Congestión chavista, por Teodoro Petkoff

La verdad es que Chávez, en el fondo, es un “venaíto”. Cualquier vendedor de neveras en el polo es capaz de enlazarlo y embaucarlo con tan sólo darle unas sobaditas a su ego. Con la idea de cogestión, que es interesante y de la cual existen experiencias importantes en algunos países, en especial en Alemania, ya algunos vivillos descubrieron como vivirle la parte al Presidente. Basta con tener una empresa quebrada y sugerírsela a Chávez como campo para una experiencia cogestionaria para que éste se tire de cabeza sin siquiera averiguar su viabilidad. Y detrás de él todo su equipo, que no vacila en creer que el jefe parió una nueva genialidad. El reciente caso de Hilanderías Tinaquillo da pie para más de una reflexión. Esta empresa era parte del conglomerado textil del famoso -por más de un respecto León Mishkin, quien retribuía a CAP muy generosamente los créditos EN DOLARES que aquel le otorgaba vía Corporación Venezolana de Fomento y jamás pagados.
La empresa tiene más de 25 años de instalada; pero lleva mucho tiempo cerrada. Puede imaginarse sin dificultad que su maquinaria no sólo es obsoleta sino que difícilmente puede dar la talla en un sector como el textil venezolano, casi extinguido. ¿Por qué cerró la empresa? ¿Sabe el gobierno que el crédito que recibió nunca fue cancelado? ¿Qué pasó con esa deuda millonaria, otrora en cabeza de la CVF, registrada en los archivos del Fondo de Inversiones de Venezuela (FIV) y seguramente también en los de su sucesor, el Bandes? ¿Se ha hecho una evaluación técnica de la maquinaria para conocer su grado de operatividad? ¿Se evaluó la insuficiencia de materia prima nacional (algodón), sobre todo si tuviera que ser de fibra larga, el cual, al contrario de lo señalado por Chávez con su proverbial piratería, nunca ha sido de significativa producción en Venezuela; -sin contar que hoy la producción nacional de algodón se encuentra en su punto más bajo? ¿Importaremos, entonces, algodón, para darle vida a un proyecto inviable?
Pero los herederos de Mishkin deben estar bailando en una pata. Tenían más de VEINTE años viendo como salían de ese elefante blanco, sin pagar lo adeudado al Estado, y ya lograron su objetivo. Por supuesto que no hay manera de revivir ese muerto. La industria textil literalmente se acabó, víctima, ¡qué ironía!, de la insostenible competencia china. Los trabajadores que se embarquen en ese proyecto, pronto quedarán ensartados.
El Estado cubrirá las pérdidas y los Mishkin se habrán quedado, si no con la chiva, al menos con su real y medio. La cogestión es una idea potencialmente fecunda (la verdadera, no esa caricatura que inventaron los adecos, con los sindicalistas transformados en directivos millonarios de las empresas del Estado) y de delicada y cuidadosa implementación, pero si se la aplica a la manera Tinaquillo o con los delirios utopistas de Alcasa, el resultado será un terrible fiasco, que desacreditaría quizás para siempre las experiencias de participación de los trabajadores en la gestión de las empresas.