Como Lusinchi, por Teodoro Petkoff
La semana pasada el ministro Alí Rodríguez llevó sus pasos al Banco Central, donde, «de parte del Presidente», solicitó la transferencia de 12 mil millones de dólares de las reservas internacionales al Fonden. La gente del BCV se puso las manos en la cabeza. Las cuentas no cuadraban porque si a las reservas, que son activos del BCV, se les restan los pasivos del instituto emisor, el saldo neto quedaría por debajo del llamado «nivel óptimo de reservas».
Al final resolvieron el dilema con base en las reservas brutas. Una manipulación contable, pues, pero que apenas si maquilla el descenso real de las reservas por debajo del nivel adecuado, habida cuenta de que los pasivos siguen estando allí.
Pero lo cierto del caso es que este gobierno, que en asuntos económicos es una combinación de CAP I y Jaime Lusinchi, comenzó ya la carrera infernal de comerse las reservas internacionales para atender sus requerimientos financieros.
Prefiere, por ahora, este camino suicida, antes que tomar medidas de ajuste. Chacumbele no quiere que la confesión de dificultades económicas pueda rebotar negativamente sobre el plan de reelección indefinida. Girar contra las reservas internacionales le permite simular que no está pasando nada.
Pero la situación es demasiado grave. La caída de los precios del petróleo ha llevado el barril venezolano a cotizarse alrededor de los 30 dólares y la perspectiva de su recuperación a corto y mediano plazo es casi ninguna. Lo peor del impacto de la crisis económica mundial sobre los precios del crudo está por sentirse y esta vez, a diferencia de 1929, la crisis es verdaderamente planetaria; nadie escapa a ella. No hay dónde refugiarse.
La pronunciada desaceleración de las economías desarrolladas, que se anuncia prolongada, supone una caída concomitante del consumo y de la demanda, amén de que el descenso de los precios del petróleo incluye también una respuesta a la especulación que tanto contribuyó a sus alzas espectaculares. Para Venezuela la situación es peor porque nuestros crudos incluyen un porcentaje elevado de pesados, en tanto que la demanda actualmente se orienta más hacia los livianos. Eso explica por qué la diferencia entre el precio de la cesta venezolana y el WTI, que estaba siempre alrededor de los 10 dólares menos para el nuestro, hoy es de 13. Nuestros crudos tienen menor demanda.
Todo esto indica que si el cálculo del gobierno es aguantar las medidas que debe tomar, confiando en un rebote próximo de los precios petroleros, mejor es que se vaya bajando de esa nube. Tendría que comenzar a actuar ya, porque el camino lusinchista no es sino correr la arruga.
Es ir perdiendo reservas, lo cual debilita al bolívar, ya suficientemente sobrevaluado, y apunta a una inflación aún mayor que la del año pasado. En un contexto de descenso de nuestro propia actividad económica (el supuesto «socialismo» había comenzado a rodar cuesta abajo antes que el capitalismo), mientras más demore el gobierno en actuar, peor será el trancazo.