Cuarentena puede evitar el coronavirus pero no quita el hambre al trabajador informal
La disyuntiva de los más de seis millones de trabajadores informales (según datos oficiales) que hay en el país en plena cuarentena, es elegir entre acatar la orden y quedarse en sus casas sin dinero para comprar comida, o salir a la calle a trabajar y exponerse al contagio
Para Francisco Benítez, un vendedor de chucherías y cigarros detallados en la parroquia Coche, al suroeste de Caracas, no hay alternativa: “Tengo que seguir trabajando, si no no como”. Quedarse en su casa es elegir protegerse de la enfermedad pero no del hambre. Su sustento en plena crisis hiperinflacionaria depende de lo que gana en el día a día. Así que a pesar del riesgo de contagio por coronavirus, Benítez sale a la calle y vende su mercancía con un tapaboca que le costó 20.000 bolívares como único escudo contra el covid-19.
La disyuntiva de los más de seis millones de trabajadores informales que hay en el país (según información oficial) en plena cuarentena impuesta por el gobierno y por los cuerpos de seguridad del Estado para tratar de frenar la propagación del coronavirus, es elegir entre acatar la orden quedándose encerrados en sus casas sin dinero para comprar comida, o salir a la calle a trabajar y exponerse al virus.
La pandemia encuentra a Venezuela cuando atraviesa la peor crisis económica para un país sin guerra, con más de dos años en un severo proceso hiperinflacionario que ha destruido su moneda oficial, y obligado a millones de ciudadanos a emigrar; mientras que otros, sobre todo de la administración pública, han tenido que sumirse en el sector informal de la economía, que durante los cinco primeros años de Maduro creció 21,7% al aumentar de 4,99 millones en 2013 a 6,08 millones de trabajadores en 2018, cifra que representa 40,5% de la fuerza laboral del país, de acuerdo con la última data publicada por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) en noviembre de 2019.
Una «condena a muerte»
El millón de bolívares que le pagan a Gisela Morales como jefa de cocina en un bufete de abogados no alcanza para hacer un mercado de productos básicos, por lo que los fines de semana no descansa sino que va a hogares de confianza donde la contratan para la limpieza.
«En la empresa me llamaron para decirme que no vaya porque suspendieron el trabajo y ahora no sé qué hacer, porque tampoco puedo trabajar los fines de semana que es lo que me mantenía viva hasta el quince o hasta el último, y en esta situación ya no puedo comprar lo que antes podía comprar. Pero prefiero la salud de mis hijos y la mía, porque si alguno de nosotros se enferma no sabría qué hacer. No tuve dinero ni para comprar los remedios que necesitaba por una fiebre que le dio a uno de ellos», relata Morales, quien vive en Petare.
El economista Asdrúbal Oliveros, director de la firma Ecoanalítica, recuerda que detrás de la crisis del coronavirus hay una realidad económica en el país. «En Venezuela la mayoría de la gente tiene sueldos miserables, sin contar con servicios públicos precarios, así que su capacidad de ‘encerrarse’ para protegerse es una condena a muerte. Porque si no es el virus es la crisis y el hambre. No tienen una despensa de alimentos para poder soportar la cuarentena».
«Un conjunto importante de venezolanos empezó a mejorar sus ingresos trabajando por su cuenta, en oficios principalmente, que se pagaban en su mayoría en dólares. Eso les dio cierta capacidad de consumo. El aislamiento que el virus exige mata también este ecosistema».
La mayoría de los informales son personas que trabajan por su cuenta o que tienen lo que se llama un ‘tigrito’, una actividad adicional a su empleo formal, por lo general también de baja remuneración. Son, por ejemplo, peluqueros, manicuristas, albañiles, plomeros, electricistas, transportistas, taxistas, profesores particulares y vendedores informales. Personas que gracias al rebusque y al avanzado proceso de dolarización de facto de la economía, han accedido a divisas para medio mantenerse, y que según un estudio realizado por Ecoanalítica en octubre de 2019 representan un cuarto de la población venezolana.
«Yo vivo del día a día. Trabajo tanto en Aragua como en Caracas y con esta cuarentena ni puedo viajar a Caracas, ni siquiera a los municipios de Aragua ya que están cerrados», relata Carmen Blanco, una abogada que se vio obligada a hacer trabajos de manicure y pedicure que a veces le pagan en dólares.
«Como abogada no gano mucho y como manicurista puedo hacer hasta 5 millones de bolívares en dos días, como me pasó recientemente que atendí a ocho personas un fin de semana. Pero ahorita en la cuarentena he invitado a clientes a arreglarse y no quieren salir de sus casas. Yo solo espero que esta situación pase rápido porque los precios en la calle están muy altos», dice.
Un «apoyo» insuficiente y discriminatorio
Para «apoyar a las familias venezolanas» en medio de esta contingencia el gobernante Nicolás Maduro entregó un nuevo bono de la patria (un sistema de subsidio que funciona electrónicamente y que llega solo a los que tienen el carnet de la patria) por un irrisorio monto de 350.000 bolívares que no alcanza para comprar siquiera dos productos básicos como carne y huevos. También prometió que durante la cuarentena entregaría «bonos especiales» a los trabajadores informales y a los empleados del sector privado, a pesar de que no todos están inscritos en el sistema patria.
Según el diputado Carlos Valero, Maduro impuso el 22 de marzo unas medidas económicas que más allá de aliviar a la gente, aumenta la preocupación. «Aprovecha la situación para fines políticos. Lo anunciado tiene como fin la coacción y el chantaje por el sistema patria, asociado al PSUV».
Además, para que un beneficio sea suficiente, el gobierno debería abonar 18 millones de bolívares a cada familia solo para que pueda cubrir sus necesidades mínimas de alimentación, monto correspondiente a febrero de la canasta alimentaria referida a un hogar de cinco miembros calculada por la Comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional (AN).
«En mi casa somos 10. Un par de morochitas vinieron al mundo, nietas mías. Yo no tengo ninguna entrada de dinero, ningún trabajo estable, con esto me ayudo pa’ comprar aunque sea un kilo de arroz diario», dijo Carlos Durán, de 62 años, vendedor de chucherías y cigarros detallados en El Valle. «Yo quisiera estar en mi casa para no contagiarme, pasé por un ACV y tengo las plaquetas bajas, débiles».
Desafiando la orden
No son pocas las personas que han desafiado la orden de Maduro y salido a las calles a seguir trabajando durante la primera semana de cuarentena. El miércoles 18 de marzo un vendedor informal de maní se las arregló para vender su mercancía a lo largo de la Línea 2 del Metro de Caracas, a pesar de que solo pueden utilizar el servicio de transporte trabajadores de «sectores prioritarios» (alimentario, salud, servicios y medios de comunicación). Vestido con un short de jean y una chemise, y portando uno de esos bolsos tricolores entregados por el gobierno, el hombre ofrecía su mercancía a los pocos usuarios que estaban en el tren.
Otros vendedores informales han continuado poniendo su puesto en zonas populares de toda Caracas, entre ellas Catia, Petare, La Concordia y a lo largo de la avenida Baralt. Desde el Puente Guanábano hasta el Puente Llaguno había aproximadamente un vendedor por cuadra el pasado fin de semana. Algunos con unos trapos de tela como tapabocas y otros sin nada, venden alimentos, chucherías, productos de limpieza, pan, helados, especias. Algunos hasta colocan sus productos en el piso.