Chávez se extraditó, por Teodoro Petkoff

“Recordemos que el Presidente también es un ser humano” clamaba un patético José Vicente, ante la multitud enardecida, que pitaba, rechazando platos de segunda mesa, y exigiendo la presencia del líder máximo. ¿Y qué de tan “humano” puede haberle ocurrido como para haber faltado al tipo de acto que le saca más adrenalina: el gran mitin? Chávez no habló el sábado. ¿Qué tendría Chávez? ¿Cómo fue posible que después del tremendo esfuerzo logístico que significó movilizar centenares de miles de “compatriotas” en miles de autobuses de gobernaciones, alcaldías, institutos oficiales y demás yerbas automotrices oficiales, de repartir miles y miles de franelas rojas con las cuales vistieron hasta a los policaracas de Bernal, Yo el Supremo le haya hecho tamaño desprecio al pueblo que fervorosamente vino a aplaudir el seguro anuncio de la ruptura de relaciones con Estados Unidos? El pobre Darío Vivas, gran manager de las movilizaciones, se daba cabezazos contra la tarima: ¿cómo me echa esta vaina el comandante?
No conocen a Chávez. Pero él sí se conoce a sí mismo. Sabe que no puede ver más de cinco personas juntas sin que se le vayan los frenos de la lengua y se suelte a decir lo primero que se le viene a la mente. Sabía que si se montaba en esa tarima en algún momento iba a gritarle a su canciller: “¡Alí, dile a Brownfield que recoja sus corotos y se vaya pa’ l carajo!”. Decidió no correr ese riesgo. A su manera fue una autocrítica por la bravuconada del domingo pasado.
Porque ¿qué menos que la ratificación de la “revisión” de las relaciones podía soltar en ese acto de exorcismo antiimperialista? Pero ya había pasado una semana; tiempo suficiente para calibrar la magnitud de su metida de pata anterior. Tiempo suficiente para que alguno de sus áulicos le informara que ese asunto de la extradición es muy complejo y que su perorata “amenazante” no pasó de ser una solemne ridiculez, sobre todo porque estaba dirigida a un país donde los jueces no suelen ser clones de Luis Velásquez Alvaray o del inmarcesible “Cacharro” Carrasquero. Tan complejo es que la Embajada de Venezuela en Washington (esa misma por cuya utilidad se preguntaba Yo el Supremo cuando repetía, categórico, “las cosas son o no son”, y golpeaba el escritorio preguntando para qué gastar plata en mantener una embajada en la capital gringa), emitió un comunicado el viernes en cuyo tercer punto se dice: “Venezuela expresa la importancia de la comunicación y cooperación de Estados Unidos en este caso y ratifica que presentará toda la documentación necesaria para solicitar la extradición de Posada Carriles al gobierno de Estados Unidos”. Iban a romper relaciones sin siquiera haber solicitado la extradición. ¡Oh, my God!
Esa era la conducta que salía desde el comienzo, en un caso en el cual la irresponsable bravuconada de Chávez estuvo a punto de arruinar toda la ventaja ética, moral y política que tiene Venezuela en esta ocasión. Para Estados Unidos (judicial y políticamente) es muy cuesta arriba negar una solicitud de extradición que no ofrece dudas. Menos mal que Yo el Supremo recogió velas.