Comunismo de “quita y pon”, por Carlos M. Montenegro

No estoy seguro de que Karl Marx (1818-1883), a pesar de ser un fuera de serie en lo suyo, al publicar en 1867 El Capital, primer volumen de su trilogía, estuviera consciente de la sampablera que iba a formar durante todo el siglo XX, y lo que llevamos del XXI.
En Rusia permitieron la publicación traducida de El Capital, porque según el gobierno, allí casi nadie sabía leer ni escribir; no imaginaban, supongo, que años después aquel texto contribuiría como pocos a destruir el poder de los zares y precipitar la revolución obrera en todo el mundo. Por cierto que El Capital fue el único libro de la trilogía que Marx escribió completo, ya que los otros dos fueron escritos por Friedrich Engels a partir de las notas que había dejado al morir.
Marx fue un autentico intelectual «metodista», pues le metía a todo: filosofía, historia, economía, sociología, periodismo y ensayo, destacándose en todo, que ya es destacarse. Fue el padre del marxismo, y del materialismo histórico, fundamento teórico del comunismo; Marx y Engels, grandes amigos, crearon el socialismo científico y fundaron la Liga de los Comunistas. A continuación se declaró ateo, y revolucionario, sin patria ni bandera; no se andaba por las ramas el hombre.
Fue un “niño mal de casa bien”, trabajó poco o nada viviendo del dinero de su madre hasta los treinta años, y luego del de su amigo Engels, lo que no obsta el hecho de su importancia en la historia de la humanidad. Su obra cumbre fue El Capital, publicada a partir de 1864 en varios volúmenes, y escrita en Londres. Los casi veinte años que había pasado escribiéndola fueron un continuo devenir por diversos aspectos del pensamiento capitalista y sus sempiternas crisis, que afligían sobre todo a las clases trabajadoras de las ciudades y del campo. Su pretensión era crear una teoría económica que ayudara a acabar con aquellas crisis, por medio de una revolución liderada por el proletariado.
Quizá uno de los aspectos más sorprendentes de El capital es su capacidad para volver a la actualidad con cada crisis económica mundial grave. Durante la crisis financiera que estalló en 2008, fue uno de los ensayos más vendidos. Sus ideas se debatieron, una vez más se auguró la muerte del capitalismo y la terrible realidad de una clase media que, ciertamente en los últimos años y en muchos países se confunde cada vez más al proletariado.
Pero ¿qué contenía el tan polémico libro de Karl Marx? Según el historiador y periodista Gonzalo Toca estas son las 7 ideas de la trilogía de Marx que cíclicamente han subyugado a infinidad de políticos:
- La economía no debe divorciarse de la moral pública y la política. No se puede entender la economía en términos de producción y olvidarse de la explotación de los trabajadores, de la brutal concentración de la riqueza o de unos derechos de propiedad que son injustos.
- Los derechos de propiedad son el resultado de un proceso histórico violento y abusivo. Además, protegen a sus titulares para que no tengan que compartir la plusvalía, esto es, la diferencia entre el precio al que se vende el producto y lo que pagan al obrero que lo fabricó.
- Mientras eso ocurre, los trabajadores viven en la pobreza, reciben salarios de subsistencia y se enfrentan a un desempleo rampante. Aquí tenemos una de las fuentes principales de la lucha de clases entre proletarios y propietarios.
- Tanto si son conscientes como si no, existe una lucha de clases entre trabajadores y burguesía. Esa lucha refleja las contradicciones del capitalismo, que hacen de él algo insostenible y que convierten la revolución en urgente y necesaria. Las crisis económicas muestran esas contradicciones y propician la revolución.
- Si la economía es una ciencia, existen unas leyes universales que predicen su evolución. El capital recoge esas leyes, y por eso puede predecir, a grandes rasgos, el futuro del capitalismo, su caída y la toma del poder del proletariado.
- Uno de los motivos de la muerte del capitalismo es que este combina la superproducción de sus fábricas y la existencia de una población que no tiene recursos para comprar lo que se produce.
- Las fábricas de la clase capitalista están condenadas a la quiebra debido a la mecanización masiva. Como el beneficio solo es posible a partir de los salarios de los trabajadores explotados y las máquinas no pueden ser explotadas, a las empresas y al sistema únicamente les espera la bancarrota.*
Karl Marx había creado sin querer una marca que fue usada por políticos de todos los plumajes, que tras declararse enemigos del capitalismo, la convirtieron en un traje que como en los grandes almacenes se probaban y usaban a medida de sus designios. Marx y su “Capital” se convirtieron en el perejil de todas las salsas y guisos de los izquierdistas y anticapitalistas. Sus obras se han interpretado de todas las formas, con muy diversas intenciones y resultados.
