Como se van las horas, por Omar Pineda
Twitter: @omapin
Suena lógico. Estábamos avisados. Por nuestra pequeña oficina pasaban rumores, y de algún modo nos habíamos acostumbrado a la mención de nombres de personajes, de posibles fechas y hasta de los cuarteles donde arrancaría el próximo alzamiento. Desde mediados de julio, Freddy Díaz nos venía aconsejando estar alerta porque aquellos militares, a quienes el teniente coronel Hugo Chávez con su rendición dejó regados en los cuarteles, volverían con lo del golpe.
En verdad, no nos lo tomamos tan en serio, pero recuerdo que guardamos en un lugar secreto los CPU, ocultamos material que alguien calificó de sensible y acordamos, los cuatro gatos de la oficina de prensa del MAS, un protocolo para reunirnos y mantener el contacto, “porque esta vez el golpe sería sangriento” y seguro habría allanamientos a las casas de los partidos. Eso nos dijeron y nosotros nos miramos las caras.
*Lea también: La derrota, por Laureano Márquez
Que yo sepa el MAS nunca apostó a la aventura golpista. De hecho hizo en el Congreso una firme defensa de la democracia y de respaldo al gobierno de Carlos Andrés Pérez, sin dejar de responsabilizarlo por los efectos de las medidas anunciadas, derivadas de ciertas políticas económicas adoptadas, sin ofrecer o no comunicar de manera efectiva un plan de medidas sociales que paliaran la delicada situación de la gente.
Días antes en la misma casa nacional tropecé con uno de los actores del 27 de noviembre de 1992 cuando subía la escalera de caracol que daba al comité ejecutivo y como le conocía desde el PCV le insté en broma “dame fecha, Pablo”, y su respuesta fue evasiva pero contundente. “Pregúntale a tus jefes… vengo de reunirme con ellos y no quieren venirse… pero ponte mosca, que el coñazo viene”.
Los días pasaron y optamos por desoír los “ahora sí” que iban de un lugar a otro, y ya se volvían parte de la joda nacional. Seguimos en lo nuestro. Hasta que la madrugada del jueves 27 de noviembre aparecieron de verdad. La insurrección, comandada por el teniente Jesse Chacón, tomó Venezolana de Televisión al costo de nueve vigilantes de la televisora asesinados, además de tomar las antenas repetidoras de RCTV y Venevisión a fin de transmitir un video a través del cual explicaban las razones de la rebelión y llamaban a las Fuerzas Armadas a unírseles. Pero lo que vimos fue el video grabado por Hugo Chávez, quien no había participado en la planificación del golpe para sorpresa de los cabecillas.
A cambio, Pérez se comunicó con el país por la señal de Televen. Horas más tarde aviones OV-10 Bronco piloteados por oficiales golpistas despegaron de Maracay y nos asustaron con un falso bombardeo, a bajo vuelo, rompiendo la barrera del sonido, cerca del Palacio de Miraflores, El Helicoide y la base militar de La Carlota. El ruido estruendoso provocó alarma general. No recuerdo si uno de esos aviones fue derribado por un F-16. Pero, de lo que quedó de aquel 27N fue el motín programado de presos del Retén de Catia, según se dijo luego dirigido por el inspector de la PM, Freddy Bernal, y la proclama revolucionaria, donde lo más resaltante, según José Ignacio Cabrujas fue el hombre de la franela rosada, con su fusil en guardia pretoriana, como ejemplo del balurdismo de esa revuelta.
Lástima que el dramaturgo no vivió para ver lo que vendría después. Pero esta segunda intentona abrió la puerta a la mayor tragedia nacional, de la cual todavía no hemos podido salir.
En medio de tantos apuros, dos muertes queridas pasaron por debajo de la puerta: el disparo de fusil que un golpista le hizo al periodista Virgilio Fernández desde La Carlota. Un acto de mala leche porque la fuente de Virgilio era la farándula, y el fallecimiento en Miami a los 76 años del inquieto anacobero, Daniel Santos. Y así como en las viejas series televisivas, ya uno no sabe si poner el cartelito aquel de “Esta historia continuará”.
Omar Pineda es periodista venezolano. Reside en Barcelona, España