestros compatriotas deben saber que su suerte estará en el centro de las políticas nacionales del inmediato futuro, para que sus desgracias no sirvan nunca más de pedestal a aventureros y demagogos.
Esta no es una hora de venganza sino de justicia. Los responsables de los asesinatos de ayer deben ser encontrados, para someterlos a juicio, comenzando por el propio Chávez. Los ladrones que acumularon fortunas obscenas, que saquearon el tesoro nacional, no pueden quedar impunes. Pero docenas de personas que de buena fe acompañaron a esta empresa demencial y que no tienen responsabilidad de sus disparates ni de sus robos, no tienen que pagar culpas de otros. Menos todavía puede pasarse factura a aquellos venezolanos que aun habiendo desempeñado cargos importantes en el gobierno, al apartarse de este contribuyeron significativamente a su erosión y descomposición.
Aquí no hay manera de resolver institucionalmente el cambio político habido. Vicepresidente, presidente de la Asamblea, presidente del Tribunal Supremo no sobreviven al colapso del chavezato. Esa línea de mando institucional murió con el régimen. Ya se verá como se resuelve el problema de las formas, pero la Junta de Gobierno tiene un único y fundamental cometido: conducir al pueblo venezolano a decidir prontamente el gobierno que se quiere dar para restablecer la continuidad democrática asentada en la voluntad popular. Porque a este pueblo maravilloso que somos nadie puede ni podrá arrebatarle su indomable voluntad de ser y permanecer libre por siempre.