Conversar y negociar no son lo mismo, por Sergio Arancibia
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Conversar es una actividad sumamente humana consistente en intercambiar ideas e informaciones con otra persona, y que se realiza cientos de veces como parte inescapable de la vida en sociedad.
Negociar es otra cosa distinta. La negociación tiene lugar entre dos o más personas o instituciones cada una de las cuales tiene algo que desea que la otra persona haga, entregue, prometa o acepte, pero para lo cual tiene que dar, hacer, entregar, prometer o aceptar algo que la otra persona requiere
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La conversación en el plano de la política es – o debería ser – una actividad corriente. Se debería conversar o dialogar en el parlamento nacional, o en los parlamentos regionales o comunales, o en los medios de comunicación social, o en los sindicatos, o en los ámbitos académicos, o en los condominios, o en todo espacio donde dos o más personas se reúnan y donde el intercambio de ideas e informaciones los ayuda a todos a vivir mejor y a lograr sus objetivos.
Se puede conversar sin necesariamente estar negociando nada. Se puede y se debe conversar –intercambiar ideas e informaciones– no solo con las personas que de antemano sabemos que piensan igual que nosotros. El arte de conversar es mucho más interesante y útil cuando se lleva adelante con personas que sabemos que no piensan en todo igual que nosotros.
La negociación requiere necesariamente de la conversación, antes, durante y después. Pero la negociación es un proceso cualitativamente diferente a la mera conversación. La negociación está encaminada a que cada una de las partes acepte, haga, prometa o entregue algo que la otra parte quiere, pero que ninguna de las partes entregará o hará gratuitamente, es decir, a menos que reciba de la contraparte algo que tenga valor para ella
Si una de las partes no tiene nada que prometer, que entregar, que aceptar o que hacer – o no está dispuesta a hacerlo– entonces no puede negociar. Igualmente, no puede negociar si piensa que negociando –cualquiera que sea el resultado de la negociación– su situación será peor que si no negociara. En esas condiciones la negociación se convierte en una pura pérdida de tiempo, pues al menos una de las partes se visualizará a sí misma como inescapable perdedora.
Puede que una de las partes piense que esas mismas cosas que puede obtener por la vía de la negociación las puede obtener por la vía del despliegue de la fuerza –que es una vía que en el fondo le gusta mucho más– y, por lo tanto, la negociación le importa realmente un bledo, aun cuando diga y jure lo contrario.
Pero como no estamos en plan de filosofar sobre las conversaciones y las negociaciones, sino de ver como las unas o las otras pueden ayudar a salir de la crisis venezolana actual, no podemos terminar este artículo sin dejar establecido nuestro punto de vita en el sentido de que las conversaciones deberían estar mucho más presentes en el escenario político venezolano que lo que están hoy en día. De eso no puede salir nada malo, y puede salir mucho bueno. Pero las negociaciones son otra cosa.
¿Se debería negociar con el gobierno la realización pronta de elecciones limpias, libres y carentes de trampas de ninguna naturaleza? ¿Interesa eso a ambas partes? ¿Que está dispuesta a pedir y a entregar cada parte para conseguir, sobre esta materia, el asentimiento de a otra? Sobre eso debería conversar todo el país, y negociar los que tienen poder y autoridad como para ello