Crónica | Estaciones de servicio ahora atienden en horario de oficina
Los turnos de 24 horas en las estaciones de servicio son cosas del pasado: trabajas de 8 am a 6 pm es los habitual en las bombas que expenden gasolina subsidiada
Del servicio 24 horas solo queda un breve recuerdo. Por el contrario, los despachos de gasolina subsidiada, al menos los de Caracas, ahora trabajan horario de oficina, por lo que hacer la cola desde la madrugada solo garantiza una cosa: pasar varias horas a la espera de un trámite que, para asombro de todos, se resuelve en menos muy poco tiempo.
Desde el fin de semana esperé el día que me correspondía repostar combustible de acuerdo con el terminal de la placa del auto. El jueves sería el día. Así que puse el despertador a las 5 am solo por si acaso. Sabía que despertaría antes, como en efecto sucedió.
Quise salir cuando el sol aún era una promesa, pero el temor por la inseguridad pudo más que el deseo. Ya despuntaba el día cuando me ubiqué en el puesto 39 de la cola en la avenida Rómulo Gallegos, a unas cuadras de la bomba Horizonte, una de las pocas estaciones de servicio que surten de gasolina barata en este lado de la ciudad. ‘Para haber llegado tarde, no estoy tan lejos’, me dije. Quería darme aliento.
Decenas de personas caminando –desde Petare, supongo- y un inusual tráfico para esa hora de la mañana en pleno recrudecimiento del confinamiento, fue indicio de que algo con los controles del gobierno no estaba funcionando, lo que quedó demostrado minutos más tarde con el corneteo típico de un día cualquiera sin virus en una de las principales vías del este caraqueño.
Animado por el concurrido tráfico logré vencer el temor a andar en la calle con el teléfono y me dirigí a la bomba, tres cuadras más abajo, para averiguar si había gasolina. La pasividad de mis vecinos me causó suspicacias sobre si estaría haciendo cola en balde.
La respuesta de ‘Guaidó’ -que así llamaron sus compañeros al bombero que a esa hora monitoreaba las máquinas dispensadoras- fue de lo más cordial: “claro que hay gasolina, patrón, y bastante”, dijo. Pero para iniciar el despacho había que esperar a los militares que custodian y los dependientes que cobran, cosa que ocurriría alrededor de las 8.
Mientras revisaba y anotaba los datos de los dispensadores, el empleado ratificó lo que ya venía sospechando: que llegar de madrugada no aseguraba repostar más temprano ni rápido. “La cola siempre está así, no hay una mejor hora para venir, así que si viene a media mañana o en la tarde será el mismo tiempo”, dijo alias ‘Guaidó’, en un intento por tumbarme el ánimo que casi tuvo éxito.
Poco antes de las 8 am comenzó el movimiento. Acto seguido, todo pasó como en otras estaciones de servicio: dos militares armados hasta los dientes dieron acceso a los primeros carros, que se amontonaron en la pequeña estación y me hicieron pensar que suspenderían el despacho en la vetusta bomba por la congestión. Pero no, todo ocurría como en cualquier país caribeño: con despelote.
Mientras, los propietarios debían cumplir el riguroso proceso de verificar en el sistema biométrico si tenía derecho a surtirse o no; lo que significa que es condición sine qua non estar inscrito en el sistema patria.
Aunque me he negado repetida y rotundamente a ser fichado en cualquiera de las plataformas gubernamentales para gozar de los favores del régimen, esta vez me registré en el patria gasolinero con la única intención de probar si lo que decía Maduro era verdad: que todos tendrían acceso al combustible barato.
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Y sí, en verdad todos tiene derecho a la gasolina llegada desde el nuevo imperio persa, incluso un recalcitrante y confeso opositor como yo, por lo que mi temor a rebotar en la bioconsulta fue infundado.
Resignado ya a procesos engorrosos, mi asombro fue mayor al comprobar la rapidez del trámite: con el número de cédula, el operario no tardó ni 30 segundos en conocer de mi solvencia para repostar los 60 litros que me corresponden mensualmente como hijo de esta tierra descubierta por Colón, a pesar de quienes pretenden negar algo tan evidente como la historia.
“¿Cuánto quiere comprar?”, preguntó el joven dependiente, cuyos modales y otros detalles dejaban claro que no es integrante de la misión chamba juvenil. “25 litros”, dije con la seguridad que me da el ojo por ciento, tras lo cual estampé mi huella en el biométrico que autoriza la compra. Entregué comprobante y tarjeta de débito a otra joven -que tampoco parecía pertenecer a la chamborra misión- para cancelar los 125.000 bolívares (0,54 centavos de dólar al cambio vigente) que costaron los litros en cuestión.
Ticket en mano, más tardé el llegar al carro que el bombero en vaciar los 24,3 litros del iraní combustible en el depósito. “Quedó completico jefe”, atinó a decir el sonriente muchacho.
Unos 45 minutos después de entrar a la bomba deshacía el camino a casa, con el depósito full de gasolina y la sensación de haber perdido dos horas de mi vida innecesariamente, todo porque las estaciones de servicio no cumplen una orden presidencial sino que se atienen a un horario de oficina que no siempre cuadra con el del usuario. Eso de el cliente siempre tiene la razón no siempre se aplica.