Con la abstención Chávez goza un bolón, por Teodoro Petkoff
El domingo pasado Hugo Chávez atacó desconsideradamente, en su mejor estilo camorrero, a Manuel Rosales y a Antonio Rojas Suárez, gobernadores de Zulia y Bolívar respectivamente. ¿Por qué esa furia? Porque Chávez tiene el plan de acabar con la descentralización político-administrativa. Como le resulta muy cuesta arriba cambiar la Constitución para volver a los tiempos en que los gobernadores eran designados por el presidente de la República, que es lo que le gustaría, quiere tener en todos los estados gente que le obedezca como si él los hubiera nombrado y cooperen con el plan de destrucción de la descentralización. Quiere tener en todas partes gente plegadiza y obediente, que no le discuta y que “coja línea”. Para ese propósito gobernadores como Rosales y Rojas Suárez (para mencionar sólo a los dos que descargó) son un obstáculo. Son gobernadores exitosos, que tienen una buena gestión que mostrar, constituyendo expresión de los beneficios de la descentralización y por lo mismo defensores de ella. Gobernadores así son un necesario contrapeso a la tendencia centralista que propugna el gobierno.
Pero la cólera de Chávez tiene que ver también con otra cosa. Como se trata de gobernadores eficientes, muchos partidarios de Chávez, en esos estados, están dispuestos a votar por ellos. Eso lo reflejan las encuestas. Rosales duplica al general Gutiérrez; Rojas Suárez le lleva una morena al general Rangel. Hay el voto cruzado hereje, porque en los estados y los municipios, el peso de lo local cuenta mucho. Un chavista zuliano no ve ninguna incompatibilidad entre Chávez en Miraflores y Rosales en la gobernación. Como, podemos estar seguros, muchos opositores, en Barquisimeto, por ejemplo, quisieran ver al chavista Henry Falcón de nuevo en la alcaldía, porque lo ha hecho muy bien; así como es probable que no pocos chavistas de Chacao no quisieran ver a Leopoldo López sustituido por algún ineficiente Rangel Avalos. Defender las buenas gestiones regionales y locales o aspirar a sustituir a quienes no han estado a la altura de sus responsabilidades es una cuestión de sentido común. La abstención va contra el sentido común; es la línea de menor resistencia. Inexcusable en políticos veteranos, que llaman a ella desde la confortable posición de quien igual pudiera retirar su candidatura a la Secretaría General de la ONU. No tienen gestión que defender o ningún chance de ganar y utilizan la coartada de la abstención para tirar la toalla, huyendo hacia delante. (Distinto es el caso de quienes retiran sus candidaturas para favorecer unitariamente las opciones más viables, como ha venido ocurriendo también en los últimos días.)
En cambio, se puede comprender al votante opositor común, traumatizado por la idea de que el 15A fue robado. Pero, ¿y si no hubiera sido así? ¿Y si el resultado, aunque distorsionado por el ventajismo y el abuso de poder que lo signaron, reflejó, sin embargo, la realidad políticosocial? Sería terrible que esa mitad del país (en números redondos) que se opone a Chávez y cuyo desempeño electoral, visto en el detalle, no fue nada malo, quede a la deriva, sacrificada y autosacrificada en el altar de un espejismo, rindiéndose incondicionalmente el 31 de octubre y ayudando a Chávez en su plan de acabar con la descentralización.