Cuando los “Los” eran “Las”, por Carlos M. Montenegro
Hay, y siempre hubo, artistas con la costumbre de firmar sus obras con seudónimo, que según el DRAE “es el nombre utilizado por un artista en sus actividades, en vez del suyo propio”.
Los motivos que pueden llevar a una persona a ocultar la autoría de su obra tras un seudónimo, deben ser mucho más complicados que su definición. La raza humana es de por sí compleja y caprichosa, pero si nos sumergimos en el ámbito de los artistas, la cosa puede enredarse más en esa feria de vanidades, talento, egos y deseos de singularidad.
Una vez más sirve el refrán de que cada cabeza es un mundo, y si es artista probablemente dos. Por eso no es extraño que muchos hayan usado o usen varios seudónimos. Los artistas en general son seres especiales
Hoy quiero tratar sobre artistas de una variedad del arte que no está universalmente consensuada como tal. Me refiero a los escritores.
Creo realmente que el escritor es un artista del lenguaje, que pinta valiéndose de la palabra como pincel o cincel. Es un creador de la narración, un artista en sí mismo por la obra que realiza, que puede ser desde un libro de viajes, una novela de ciencia ficción o un poema; que te puede emocionar y abrazar en sus escritos tanto como podría envolverte una pintura de Leonardo, Velázquez o Sorolla.
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Por supuesto dentro de la literatura también hay escritores que practican el uso del seudónimo y escudriñando un poco más puede desenterrarse una peculiar utilización de esa fórmula de encubrimiento de la identidad que debido a costumbres, especialmente sociales, dan sentido a querer o necesitar esconder la verdadera identidad detrás de un particular alias.
A lo largo de la historia de la literatura existieron políticas o costumbres, según la época, que dictaminaban si una obra debía publicarse o no. Conforme ha pasado el tiempo, la prohibición ha ido disminuyendo.
Sin embargo, el sector femenino siempre fue afectado con mayor rigor a la hora de publicar por el simple hecho de ser mujeres.
Durante los siglos XVIII y XIX cristalizó la idea, al menos en Europa, del papel de la mujer dentro de la familia burguesa que debía ser esencialmente el de madre y esposa. Las mujeres que deseaban ser escritoras publicaban con seudónimos o incluso anónimamente. Fue el caso de la inglesa Jane Austen que jamás firmó sus obras ni usó seudónimos.
Durante una convención de escritoras éstas declararon: “las mujeres siempre hemos tenido que rendir cuentas de las obras que escribimos. Cuando una mujer escribe explícitamente sobre sexo es muy cuestionada”. La literatura de ellas fue etiquetada de “literatura femenina”, ciñendo su trabajo únicamente a dos temas recurrentes: cuentos infantiles y poesía erótica, pero con erotismo sublimado, no corporal.
La ficción, entonces, fue un espacio reservado para hombres. La escritora ecuatoriana Aminta Buenaño, autora del “bestseller” Mujeres divinas (2006), denunció que “la divulgación de escritoras femeninas a veces se reduce a ciertos comentarios jocosos y semi misóginos que dan claras luces de lo poco que se valora la escritura de las mujeres. La literatura creada por mujeres es medida con una vara que no es la misma que con la que miden a los hombres”.
En 1874 el novelista inglés George Eliot publicó su novela «Middlemarch: un estudio de la vida de provincia» en ocho fascículos durante 1871 y 1872. Aún hoy es considerada como una de las obras maestras de la literatura inglesa. Virginia Woolf llegó a catalogarlo como «uno de los pocos libros ingleses escritos para adultos«.
Por esos años, algo parecido estaba sucediendo en Francia. George Sand también dejaba su huella en la literatura desde sus primeras novelas Valentine (1831), Indiana (1832) y Lélia (1833). El autor ruso Fiódor Dostoievski lo ubicaba en el “primer lugar en las filas de los escritores nuevos». Sands fue uno de los autores más prolíficos y reconocido de su época. El gobierno francés debatió la posibilidad de trasladar sus restos al Panteón de París y enterrarlo, al lado de grandes personajes de Francia como Víctor Hugo, Voltaire, Rousseau o Zola entre otros. Pues bien, ninguno de los dos célebres escritores eran tales. Ambos nombres eran alias masculinos usados por aquellas dos mujeres para poder escribir y publicar sin trabas.
George Eliot era en realidad Mary Anne Evans (1819- 1880), una escritora inglesa muy liberal para la época, racionalista y librepensadora.
Y George Sands corresponde a Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant (1804–1876), una destacada periodista, escritora, revolucionaria y gran agitadora cultural francesa. Publicó 104 obras. El escritor ruso Ivan Turgenev dijo: “¡Qué hombre valiente fue ella, y que buena mujer!“.
No son casos únicos. Es sorprendente la cantidad de literatura de primer nivel que llegó tan lejos gracias a la decisión de usar seudónimos, pues desde el siglo XVIII las mujeres escritoras eran consideradas como invasoras de un terreno que se consideraba coto reservado para hombres. Veamos qué cantidad de libros se salvaron del anonimato gracias a “Las” que se hicieron pasar por “Los”.
