¿Cómo te fue?, por Teodoro Petkoff
En los viajes de Chávez hay que ver dos aspectos: uno adjetivo, secundario -aunque no sin importancia- y otro sustantivo, realmente significativo. El primero es el que Hugo mismo crea (para felicidad de todos los mamadores de gallo de este país, comenzando por Laureano Márquez y Rolando Salazar), con sus pintoresquismos y sus exageraciones («alianzas estratégicas», «revoluciones hermanas»), con su ignorancia de la política interna de los países que visita, así como con la inaudita pretensión de creerse el gran inspirador y organizador de la multipolaridad planetaria. Como en aquella fábula de La Fontaine, de la mosca que posada sobre el caballo que halaba el coche creía que era ella quien lo hacía moverse, Chávez a veces produce la impresión de creerse realmente un protagonista de primer orden en la escena política mundial y una suerte de coach de Putin y de Jiang Zemin. Además, también es cierto que este viaje en particular no tenía por qué ser tan largo. Razones de fondo sólo justificaban el brinco hasta Indonesia, porque a Venezuela le toca ejercer la presidencia del Grupo de los 15 y Chávez fue a recibirla. Lo demás podía perfectamente esperar otros momentos e incluso los toques en India, Bangladesh y Malasia eran prescindibles, así como el de China porque él estuvo allá hace poco más de un año y el presidente chino acaba de visitarnos. Lo de Rusia e Irán, pase, por las razones que señalaremos más adelante, pero tampoco era indispensable hacerlo todo de un solo trancazo.
Sin embargo, dicho esto, hay que añadir que una política exterior que tome en cuenta la multipolaridad y se monte en esa ola es absolutamente correcta para este país, pequeño pero petrolero y por tanto jugador en el tablero planetario -así sea como peón, hablando en términos ajedrecísticos. Si la globalización es un fenómeno objetivo y real y rechazarla equivale a rechazar la ley de gravedad, la multipolaridad también es un fenómeno objetivo, y negarla es igualmente necio. Existen, sin duda, otros polos mundiales de poder: Europa, China, Rusia, Japón y el sudeste asiático lo son. Unos, por su peso económico; otros, añaden a este su peso militar y hasta demográfico. Casi todos poseen una historia y una tradición de grandes potencias. Estos polos aspiran a un mundo donde las relaciones internacionales respondan menos a la unilateralidad que impone la gran potencia. Desde luego, ninguno de ellos se plantea, al menos por ahora y en el futuro previsible, desafiar a los gringos en el terreno militar. Eso no está en la agenda de nadie. Pero lo que sí está es la búsqueda de un mayor equilibrio en la distribución del poder mundial.
Eso ocurre tan concretamente como el proceso de globalización. Tomar nota de ello, y adelantar una política exterior que abra otras opciones y se acerque a otras referencias mundiales no puede ser censurado. No se trata de enfrentar a Estados Unidos pero sí de empeñarse en que su obvia hegemonía sea menos avasallante y más respetuosa del mundo ancho y ajeno. Chávez quizás equivoca el tono de su discurso y lo hace innecesariamente friccional con la gran potencia norteña, pero si se aparta esa hojarasca retórica se encuentra el núcleo de una política exterior que debería ser del Estado y de la Nación, que nosotros compartimos.