Con grietas, todavía sin quiebre, por Alonso Moleiro
@amoleiro
La intensa jornada de pugna política de este 23 de febrero retratan a un Nicolás Maduro acorralado y en el límite de su descrédito nacional e internacional. Acorralado, asediado y demandado, pero, al menos todavía, no caído. El chavismo exhibe fisuras, pero conserva una pequeña porción de piso político sobre la cual ha decidido presentar pelea y hacer daño.
El combate escenificado entre Juan Guaidó y Maduro ha presentado tarjetas divididas. La mano, sin embargo, se la lleva Guaidó. La dirigencia opositora y la población movilizada en las ciudades y pueblos del país lograron sobrepasar varios cercos militares; llamar la atención del concierto internacional, y colocarle a su causa una importante dosis de impacto y peso moral.
Guaidó y sus colaboradores, sin embargo, presenciaron la quema de los camiones de carga humanitaria que ingresaron al país, y, luego de la violenta jornada de represión vivida en los pueblos fronterizos del Táchira y Bolívar, tuvieron que ordenar el repliegue.
El pulso produjo, además, un apreciable goteo de efectivos militares y policías, rompiendo filas hacia la causa democrática y reconociendo el mando de Guaidó. Cierto que ninguno de ellos tiene un rango todavía demasiado alto, pero son una muestra del hervidero que, de acuerdo a los reportes, se vive en el sector castrense en el contexto actual.
Esto quiere decir que, a pesar de la erosión en su popularidad, de la repulsa internacional, del agotamiento de los argumentos, de su nulo futuro político, y del estado insurreccional y prerrevolucionario que se vive en el país, Maduro y el chavismo conservan la consola con los mandos para proceder por la fuerza. Todavía son capaces de articular jornadas político militares de algún nivel de eficiencia, que son obedecidas con convicción y que pueden producir mucho daño.
En toda la refriega, llamó la atención un hecho significativo: Maduro volvió a emplazar a Guaidó para que aceptara medirse en unas elecciones presidenciales. Una propuesta con un contenido engañoso, diseñada probablemente para encender de nuevo las polémicas en la sociedad democrática sobre los caminos a seguir, pero que habla por sí sola de la cantidad de terreno político que el chavismo ha tenido que ceder al insurgente dirigente guaireño, una persona relativamente desconocida en el país hasta hace semanas.
El gobierno de Maduro sale de este episodio con su prestigio en el subsuelo. Algunos de los episodios del día de hoy, las masacres en Santa Elena de Uairén y la frontera colombiana, junto a la quema de camiones y el estado de censura impuesto, con toda seguridad engrosarán su expediente internacional en materia de derechos humanos.
Desde su juramentación como Presidente Interino, Juan Guaidó se las ha ingeniado para sortear obstáculos, posicionar su presencia, sembrar un liderazgo nacional compartido, y, en varias ocasiones, neutralizar o inhibir el proceder del aparato represivo chavista. Guaidó no es un presidente figurado: ha logrado que varios efectivos militares se le cuadren en voluntariamente. El equilibrio ha sido posible manteniendo la iniciativa política, ofreciendo todos los días medidas y decisiones que afianzan su posición. Juan Guaidó es la expresión ambulante de la inminencia de la transición postchavista. Es probable que esté reunido con su entorno pensando en el próximo paso. El reto es diseñar nuevos embates; mantener viva la capacidad de sorpresa.
Guaidó y las fuerzas democráticas crearon nuevas grietas y plantearon nuevas zanjas en el interior del chavismo. Se lleva en sus manos algunos mechones del cabello enemigo. La Oposición sigue dando pasos en la dirección correcta. Lo que no lograron, lo que no han logrado, es el quiebre.