Cuando el río suena, por Teodoro Petkoff
Faltan tres meses para que Hugo Chávez alcance los tres años en Miraflores. Al cabo de este lapso el más superficial análisis muestra que la base popular, política y militar del régimen se ha reducido significativamente. Las mismas encuestadoras que registraban aquellas astronómicas popularidades de 80 y 70 por ciento hoy recogen índices un poco menores a 50%. Esta cifra, que sin duda es muy alta todavía, marca, sin embargo, una tendencia peligrosa para el Gobierno. En los regímenes fuertemente personalistas, donde las instituciones del Estado se encuentran poderosamente determinadas por la voluntad del jefe y éste concentra el poder, el deterioro del respaldo popular afecta inevitablemente la estabilidad del Gobierno. En la Cuarta República un presidente podía gobernar con niveles muy bajos de popularidad porque existía una trama institucional que aseguraba la administración cotidiana de las cosas y funcionaban escenarios para el procesamiento de los conflictos políticos. Nadie pensaba en otro momento distinto al electoral para deshacerse de un gobernante desacreditado. En el único caso que no fue así, el de CAP II, fue precisamente la crisis de gobernabilidad creada por la fractura del tejido institucional lo que dio al traste con el Presidente. Hoy es distinto. La caída de la popularidad de un caudillo montado en un semivacío institucional es muy grave para su estabilidad. Es como un acróbata sin red de seguridad. Si pela el trapecio de la popularidad, nada lo salva de llegar al piso.
Políticamente, la ausencia de un piso institucional se hace evidente en la ruina de la alianza gobernante. Esta se encuentra literalmente deshecha. Uno de sus partidos, el MAS, para todo efecto práctico está fuera de aquella alianza y está al borde la división. En el PPT, la fractura interna es visible y su secretario general no ahorra palabras críticas para el Gobierno. En el MVR ya son inocultables las disensiones internas. Las relaciones entre el Presidente y su base política no son buenas, y nada de esto puede ser sustituido por ese nonato proyecto de exhumar el cadáver del MBR-200. Militarmente, aquel indiscutido ascendiente que Chávez alcanzó a tener en la FAN, se ha venido diluyendo. Esta FAN, conservadora como todas las de América Latina, llegó a admitir, sin embargo, un proyecto retóricamente «revolucionario» que parecía elevar su autoestima. De eso ya no queda mucho. En buena medida por las propias torpezas e infantiladas de Chávez en su relación con el componente armado. La matización interna en la FAN es claramente perceptible y los rumores (que en Venezuela nunca han sido gratuitos ) dan cuenta de un indiscutible estado de malestar. Un régimen como éste, de tan fuerte sesgo militar, no puede gobernar con comodidad frente a una fuerza armada insatisfecha. No porque haya que esperar un golpe sino porque ella constituye un grupo de presión casi irresistible, que eventualmente condicionaría la gestión de gobierno.
Chávez y sus íntimos deberían examinar estos hechos ahora que están mandando. Porque después esos análisis no son sino el pasatiempo obligado de los exiliados políticos.