Charla con Chávez, por Teodoro Petkoff

El jueves en la noche conversé con el Presidente. Mi impresión, después de dos horas largas, se puede resumir en pocas frases. Chávez parece calibrar con realismo la gravedad de la triple crisis (política, militar y económica) que vive el país y, por ende, su gobierno. Admite haber cometido muchos errores. Manifiesta disposición a corregir y rectificar. Por supuesto, me refiero a una impresión producida por el contexto del diálogo, no porque necesariamente haya sido explícito en todo. ¿Se le puede creer? No tiene mucho tiempo para convencer al país de que habla en serio. Como se lo dije, medio país no le cree y, más aún, no quiere creerle. Por eso insistí en la necesidad de que su gobierno produzca rápidamente un conjunto de iniciativas que puedan crear un ambiente que permita, al menos, la comunicación entre las posturas en que está dividida la población y que hoy se miran desde lejos, cargadas de desconfianza y rencor. Desde este punto de vista, toda iniciativa que procure generar una atmósfera de menor crispación, para que la política sea asunto del cerebro y no del hígado, nosotros la acogemos, así sea con un sano escepticismo. A un gobierno que procura hablar con sus adversarios no se le debería responder con un camión de piedras. Lo cortés no quita lo valiente y, como ya dijimos, preferimos un armisticio antes de la guerra y no, como siempre sucede, después de ella, cuando tengamos una montaña de víctimas por detrás.
Desde luego, la prueba del pudín es comérselo. El programa de ayer puede haber lucido frustrante como demostración de la voluntad de rectificación anunciada. Tres horas para anunciar tan sólo la designación de José Vicente como vicepresidente, es realmente excesivo. Ese solitario nombramiento, aun si implica la salida de Diosdado y la presencia de un nuevo titular en la cartera castrense, no es, por supuesto, todo lo que va a ocurrir, pero no haber podido anunciar otros cambios revela las dificultades prácticas para armarlos. Que no hayan sido los enroques de siempre, fáciles de realizar, o la utilización de figuras próximas al Gobierno, siempre disponibles, indica que una apertura real hacia otros sectores -que es lo que, obviamente, parece estarse ensayando en materia económica- no es fácil en las presentes circunstancias. Pero Chávez tiene que estar consciente de que un nuevo gabinete económico, tanto en personas como en concepciones, constituiría una señal decisiva para abordar la vertiente económica de la crisis que padecemos. En esto no se puede equivocar, y si necesita más tiempo, habría que comprenderlo. Por lo que respecta a Rangel, su reubicación mata dos pájaros de un tiro. Alivia tensiones en el sector castrense y le da mayor comodidad para actuar como agente político por excelencia del Gobierno, función a la cual le ha puesto mucho empeño después del 11A, tendiendo puentes y tratando de construir un clima dialogante. Por supuesto, Rangel necesitaría una «llave» en el Ministerio de Interior y Justicia, que no puede ser Rodríguez Chacín.