Las Hermanas Brontë (foto de entrada) Eran tres hermanas, Charlotte, Emily y Anne, pertenecientes a una familia dedicada a la literatura. Las tres hermanas en mayo de 1846 publicaron una colección conjunta de Poemas, pero no lograron vender más que unos pocos ejemplares. A pesar de todo decidieron seguir escribiendo individualmente y probaron a publicar novelas. La historia ha sabido recompensarlas de aquel fracaso haciendo que tres de sus libros formen parte de los clásicos de la literatura universal.
Pero sortearon el obstáculo de ser mujeres utilizando una ingeniosa forma de seudónimos masculinos. Eran tres supuestos hermanos de apellido Bell, con nombres que tenían sus iniciales: Currer, Ellis y Acton.
Currer Bell era Charlotte Brontë (1816-1855). Fue la primera en publicar su novela que fue nada menos que Jane Eyre, (1847) con el que obtuvo un impacto inmediato.
Ellis Bell era Emily Brontë (1818-1848). Que escribió y publicó su única obra Cumbres Borrascosas (1847), un año antes de su muerte, con la que de una vez entró al Olimpo de la literatura; aunque la novela fue considerada inicialmente como salvaje y burda por los críticos, con el tiempo ha sido reconocida como la expresión más genuina, profunda y contenida del alma romántica inglesa y una de las obras más importantes de la época victoriana. Cumbres Borrascosas ha sido adaptada múltiples veces para, radio, teatro, musicales y canciones. Y se han rodado 8 películas para cine, 3 series para televisión y 3 telenovelas (una en Venezuela).
Acton Bell era Anne Brontë (1820-1849). La menor de las tres hermanas Brontë fue la autora de dos novelas que hoy son clásicas de la literatura inglesa: “Agnes Grey” y “La inquilina de Wildfell Hall”. George Moore el novelista, escritor, poeta y crítico de arte irlandés, la elogió como «narrativa en prosa más perfecta de las obras literarias inglesas».
A.M. Barnard fue el alias de Louisa May Alcott (1832-1888) la escritora estadounidense autora del clásico de la literatura norteamericana “Mujercitas”. Fue una escritora comprometida con el movimiento abolicionista y el sufragismo, Aconsejada por sus editores para asegurarse la lectura de sus obras, uso el alias A. M. Barnard también para el resto de sus novelas cortas y relatos que pertenecían a un género completamente distinto al de Mujercitas en los que trató temas tabúes para la época como el adulterio y el incesto.
Son innumerables los casos de seudónimos de escritoras más o menos famosas pero que debieron valerse también de apodos. Como el caso de Vernon Lee, el seudónimo que solía usar Violet Paget (1856– 1935), la escritora británica, reconocida al presente por sus trabajos sobre estética y sus cuentos de fantasmas; cultivó además la novela y el libro de viajes, analizó el arte y la música italiana y polemizó a través de brillantes ensayos. Su talante despectivo e hipercrítico le hizo caer mal a casi todos los ambientes literarios; vestía à la garçonne (masculino), no se casó nunca ni se le conoció relación sentimental alguna, aunque la poetisa Amy Levy se enamoró de ella y le escribió su poema «To Vernon Lee» por lo que se ha dicho que usaba el seudónimo tal vez para eludir comentarios sobre su homosexualidad
Las desventajas con que las mujeres escritoras han tenido que sortear para poder dedicarse a lo que estaban perfectamente capacitadas, disminuyeron notablemente a partir de la segunda mitad del siglo XX, pero no han desaparecido del todo.
El “machismo literario” al igual que el racismo, tema supuestamente resuelto en leyes y constituciones, aún no ha sido desterrado del todo.
Sin ir muy lejos en el tiempo, en 1997, Joanne Rowling una joven escritora británica recorría Inglaterra mostrando su primera novela de aventuras juveniles, tras ser rechazada por una docena de editores fue aceptada al fin por Bloomsbury, una joven editorial de Londres. Antes de publicar la novela, su editor temiendo que los lectores más jóvenes tuvieran reticencia a comprar libros escritos por una mujer, le recomendó firmar con un seudónimo masculino, así que Robert Galbrath fue su primer alias. Al tiempo, tras un enorme éxito, quiso cambiarlo y de nuevo le pidieron que no utilizara su nombre así que Joan decidió disfrazarlo usando dos iniciales, pero como Joanne era su único nombre utilizó como segunda inicial la de su abuela Kathleen. De tal forma que Joanne Rowling se convirtió en J. K. Rowling el autor de una saga de ocho libros y toda la secuela de triunfos de Harry Potter. Convirtiéndola en milmillonaria según Forbes.
Con simples seudónimos masculinos lograron sortear así las dificultades que hallaban las mujeres en el reconocimiento de su trabajo literario.