A su costa se han ensayado y elaborado cantidad de conceptos, usados profusamente en regímenes políticos de casi todos los continentes como: socialismo, materialismo histórico, economía marxista, lucha de clases, gobierno del pueblo, dictadura del proletariado, leninismo, estalinismo, maoísmo, eurocomunismo y hasta socialismo del siglo XXI, que según Fidel Castro y los representantes del Vaticano coinciden paradójicamente en llamarlo a secas «comunismo», marca favorita y líder en el mercado “listo para llevar” de algunas izquierdas poco dadas a dejar a la gente vivir a sus anchas.
El que mejor lo aprovechó fue Lenin, el revolucionario que lo vio primero y fundó su partido comunista compuesto por sus adeptos provenientes del «bolchevismo», aprovechando el histórico descontento del pueblo ruso, explotado y pisoteado por aquella manada de sátrapas y corruptos de un régimen secular conducido por los zares; se abalanzó sobre el poder y se hizo con él. Con audacia y masacrando a muchos millones de ciudadanos que no comulgaban con el nuevo partido, asesinando incluso al zar y su familia e instaurando el primer régimen comunista en el mundo; sus herederos no fueron menos sanguinarios y tras poner al país a sus pies llegó Stalin, el alumno aventajado de Lenin, que mató muchos millones más y que aún apretó más las tuercas una vez triunfante en la II Guerra Mundial, con la ayuda material y económica de sus aliados, todos capitalistas empedernidos por cierto, se hizo fuerte e invadió los países de Europa del Este, incluyendo buena parte de Alemania.
Al contrario que sus ex socios, se dedicó a exportar su «fórmula» con la promesa de que tras liberarlos del «monstruo» nazi habría elecciones libres. No hubo tal, lo que sí hubo en principio fueron gobiernos de coalición con diversos partidos políticos, entre ellos el comunista, que desde dentro y con apoyo de los rusos fueron liquidando a los opositores y formando gobiernos obedientes bajo el eufemismo de «Repúblicas Democráticas Populares». Dos años después de terminada la guerra, en 1947, Rumania, Bulgaria, Hungría, Albania, Polonia y Yugoslavia ya eran «democracias populares»; en occidente la gente normal los llamó «países satélites» de la Rusia comunista, que obedecían dócilmente los dictados del jefe ruso de turno, excepto la Yugoslavia del mariscal Tito y la Albania del maoísta Enver Hoxha lograrían, aun teniendo gobiernos marxistas, mantener una relativa independencia de la URSS.
Otros países también fueron inoculados con el virus creado por Marx como China, Corea, Vietnam, y diversas naciones africanas. Fidel Castro también se anotó al club en los años sesenta tras derrotar a Fulgencio Batista.
Sin embargo en 1989, a pesar de que Gorbachov venía dando pistas, sorpresivamente el muro de Berlín y el resto del «telón de acero» se derrumbó en una noche, la del 8 al 9 de noviembre, al parecer sin que ninguno de los sesudos departamentos de inteligencia mundiales se enteraran, Para muchos era el fin del comunismo, aunque el verdadero declive empezó en 1962 cuando tuvieron que levantar el muro en Berlín, pues más de 3 millones de ciudadanos habían escapado literalmente a la zona de los perversos capitalistas, sin que ni uno solo quisiera hacer el recorrido inverso.
El sistema comunista se desmoronó solo sin perder una batalla y lo que queda tras un siglo de andadura su fracaso está a la vista. El descontento de vivir mal, del eterno «sí bwana» al dirigente de turno, de no poder disfrutar las inocultables libertades que otros tienen, pues las redes son difíciles de amordazar. En fin, el comunismo se va derrumbando a golpe de hoz y martillo.
La mala noticia es que una vez que los «malos» perdieron, el bando de los «buenos», el capitalista, tampoco parece que haga las cosas muy bien. Desde que el mundo está prácticamente en sus manos andamos también en un sin vivir, con lo que dan pie a que aventureros trasnochados todavía andan por aquí probándose su comunismo “de quita y pon”, empeñados en lo imposible. Esperemos que alguien se invente otra.
* Publicado en 2017 en el número 594 de la revista Historia y Vida
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