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China: La identidad nacional como precursor de desarrollo, por Luis Cermeño



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Luis Cermeno | @luisce02 | abril 6, 2019

En artículos anteriores he argumentado que sistemas autoritarios como el Chino tienen un mejor desempeño económico puesto que la figura de partido único permite unificar criterios en cuanto a una agenda programática de desarrollo de largo plazo, que solo se logra en algunas democracias que logran esquivar la polarización de los partidos, el clientelismo político, la inestabilidad, la corrupción y las débiles instituciones.

Claro está, que la otra cara de la moneda se refiere a que el Estado fuerte en China solo es posible sin que existan instituciones formales de estado de derecho y rendición de cuentas. En la práctica el gobierno usa otros mecanismos para legitimar su autoridad cómo garantizar la estabilidad política y crecimiento económico del país, responder a las demandas de los ciudadanos en cuanto a políticas públicas se refiere (aunque no bajo mecanismos electorales universales) y reglas de transición política dentro del Partido Comunista. Aunque recientemente hubo un retroceso al eliminarse el límite de mandato de la figura del presidente por dos períodos consecutivos, el acuerdo social en China legitima al Estado siempre y cuando este responda a las necesidades de crecimiento económico.

El gran problema está que cuando se tiene un Estado sin instituciones que limiten su poder y que garanticen orden político (como las instituciones del estado derecho y la rendición de cuentas) , este básicamente puede convertirse en un régimen despótico y cruel o en un gobierno capaz y eficiente.

Ciertamente China ha sido gobernada por emperadores despóticos como la cruel emperatriz Wu Zhao de la Dinastía Tang, el incompetente Emperador WanLi que paralizó las funciones de la burocracia del Estado y llevó a la Dinastía Míng a la inacción y decadencia o la Emperatriz CiXi de la última dinastía Qing cuya ambición y brutalidad la mantuvo en el poder a costa del debilitamiento del Estado y la pérdida de soberanía territorial a favor de occidente y Japón. Sin embargo y a pesar del poder ilimitado a su disposición, en la práctica el imperio Chino no usaba este poder en su completa dimensión en contra de su población sino más bien se ejercía con cierta benevolencia y sentido de pertenencía propio de los valores forjados por siglos de tradición Confusionista. En la era moderna, Mao Ze Dong a pesar de lograr unificación de China nuevamente y el cese de la ocupación extranjera, posteriormente representó una negación de esos valores confusionistas que enmarcaban la relación con el pueblo y que terminó trágicamente en detrimento de este último.

No obstante, históricamente es un punto de inflexión que no ha tenido correspondencia con el progreso económico y social sin precedentes desde Deng Xiaoping (1979) hasta al presente y en otras épocas de grandeza del imperio Chino en el pasado. Visto desde este punto de vista histórico y en términos generales, China ha sido gobernada a través de un Estado moderno sofisticado que Europa pudo construir unos diez y nueve siglos después.

En algunas democracias occidentales, particularmente las más jóvenes, uno de los problemas fundamentales es la alta permeabilidad de las instituciones políticas que hacen que el sistema político juegue a favor del gobierno de turno o de determinados grupos de interés.

Venezuela, desde el descubrimiento del petróleo los incentivos por el poder llevaron a una rivalidad política que tocó fondo con el clientelismo político como mal necesario para movilizar a las masas en torno a una ruta electoral cortoplacista. Así la democracia representativa fomentó la dependencia, el deterioro productivo y la corrupción. No importa quien llegase al poder, el resultado ha sido siempre el mismo hasta la exacerbada secuela de la era Chávez y Maduro que depauperaron el país a niveles nunca antes visto.

¿Cómo es que un país sin instituciones de contención o división de poderes logra organizarse en torno al desarrollo de su nación mientras que aquellos países que sí cuentan con tales sistemas políticos deciden más bien socavarlos para hacer completamente lo contrario?

La respuesta está en que China no es simplemente un Estado, es una civilización-Estado. Al ser así, gobernantes y población comparten una fuerte identidad nacional que se sobreponen sobre intereses individuales. En el proceso de construcción de Estado, los países en el mundo son relativamente homogéneos ya que todos cuentan (más menos) con instituciones tangibles como una armada, una burocracia Estado, la policía, enmarcado dentro de un territorio determinado. La construcción de nación por el contrario es intangible y representa aquellos valores que superan a la lealtad hacia mi grupo familiar, entorno, región, grupo étnico o religioso. Francis Fukuyama afirma a este respecto que mucho de lo que nosotros entendemos cómo corrupción en realidad ”es el producto de ‘servidores públicos’ que se sienten más obligados con la familia, su entorno, su región, etnia o grupo religioso más que con la comunidad nacional y por ello dirigen el dinero en esa dirección”.

En sociedades multiculturales, con pasado colonial estas identidades generalmente se crean a través de políticas concretas del Estado en materia de religión, educación, lengua. China con larga tradición histórica no tendría que hacer mucho en esta materia, mientras que otros estados como Venezuela deben mejorar.

Se debe no solo promover la identidad nacional sino más bien destronar aquellos valores que se asimilaron a partir de una larga y fallida tradición de Estado rentista, en donde el estado se convirtió en proveedor de dádivas y no en garante de orden y gerente en la construcción de un estado productivo bajo una agenda programática de largo plazo.

Esos lazos de dependencia nos llevaron a la tragedia chavista y revertirán eventualmente cualquier proceso de cambio que no implique una transformación estructural, no solo de las instituciones del estado, sino en promoción de una identidad nacional sobre la base de un sentido de pertenencia y bienestar colectivo que sea conveniente para el desarrollo del país a largo plazo y que aplique no solo a la población sino más bien sea practicado, asimilado, impulsado por la dirigencia política.

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